En el banquillo de los acusado

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Todo era silencio. Gobernada una fingida calma que premeditaba la tormenta que se acercaba. Pese a que intentaba concentrarme en otras cosas, no podía oír otra cosa que no fueran las agujas del reloj moverse; retumbaban tortuosas en mi conciencia ensombrecida. ¿Cómo podía ser que todo pasara tan rápido? No podía dejar de preguntarme si acaso el tiempo me desafiaba. Sabía que todo en algún momento terminaba pero no quería que fuese ahora, necesitaba más tiempo. Era imposible que pudiese enfrentarme a mi destino en ese momento. Me encontraba con cada emoción sobre exaltada; en un instante estaba riendo y en el otro estaba hundida en un poso depresivo aterrorizada.

Respiraba hondo como forma de que mi corazón quisiera ceder en sus latidos frenéticos. En cada minuto que pasaba salía un poco mas de mi caja torácica. Mi familia y mis amigos me deseaban lo mejor. Los veía tan optimistas que me generaban envidia; por sentirse así y por no estar en el mismo lugar que yo. El recorrido desde mi casa hasta el lugar donde mi juicio tendría lugar era lento y tedioso. ¿Por qué había hecho eso? Estaba arrepentida y espantada, pero no había vuelta atrás. Había tenido unos instantes para pensar en lo que hacía pero me dejé guiar por mis emociones. Eso nunca era bueno, porque siempre que lo había hecho, todo había sido un desastre. De esa manera veía mi futuro próximo: catastrófico.

Mis pasos golpeaban ensordecedoramente sobre el piso y desplegaban su eco en cada rincón del recinto, espeluznante y sombrío. Un ambiente de solemne crueldad rodeaba a todas las personas que allí se encontraban, muchas de ellas en la misma situación que yo. Veía claramente la culpa y el miedo que había en algunos; las miradas llenas de melancolía, sus cuerpos encorvados y las manos inquietas, canalizando todo ese nerviosismo. Por supuesto, había otros que se mostraban seguros de sí mismos y de su defensa. Siempre me intrigó saber como hacían para ser así: desafiantes y astutos. Sus miradas altivas no mostraban indicio alguno de flaquear. Desvié mi mirada de todos ellos, enfocándome en los viejos mosaicos que cubrían el piso. Caminé hasta el pasillo de la muerte donde unos pocos esperaban su hora, tal como yo.

Hasta que llegara mi turno, aguardaba sentada en un lugar solitario. Lo prefería así. Estar rodeada de gente en una situación así, solo despertaba el instinto que intentaba controlar. Como todo hasta ese momento había sido rápido, ahora todo se volvía lento de una manera siniestra. El destino no me quería pero rogaba que ellos sí. Ellos me daban más miedo que el destino y que la vida, por lo menos en ese momento. Deja de pensar cosas malas, me decía a mi misma con una cuota de optimismo. Pese a que lo intentaba no dejaba de pensar e inevitablemente se me venían solo cosas malas. Cuando lograba tranquilizarme e incluso yo misma me lo creía, el terror florecía. Sabía muchas cosas y al mismo tiempo no sabía nada. ¿Estaba bien o estaba mal? No confiaba en nadie, ni siquiera en mi. Todo va a salir bien; me dije otra vez con buen animo. ¿Pero, como podía tener buen animo? ¿En verdad tenía buen ánimo o era simulado? Observaba a mi alrededor en busca de preguntas que nadie podía responder. Tenía la ligera esperanza de que todo se tratase de un sueño, pero la realidad me golpeaba fuertemente cada vez que alguien salía por esa puerta, y llamaban a alguien.

Distrayéndome de mi misma, me detuve en mi reflejo en una puerta. Las noches sin dormir habían comenzado a hacer un efecto perjudicial en mi salud y en mi aspecto. Aunque tampoco me importaba si estaba desalineaba o despeinaba, a veces, tampoco importaba si comía como era debido. Solo tenía una cosa en mente, mi futuro. Siempre pensaba porque la vida no era más fácil e inventaba un aparato o algo en el que pudieras adelantarte hasta el momento exacto en que todo sucediera. Yo lo hubiese apretado hasta que fuese la noche de ese mismo día, aunque me encontraría con dos circunstancias alternativas: una alegre y festiva,  la otra oscura y depresiva.

Repasaba entre susurros mi discurso. Me había costado hacerlo, y tenía que creérmelo para que ellos también lo hicieran. Solamente yo era la responsable de mi y si me fallaba, todo se iría al infierno. Con un gran suspiró empecé la larga cadena de oraciones. Como ya no confiaba en mi, intentaba creer en alguna fuerza superior que pudiese interceder por mi. ¿Cómo era que había acabado en esa situación? Ya ni recordaba. Solo tenia la seguridad de que habia sido imprudente y temperamental. Dando otro suspiro cerré los ojos con fuerza. Como si nada, habia podido acostúmbrame al rápido galope de mi corazón y era como si fuera la única señal de me indicaba que seguia con vida.

Como la calma que precede la tormenta, todo se volvió hermetico en el instante en que la manija de la puerta se abrió. Una figura pequeña y solloza salió corriendo bien lejos. Perfecto. El saber que había sido implacables con alguien, no era algo que me hiciera estar tranquila. Otra persona salió y nos observó a todos, quienes estábamos asustados e indecisos. En ese instante solo quería correr muy lejos, a un lugar que me protegiera de todo lo malo. Las miradas se cruzaron, generaron una lluvia de emociones silenciosas. ¿Por qué alargaba ese momento? ¿No pensaba en nosotros? Porque pese a todos somos humanos y tenemos sentimientos. Su implacable mirada pispeó una hoja en su mano, y sus labios se abrieron pronunciando un apellido que genero un nuevo movimiento de miradas. Pero estas miradas eran de compasión.

Mi corazón se detuvo unos segundos, lo que se sintió como miles de apuñalas simultaneas. Despues volvió a bombear con mas fuerza para recuperar mi estado. Aquel apellido era el mio. Yo era la que seguia en el juicio, la culpable. El hombre se dio cuenta de las reacciones y me miró con curiosa impaciencia. Debía entrar y enfrentarme a aquellos jueces que no eran nada fáciles. Me puse de pie y caminé inestablemente. No podía pensar, no podía sentir, solo me movía por inercia. Ingrese a la habitacion y me encontré con tres personas a quien se le sumo el hombre que me llamo. Lo observaba enmudecida, sentandome en mi lugar.  Es hora; el tono que mi conciencia usó fue casi burlón. ¿Qué tenia que hacer? No lo sabia, simplemente lo habia olvidado. Los saludé con timida cortesía y todo comenzó.

Pese a que eran cuatro personas, que sabían mucho y que me oian entusiasmado, yo lo veía como los cuatro jinetes del apocalipsis. Sin bondad y llenos de deseo de aplastar a cualquier ser viviente. Sus miradas eran inexpresivas y sus gestos se movían de vez en cuando, mientras yo moría internamente intentando saber que pensaban. Me defendía lo mejor que podía y mostrándome segura como nunca. Todo iba bien hasta que uno de ellos, una mujer, me empezó a indagar mas en detalle. ¿Qué quería con eso? ¿Acaso ya no demostraba suficiente con lo que decía? Con rapidez y sin dudar le retrucaba; no iba a permitir que ninguno me sentenciara culpable. Se hizo un breve silencio. Yo los miraba y ellos a mi. ¿Qué querían? Podía ver el gusto que sentían probarme y buscar mi punto débil, los cuales eran mucho. Pero de eso dependía mi futuro.

Los cuatro jinetes volvieron a mirarse, y uno de ellos volvió a indagar. Asentí y sonreí con timidez analizando su pregunta. Me costaba encontrar una respuesta pero estaba ahí, yo lo sabía. Dos de ellos cruzaron miradas, y precentí mi vida caer en un pozo. Tenes la respuesta, gritaba mi conciencia. Pero hubiese sido mejor si me hubiese dado la respuesta. Segui analizando todo sin temor de que su paciencia se acabara. Si ese era mi juicio era razonable tener mi tiempo para responder. Tras luchar conmigo misma encontré la respuesta y se la di. Dentro de mi una pequeña parte festejaba victoriosa pero observé en los ojos de aquella mujer que no se quedaría atrás. Con una sonrisa que limitaba la simpatía con la burla me preguntó. Mi cara se blanqueció y mi corazón se volvió inestable. Ella me habia hecho una trampa. Lo único que quería, era verme hundida en el pozo infernal. Negué sin palabras y sintiéndome culpable. Su sonrisa se pronuncio y vi la victoria marcada en su cara. Habia ganado la batalla y la guerra, ahora todo quedaba en sus manos.

Los cuatro jinetes se acercaron para hablar entre susurros, mientras yo me retraje pensando en como podría todo haber salido mejor. Era mi error, solamente mio. Sus vistas fueron de ellos a mí. La sentencia de acercaba. La podía oler, la culpa se sentía podrida. La mujer sonrió y movió su cabeza. Mis ojos se agrandaron y tuve la necesidad de que volvieron a repetir su sentencia: Inocente. Mi conmoción era muy visible y mi felicidad lentamente se hacia mas fuerte aunque costaba entender que en verdad estaba sucediendo.

Caminé fuera del juicio y lejos de los cuatro jinetes. Con una sonrisa llena de satisfacción dejaba el edificio incrédula. El esfuerzo vale la pena; susurró mi conciencia que en momentos me traiciono. Las emociones y los pensamientos que antes me recorrían se esfumaron. Era increíble lo que los nervios y el miedo lograban: hacerte ver un examen final y a sus profesores como el mismísimo juicio final. 

Antología de una neurótica © [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora