Gran velada de los juegos parte 2

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Era la voz de Jaime. Ahí, al lado nuestro, sonreía bailando con Patricia, y un poco más atrás Marion y su pareja se nos acercaban al lento paso de la música. A mí y a Francisca la interrupción de Jaime nos sacudió por igual de nuestro ensimismamiento.

-Oye, hombre, vamos a tomar un trago al bar, o mejor invítanos a tu mesa.

-Sí, Alex, haznos un huequito -se sumó Patricia. -Preséntanos a tu chiquilla, Alex. -Marion me hablaba así, con franca amistad.

Las dos parejas habían dejado de bailar y estaban inmóviles junto a nosotros, a la espera de mi reacción.

-Sí, sí, preséntala -pidió también Patricia.

Marion y Patricia se veían bellísimas con sus vestidos y sombreros sin duda sacados del baúl de su abuela inglesa. Dejé de bailar y Francisca se mantuvo muy apegada a mí, ciñéndome con fuerza por la cintura, donde, además, sentí que me hincaba las uñas, quizá sin darse cuenta. Hice las presentaciones. Francisca los saludó en silencio. Marion se me aproximó y me dijo: "Es muy bonita, Alex, pero de veras que es muy bonita. Te felicito, ahora me explico tu desaparición". Le agradecí con un gesto cordial.

-Fantástica tu tenida -le dijo Patricia a Francisca-. ¿De dónde sacaste algo tan original y llamativo?

-Del circo -contestó ella.

Las hermanas se echaron a reír, creyendo que se trataba de una broma.

-Ahora que te conocemos -dijo Marion- podemos hacer grupo antes de que este par de tontos se vaya para el norte, y contigo a lo mejor hasta conseguimos que posterguen el viaje o, simplemente, se queden con noso tras, que es lo que deberían hacer si no fueran tan lesos los pobres.

La frase esa era muy larga y Francisca miró a Marion, confundida.

-Bueno, si no vamos a ir a tu mesa, Alex, sigamos bailando -opinó Jaime, obviamente para impulsarme a ir a sentarnos. Pero Marion tomó la cosa de manera muy textual.

-¿Sabes, Alex? -me dijo-, hace tantos días que no te veo ni la punta de la nariz, ¿por qué no bailamos un solo baile que sea?

Al escuchar la invitación, Francisca me murmuró casi al oído:

-La araño.

-Tranquila -le dije.

-No, tú eres mío, yo la araño.

-Francisca, tranquila.

-La muerdo.

-¿Qué pasa? -preguntó Marion. Había alcanzado a oír algo, pero no estaba muy segura de haber entendido bien.

-¿Qué pasa? -repitió.

-Te araño -le espetó Francisca en voz alta.

A pesar de la amenaza y del fulgor de los ojos de Francisca, las hermanas no atinaron a dilucidar si mi acompañante payaseaba o no, y se miraron confundidas.

Sus palabras habían sido clarísimas, pero ¿sería posible? Yo mismo estaba sorprendido. Nunca la había visto así; su sonrisa, sin desaparecer, fue fugazmente poseída por un rictus que le infundió una expresión salvaje, casi animal. Me asusté un tanto, pero a la vez sentí que de sus labios entreabiertos emanaba una sensualidad primitiva que, sobre lo embarazoso de la situación, me rendía aún más a ella. Jaime se dio cuenta de que la cosa estaba por ponerse color de hormiga. En verdad, en cualquier instante Francisca podía alzar la mano y marcarle la cara a Marion e, inclusive, saltarle encima y darle un tarascón.

-Bueno, bueno, chiquillas -dijo Jaime-, aprovechemos de bailar este rock. ¡Ahora sí que la música se pone buena!

Las hermanas Cordingley acogieron su iniciativa con gran alivio. Marion alcanzó a dedicarme una mirada de estupor.

Francisca Yo te amoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora