la decision y la amenaza

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LA DECISIÓN Y LA AMENAZA

Aquella noche de la gran velada en el Yachting regresé a casa antes de las once.

La casa estaba a oscuras pero el farol sobre la puerta le iluminaba el frontis, y a los árboles cercanos parecía aumentarles la estatura al destacar los follajes contra un cielo sin luna ni estrellas. Me quedé unos instantes contemplándola antes de entrar.

En dos días más yo no iba a estar allí, y el hecho de ignorar dónde me encontraría me inquietó por primera vez de modo agudo. La estampa de la casa y su silenciosa paz me representaron el mundo invulnerable del hogar. Sentí un escalofrío que no provenía sólo de la intemperie, que no me recorría únicamente el cuerpo. Era el indicio de un miedo que nacía de la incertidumbre ante el cambio radical que se aproximaba; pero no llegó a desalentarme, porque la imagen de Francisca se interpuso con su candor y su brío.

Subí a mi pieza y, una vez entre las sábanas, me puse a recordar las secuencias de ese mes de enero que se iba. A toda, a la entera realidad de ese verano, la transfiguraba Francisca y, entonces, hasta la última brizna de vacilación y acoquinamiento desapareció para dar lugar a un ensueño airoso, irrenunciable.

Todavía estaba disfrutando el vuelo de muchas conjeturas felices, cuando escuché subir a Jaime. Pasó al baño y al poco entró en la pieza. Encendí la lámpara del velador.

-Ah, estás despierto.

-Necesitaba hablar contigo, Jaime.

-Ya, dale.

-Eh... no es cosa fácil.

-Algo sobre tu chiquilla, supongo.

-Bueno, claro, pero no es tan simple, mira, hay varias cosas.

-Venga la primera, soy todo oídos.

-Mira, no voy a irme contigo a Monte Patria.- Jaime me miró en forma inexpresiva.

-Eso no me sorprende, nadita, Alex, te lo digo. Hasta lo esperaba porque, si estás tan requete enamorado, es lógico que te quedes donde ella esté.

-El caso, Jaime, es que no me voy a quedar en Quintero.

-¿Cómo? ¿Te vas a Santiago?

-No sé adónde iré, pero voy a irme con ella. -¿Con ella?

-0 tras ella.

Jaime, que ya se había puesto el pijama, se sentó en la cama, visiblemente intrigado. Quería decirme algo que no le resultaba fácil, porque arrugó el ceño e hizo tabletear los dedos. Después se decidió:

-Oye, no voy a decirte que estás loco ni nada por el estilo, aunque está clarito que te rayaste el coco, pero mira, hombre, tú sabes, eh... que tu chiquilla es bien rarita, ¿verdad? Perdóname, pero, ¡por la cresta que es rarita!

-Sí, sí, lo sé, Jaime, pero no te preocupes.

-¡Y cómo quieres que no me preocupe con lo que me dices! No soy tu tía abuela, pero, vamos, hombre, ¿es que no te das cuenta? ¿Adónde vas a ir a parar?

-No lo sé. Escúchame, necesito tu ayuda.

-Sabes que la tendrás.

-Sí, claro.

-Y para lo que sea y en lo que pueda, aunque no esté de acuerdo, tú entiendes.

-Escucha: necesito que mi madre aquí y mi padre en Santiago crean que yo me he ido contigo al norte, como todos los años, todo muy normal, ¿comprendes?

Francisca Yo te amoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora