Fobia #2

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Género: Cursi o hate
Pairing: DG
Palabras: 1987
Fobia: Confianza

Addicted

Desde el primer día, había estado adicto a él.

Quizá fue algo instantáneo. Cuando le miró, con sus mejillas ruborizadas y su tímida voz sonando en la clase, sintió una especie de escalofrío que quizá pudo llamarse eso que dicen de «amor a primera vista».

Pero nunca creyó en ese tipo de cosas, por lo que dejó que el muchacho se sentara a su lado y tan solo se dedicó a observarlo.

Era callado. Quizá tímido, se avergonzaba a la mínima palabra bonita que le decían. Ni siquiera se atrevía a pedir una goma de borrar.

Con el paso del tiempo, fue fijándose más en él. En sus sonrisas ocasionales, los gestos que hacía cuando escuchaba música o su afición a la lectura.

Notaba también que la literatura era su mejor materia, y que de vez en cuando escribía poesías en un cuaderno que tenía. Sabía también que siempre tomaba el mismo camino para irse, seguramente, a su casa.

Sabía muchas cosas de él.

Pero él no sabía ni que existía.

—Admítelo, Daemon, estás coladito hasta los huesos por él.

Una cosa es que fuera adicto a sus ojos miel y su sonrisa.

Otra muy distinta es que estuviera enamorado.

—Cállate, Mukuro —el aludido rió.

—Oya, no lo admites —sonrió divertido—. Aún me pregunto cómo no se ha dado cuenta.

—Que tú estés por los huesos de su primo, no significa que yo deba ir tras él.

Mukuro se ofendió.

—Perdona, pero a mí me ruegan, yo no ruego a nadie.

—Así te va —el de orbes heterocromáticos bufó.

Daemon dio por ganada la batalla verbal y se retiró, yéndose a su cuarto.

Se acostó en la cama, mirando el techo. Ese muchacho le traía de cabeza, dominaba sus sueños y pensamientos, estaba profundamente celoso del cabrón de alondra rubia que se atrevía a acercársele como si nada.

Pero no estaba enamorado, solo era una adicción. Una como la que algunos le tenían al alcohol o las drogas.

Solo que veía difícil salir de ese mal vicio.

Y por eso, pretendía ignorar.

Pretendía hacer ver que no le importaba que ese chico no pensara en él de la misma forma en la que él le recordaba, cada maldito momento del día, viendo sus sonrisas incluso en las estrellas. Pretendía que no se notara su ansiedad, sus ganas de besarlo, de tocarlo, de tan solo hacerle saber que existía.

Sin embargo, sus intentos se veían siempre frustrados. A ese chico no le importaban las cosas como el amor de película ni de los rollos de una noche. Tan solo se centraba en sus libros, esos que tan hechizado le tenían.

Ojalá ser un maldito personaje de libro. Quizá así ese muchacho se fijaría en lo que tenía en las narices de la vida real y no de la literaria.

Pero no podía serlo, y no sabía cómo sacar a Giotto de sus pensamientos. Lo quería, lo necesitaba, tenía que estar a su lado o no encontraba su lugar en el mundo. Y odiaba esa dependencia a alguien que ni siquiera le veía como alguien más allá como un simple compañero de clases.

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