Mitología #2

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Palabras: 1012
Dios: Hera
Género: Suspense
Pairing: XS

Nieve.

La nieve en aquella zona de Italia no era común. Aún así, un manto de hermoso blanco cubría las calles de aquel perdido pueblo en la montaña.

La nieve es hermosa y no hay más que hablar. El blanco que la caracteriza atrapa la mirada de muchos, nadie ve la nieve sin que al menos un "Oh" salga de su boca.

Y ahí lo vio, un hermoso cabello esparcido y camuflado por el manto helado.

—Boss, ¿lo ayudamos?

Naturalmente el azabache tuvo que pensarlo más de una vez antes de asentir. Cuando Lussuria lo tomó en brazos, Xanxus quedó helado, y no fue por el frío clima que los rodeaba. Aquel joven poseía una belleza que, sin duda, era capaz de robarle el aliento a más de uno, sean hombres, mujeres o un ser omnipotente.

Al verlo y apreciar su delicadeza, algo en el mafioso más peligroso del país se encendió. Y no, no fue amor, excitación, o deseo... Fue algo más profundo.

—Vamos a llevarlo a la mansión.

Mammon no era idiota. Había pasado suficiente tiempo con su jefe –no tanto como para que Vongola pudiera determinar su sexo pero sí para que el otro supiera cuando había algo raro–, por lo que decidió estar alerta.

—Está despertando.

Todos miraron al niño peliverde y este, sin cambiar su expresión, repitió.

—Está despertando, el ángel del jefe está abriendo los ojos.

Fran había jugado tanto con fuego que ya no se quemaba, era el único capaz de ofender al de cicatrices sin que este mismo lo matara.

El albino, peliplata para los lectores con cierto nivel de daltonismo, comenzó a abrir los ojos con lentitud, cegado por la intensa luz de la sala. Lo primero que vio al despertar, fue el rostro enfurruñado de aquel tipo y, contrario a cualquier persona cuerda, su primera reacción no fue un susto.

—¡VOII! ¡¿Quién eres tú escoria, qué quieres de mí?!

Y, toda la magia, hadas y ángeles desaparecieron en el momento dejando solo un incómodo silencio.

—El... El único que puede gritarle a boss-chan sin ser asesinado es Fran-chan...

El azabache, lleno de ira, echó a todos los presentes de la sala, quedando solo ellos dos.

—¿Qué quién soy? Xanxus di Vongola, basura, y si vuelves a levantarme la voz te vuelo la cabeza.

Squalo, que era el nombre del chico, lo miró levemente sorprendido.

—Hera... —susurró

Sorpresa. No era un secreto que los Vongola eran las reencarnaciones de los dioses. Todo comenzó como un mito, sin embargo fue verificado cuando se dio a conocer la imagen del hermoso y apasionado Giotto, la viva personificación de Afrodita, o a Tsunayoshi, que era idéntico a Epimeteo básicamente porque ambos eran tontos.

Aún así, todos creían que Xanxus era la excepción, que no era uno de ellos. No podían imaginar que la verdad fuera aquella. Xanxus di Vongola, la reencarnación de la celosa y vengativa reina de los dioses.

—¿Cómo lo sabes?

Squalo se levantó de la cama y se alejó lentamente del hombre, cual presa que escapa de una fiera. Sorprendente e inesperado para el jefe de la mansión, el más joven abrió la ventana y no dudó en saltar desde la cuarta planta, siendo acogido sin problemas por las dunas de nieve y comenzando a correr lo suficientemente lejos como la perplejidad de Xanxus le permitió.

—¡Para ahí maldita escoria!

Mas ya era tarde, el albino se encontraba a varios metros de la mansión. Lo que este no sabía era que, sin la autorización de algún Vongola, nadie podía escapar de ese lugar.

—Ushishishishi~ ¿Qué te ha hecho el jefe para que ya quieras escapar? ¿Tanto miedo da?

—Sin las órdenes del jefe no lo dejaremos salir.

Squalo gruñó.

—¡Dejadme salir! ¡Ese monstruo no tardará en llegar!

—Escoria, detente.

El tiburón se vio arrinconado entre los subordinados y el jefe. Miró al azabache.

—Hera... ¿Cómo me has encontrado?

El de las cicatrices alzó la ceja.

—No soy Hera y te he encontrado de casualidad.

—Tú...

A Xanxus le daba curiosidad, aquel tipo hablaba como si se conocieran, como si él conociera a aquella diosa.

—Mira, si te comportas bien no te trataré mal, volveremos a la mansión y me contarás lo que sabes.

“Mio...”

—¡No!

Una vez más, el albino aprovechó el despiste para huir, metiéndose en un bosque helado, esquivando árboles y arbustos.

—Para ahora mismo o te vuelo el cerebro, en serio

Superbi se detuvo dándole la espalda al otro. Sollozó, sorprendiendo al mafioso, y se encogió.

—¿Por qué me has encontrado?

—Oy...

—¿Lo harás de nuevo? ¿Quieres cortar mis aletas y encerrarme? Eres egoísta, Hera.

Vongola estaba bastante desconcertado. El chico se dio la vuelta, mostrando sus lágrimas que, antes de caer al suelo se volvían escarcha.

—¿De qué hablas? En serio, no lo entiendo.

—Tú, de cabello largo azabache y ojos escarlata, eres Hera, la diosa de la venganza. Eres posesiva, celosa, me querías.

Xanxus lo escuchaba atentamente, sin creerlo.

—Solo era un tiburón, solo soy un tiburón... ¿Cómo quieres que te ame? ¿Para qué quieres que te ame? ¿No fue suficiente el daño que te hice, las cicatrices que dejé con mis dientes en tu rostro? Tu cabello ya no es largo y tus ojos son más oscuros, igual que tu piel, igual que tu alma...

Una lágrima se deslizó por la mejilla del azabache llegando a sus labios, los cuales nunca habían probado un agua tan salada. Squalo se acercó, besándolo.

—Hera, soy de agua salada. Sea una persona o un tiburón, no puedo estar contigo sin hacerte llorar... Prefiero antes la maldición de tu venganza que la de tu amor.

Un recuerdo fugaz pasó por la mente del mafioso. Su cabello era más pesado, sus ojos veían diferentes los colores. Estaba sumergido bajo el mar y, frente a él, un hermoso tiburón blanco de ojos metálicos.

Se acercó al tiburón acariciando su mandíbula.

Se acercó al joven acariciando su mejilla.

Y lo besó. Sin importarle sus dientes afilados o el agua salada que llegaba a su paladar.

Sí, los dioses existen. Ellos también pueden amar.

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