Fobia #3

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Género: Drama
Pairing: 1827
Palabras: 1362
Fobia: Payasos

Circus.

«¿De qué sirve amanecer si no puedo oír ni el canto de los pájaros?»

—Buenos días...

Reborn lo miró con lástima, cansado de ver esa cara de angustia con la que siempre despertaba.

—¿Qué te pasa ahora, Dame-Tsuna?

El castaño no lo oyó, era obvio, sin embargo sabía cual fue la pregunta.

—Nada, Reborn, nada. Mi vida es una mierda, es lo único que pasa.

El azabache ya se había rendido con el chico. Desde que se fue a vivir con él había estado entrenándolo y cuidándolo de la mejor manera, aún así, nunca ha querido oponerse ante sus acosadores, siempre había sido pacífico.

Y ahora le jode haberse quedado sordo por culpa de ellos.

Mientras desayunaban Reborn le pasó la nota que le había dejado su madre pidiéndole que cuidara de sus hermanos. Podía haberse vuelto un amargado pero amaba a su familia y no los dejaría nunca.

—Lambo, Fuuta.

Con esas escasas palabras, los chicos acudieron a su hermano mayor con una sonrisa. Fuuta escribió una pregunta.

«¿A dónde vamos?»

—No sé, chicos, ¿dónde queréis ir?

El niño con disfraz de vaca enseñó un panfleto que hizo que el castaño hiciera una mueca de disgusto.

—¿El circo? ¿Tenemos que ir ahí en serio?

Los chicos asintieron frenéticamente y Tsuna no tuvo más remedio que llevarlos a su lugar menos preferido en el mundo. El circo, el hogar de los payasos.

—¡Circo, circo!

Aunque verlos feliz realmente era lo único que le complacía.

—Iremos por la noche, mientras jugad a algo.

Cansado volvió a su habitación, intentando mentalizarse de que aquella noche tendría que vivir su peor pesadilla.

Al salir de casa encontraron a Haru Miura, una de sus mejores amigas. Fueron temprano para hacer cola y gracias a eso consiguieron un buen sitio.

«Justo lo que yo quería, estar en primera fila.»

El espectáculo era entretenido, gente saltando y bailando y saltando y rodando en pelotas gigantes y saltando y...

—¡Y llegó la hora de nuestro espectáculo principal!

«Oh, no... Los payasos.»

—Haru, voy a salir un momento, cuida de ellos.

Y se fue sin esperar respuesta, de cualquier forma no podía escucharla. Iba paseando por los alrededores del circo, admirando el silencio con los gritos y aplausos de fondo y la luz tenue que iluminaba la noche.

—¿Qué haces aquí?

El castaño siguió caminando ignorando al otro a sus espaldas.

—Oye, tú —repitió—, no me ignores.

El muchacho no esperó una tercera vez, le agarró el brazo para que se detuviera. El más joven se dio la vuelta y, al ver al payaso, su rostro palideció.

—¡Suéltame! —gritó— ¿Qué haces? ¡Aléjate!

El azabache se sorprendió por la exagerada reacción del chico y lo soltó.

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