Inseguridad y determinación.
Kyoya, grandísimo hijo de puta.
Bendecida su madre, que diosito la tenga en su gloria.
Pero hijo de puta igualmente.
Semana y media después de lo que Tsuna conoció y clasificó como El incidente, y poco más de tres días después de que Hibari lograse abrir sus ojos.
Tsuna se deprimió.
Reborn, a quien por algún motivo le había tomado cariño, no estaba ese día con él y parecía bastante atareado comprando cosas para su nuevo hijo.
El primero de, lo que luego se enteraría, lo que Reborn soñaba sobre una gran familia.
Un equipo de fútbol no vendría mal, la verdad.
Como sea.
Tsunayoshi se encontraba sentado en una oscura esquina del laboratorio de biología, esperaba pacientemente la llegada del fin del descanso mientras meditaba sobre la vida.
Cerró los ojos y suspiró.
Ese día estaba completamente solo y no se debía sólo a su tutor, aquella mañana había discutido con su mejor amigo por teléfono, ¿el motivo? Hayato.
Tsuna lo negaría, pero estaba celoso de lo mucho que ese par había congeniado luego de verse cerca de tres meses atrás. Sus conversaciones con Takeshi iban más sobre lo guay que era Gokudera que sobre el día a día, como había sido hasta entonces.
Y Sawada, dramático como era, empezaba a sentirse mal. ¿Inseguridad? Aquello se quedaba corto, estaba inquieto.
¿Qué sucedería si sus amigos se alejaban de él? ¿Y si Hayato notaba lo genial que era Takeshi y hablaba más con el azabache que con un Dame como lo era?
Era demasiado pronto para que Tsu supiera la verdad, aquella "amistad" era algo más.
Siguiendo con sus dramas...
Volvió a suspirar y lo hizo una tercera vez poco después, añadido a aquel lío de amistades estaba sumado su aparente enamoramiento.
Odiaba aquello.
Sintió a alguien sentarse junto a él pero no abrió los ojos, suponiendo que se tratase de su compañero de banca prefería evitar los perturbadores ojos de Haru.
La mente de esa chica DABA MIEDO.
Pero no era ella y se dio cuenta demasiado tarde cuando sintió una mano acariciar su mejilla derecha, el tacto le estremeció totalmente.
Porque aunque los ojos no ven, el corazón y el cuerpo reconocen.
—Te encontré —murmuró cuando Tsuna abrió los ojos como platos—. Ahora me dirás, querido Tsunayoshi, ¿por qué te has estado ocultando de mí? ¿Tanto miedo te doy?
El castaño enrojeció y palideció, luego se puso azul y golpeó la mano del italiano lejos de él, se apretujo contra la pared e hizo la cruz con los dedos en un acto exagerado antes de fingir burla.
Mukuro observó extrañado la reacción.
Poco sabía él que Tsunayoshi se cagaba en todo lo cagable ante la extraña invocación.
¡Tenía que ser cosa de satán!
¡No! ¡Aquello era una conspiración entre los gnomos y el gobierno! ¡Iban tras sus calzoncillos de niño grande!
¡Sus mangaaaaas!
—¡Atrás, demonio! —exclamó con dramatismo mientras pensaba en lo mucho que le costó dar con El creador del rey— ¡No dejaré que te lleves lo que queda de mi alma! Además, yo no me escondía... ¡Un valiente que lloró la muerte de Dandelion no se escondería!
Mocoso sin sentido.
Rokudo rodó los ojos recordando que, poco antes de ver a Tsuna, había acabado de aceptar su cruda verdad. Le gustaba el demente este, aún cuando le hablaba en coreano.
—No tengo ni idea de qué hablas —confesó indiferente— y poco me importa la verdad, sin embargo te has estado ocultando de mí y eso no me lo puedes negar.
El castaño bajó las manos y subió los pies en su asiento para rodear sus rodillas con un brazo mientras apoyaba el rostro en la palma derecha, le miró aburrido.
—No me escondía... Sólo evitaba problemas —suspiró y con ese ya eran cuatro años de su vida perdidos—. Pero es curioso que estuvieras tan pendiente de mí como para notarlo, después de todo sólo soy un niño insignificante, ¿no?
Mukuro no recordaba el día en que dijo algo como eso, Tsuna había confundido los recuerdos de la piña con los de Nezu.
El mayor frunció el ceño extrañado y ligeramente intrigado por el tono amargo del castaño, Sawada desvío la mirada.
—¿Te sucede al...?
—No.
Era rotundo... Tsunayoshi nunca había sido rotundo, no con el italiano.
Y nuevamente el hecho de estar siendo evadido y que el menor pasara tiempo con su archirival golpeó a Mukuro como si fuera un saco de boxeo.
Dolió, algo dentro de él lo hizo.
—Bien... No voy a obligarte a decirlo, después de todo no somos amigos —suspiró cansado—. Sólo quería decirte que... Bueno... Ugh, ¿podrías dejar de ignorarme? ¡Me haces sentir estúpido!
—Uno se siente lo que es —se burló—, pero está bien... Sin ti la vida es sólo un poco aburrida.
Y esa era su manera de decirle que se sentía más solo sin él que sin sus amigos, claro que aquello no lo descifrarían hasta mucho después.
Mukuro le miró de reojo y sonrió de medio lado, Tsuna bajó la mirada.
Estar enamorado era estúpido, la vida era patética y la amistad muy conflictiva.
Pero cuando descubres que te gusta alguien y ese alguien se muestra mínimamente interesado en ti, las cosas son...
Quizás un poco rojo y azul.
Porque el azul es incómodo, un color que siempre había sido frío para él y con el que se entristecía rápido. El rojo era más vivo, más de su gama favorita.
Y eso eran los ojos de Mukuro.
Rojo y azul.
Haciéndole sentir inseguro enamorado y determinado.
Se sentía inseguro porque era de un chico que le odiaba (más o menos) del que se enamoró, enamorado porque era irracional y esas cosas le encantaban; determinado... Porque si en el amor le iba mal, por lo menos se esmeraría en la amistad.
—También me aburro sin ti, Tsuna —la declaración del italiano le tomó por sorpresa—. Por cierto, en realidad he venido porque tu amigo el de Dragón ball no se siente capaz de acercarse a ti.
Parpadeó atónito.
—¿Gokudera es Goku realmente? —sonrió entusiasta— ¡Genial!
Sí... Definitivamente ambos eran la definición de irracional.
Pero al igual que aquella mirada desigual, a Tsuna le encantaba el sinsentido de su vida.
Mi vida es azul, pero intenté ser cursi y así acabó.