Día #4; Blanco.

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Ingenuidad, amor.

Suspiró.

Una sonrisa adornó su rostro y se felicitó por un trabajo bien hecho, junto a él Mukuro negaba con una mueca de absoluto asco mientras ambos espiaban discretamente la exitosa cita de su mejor amigo y Gokudera... Sus mejores amigos.

—Ha sido un éxito —murmuró como si dos mesas no fueran espacio suficiente para que la pareja no les escuchara—. Muchas gracias por la ayuda, Piña-san, ha sido muy útil.

El aludido rodó los ojos con molestia y subió los codos en la mesa, Tsuna le ignoró demasiado centrado en la interacción de sus amigos.

Ignoraba el tiempo que había pasado, también el cómo, el cuándo y el por qué había acabado junto a aquel espécimen que tan nervioso le ponía.

Pero agradecía que todo estuviera saliendo bien.

Luego de su enfrentamiento número mil con su archirival/amor platónico, ambos habían llegado a un acuerdo.

Descubrirían lo que se traían Hayato y Takeshi entre manos e intentarían ser amigos.

De un modo u otro lograron dar con las verdades detrás de todo, un aparentemente enamoramiento había regresado la alegría de Sawada y para cuando Rokudo se dio cuenta estaba en el barco.

Y los barcos se hunden hasta el fondo del océano cuando menos lo esperas.

—No ha sido nada —ironizó—. Sólo hemos tenido que salir detrás de tus amigos luego de engañarlos, escondernos y hacer de chaperones... Dios, Tsunayoshi, ¿en qué demonios...?

—Sí, definitivamente eres el mejor.

Y aunque Mukuro siempre estaría de acuerdo con esa afirmación, le irritó que fuera dicha mientras el castaño miraba a otro lugar sin siquiera ponerle una mínima atención.

Se sentía como la típica novia emgañada, aquella que vive ciegamente pensando que a su novio se le van los ojos al culo y tetas de otras por tarea.

Había vivido algo así, sólo que al revés.

Suspiró y sorbió un poco de su malteada de fresas mientras observaba por la ventana, Tsuna entonces le miró y casi rió de puro nerviosismo.

Lo negaría, pero había hablado con Kyoya sobre la situación y la alondra le había puesto un poco paranoico con respecto a esa salida de espionaje.

Aquello no era una cita, ¿verdad?

Es decir, todo lo que hicieron fue bromear sobre el futuro de sus amigos, tratar temas triviales sobre las vidas de ambos, comer, divertirse en el parque de diversiones y pedir un donut y la malteada de Mukuro con la excusa de que los chicos de aquella mesa los pagaran.

Pffff. Definitivo, aquello no era una cita ni por casualidad.

Aún así se encontró a sí mismo fantaseando con acabar el día com un beso frente a la puerta de su hogar, donde seguramente Reborn les vería y mataría a todo dios, pero bueno.

Un chasquido de dedos le hizo volver a la cruda realidad, donde un ligeramente irritado italiano le observaba impaciente.

Parpadeó.

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