El retumbar de su cabeza despertó a Santos, apretó los ojos con fuerza, porque comenzaba a marearse, e intentó incorporarse. Desde el exterior de su habitación se oía la voz en grito de su tía Cecilia.
-¡SANTOS LUZARDO! -exclamó aporreando la puerta- Levántate de una vez y no me obligues a entrar. Señor, eres peor que un niño chico.
-Ya bajo, tía, no te preocupes.
Alcanzó a oír el bufido de la mujer a la par de sus pasos alejándose por el pasillo, como un repiqueteo. Abrió los ojos con pesadez y se quedó estático, mirando al techo. Había ocurrido otra vez.
Y es que el hombre hubiera pasado mejor noche si no hubiese soñado con ella. De hecho, mucho tiempo hiciera desde la última vez que Bárbara se le aparecía en sueños, pero aquella noche lo hizo. En diferencia con sus otros sueños, en los cuales solía observarla bañándose en La poza de los Suspiros, o galopando con fiereza a Cabos Blancos, su caballo, pero igual de bella y entera, la vio esta vez acomodada en un bongo chiquitito y antiquísimo. Llevaba el típico sombrero llanero de ala ancha, pero no usaba ni camisa ni pantalones, sino un bivirí sencillo y una falda larga y vaporosa, con sus botas.
Fumaba indiferente o ignorante ante el escrutinio de él, mientras sus orbes celestes se encontraban perdidas en la suntuosidad del río, que no tiene fin.
Aquellos sueños se tornaban obscuros en el momento en que intentaba acercarse a ella o llamar su atención, y entonces sentía cómo la tierra se abría bajo sus pies y él comenzaba a caer, y caer, y caer... Cuando sus ojos se abrían con desconcierto, devolviéndolo a la soledad de su habitación, bañado en sudor y con un mal sabor de boca.
Esta vez, en cambio, cuando él susurró apenas su nombre y extendió su brazo desde la lejanía, como queriendo tocarla, ella se volteó en su dirección y lo miró, expulsando humo de sus labios con la sensualidad que la caracterizaba, esbozando una sonrisa dulce. Santos se perdió en el azul de sus ojos mientras que su corazón latía fervientemente. Y ya no recordaba más, pero aquel sueño había sido el mejor de todos, lejos de un recuerdo quimérico de Bárbara, era como un presagio, un augurio.
Dejó de pensar en ello mientras se metía al baño. Tras un regaderazo, su cuerpo se relajó y se le pasó el dolor de cabeza. Se vistió y bajó al comedor, de mejor humor. Allí estaban ya Cecilia y Casilda, la cocinera, por la que Santos guardaba un gran cariño, puesto que había servido muchos años en su casa. Su tía Cecilia lo miró con expresión seria, mientras que Casilda lo recibió, como siempre, con una sonrisa.
- Don Santos -exclamó la mujer, cuyos cabellos blancos contrastaban con su piel morena-. Espere y le traigo otro cafecito, que este debió enfriarse ya.
- No se preocupe Casilda, tibiecito está aún y así me lo tomaré. Vaya nomás.
- Por cierto, don Santos, tempranito en la madrugada se apareció por aquí Juan Primito -le dijo, haciendo que la sorpresa inundara los rostros de Santos y Cecilia- ¡Qué hombre para insistente! Gritaba y gritaba, diciendo que tenía que hablar con la gente de por acá, y con usted.
- ¿Sabe qué cosa quería?
- Pues no supo decirme, de lo acalorado que estaba. Nomás decía que eran buenas noticias y que todo el mundo tenía que saber.
- Bien, cuando pueda hablaré con él. Hace tanto que no se aparecía por Altamira, y es extraño.
- Santos -lo interrumpió su tía.
- Dime.
- ¿No te olvidaste, no?
- No tía, mira - se levantó, dejando el café a medias. La verdad era que estaba frío-. Vámonos para el pueblo a recogerlas.
ESTÁS LEYENDO
Verse otra vez (Doña Bárbara)
RomanceCuando se ha sufrido como lo hizo Bárbara Guaimarán, no es sencillo volverse a enamorar, construir una vida nueva, confiar otra vez. Pero la mujer, fuerte, recia, lo logró al lado de quien siempre la amó, de aquel que estuvo dispuesto a dar su vida...