3. Preguntas y respuestas

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- Sabíamos que esto podía pasar, Bárbara.

-Ajá. Pero no pensé que pasaría tan pronto. ¡Llegué a pensar que no pasaría nunca!

- ¿Qué haremos?

- Aún no estoy segura -dijo Bárbara, masajeándose las sienes, mientras Asdrúbal reflexionaba de pie, en silencio. Tras la puerta cerrada, Laura, Aitor y Tito hacían grandes esfuerzos para oír lo que dentro de la habitación se hablaba.

- ¿Crees que él lo sabe?

- No, pero Cecilia sí, y no tardará en irle con el chisme.

- Tiene derecho a saberlo. Es su hijo.

- Es TU hijo, ¿de qué lado estás?

- Yo lo quiero como a mi hijo, lo siento como hijo mío, y no voy a permitir que nos lo quite, pero tenemos que llevar la fiesta en paz con él para no correr ese riesgo.

- Tienes razón, es lo más sensato. Pero no me da la gana...

- Bárbara, ahora no estamos para tus caprichos.

- Solo quiero que mi hijo no esté cerca de ese tipo.

- Ese tipo es su padre.

- Nada más porque me hizo el bombo, el resto lo hicimos nosotros, qué gran mérito...

Su discusión se vio interrumpida por un murmullo y el posterior sonido de un golpe. Asdrúbal y Bárbara se miraron unos instantes y luego él abrió la puerta. Con los ojos apretados, uno encima del otro, estaban sus tres hijos.

- Mocosos chismosos, ¿qué no les enseñé que andar escuchando conversaciones ajenas es de muy mala educación? -los reprendió Bárbara, con un asomo de sonrisa en la cara.

- A la cama inmediatamente -sentenció Asdrúbal.

- Pero pa... -comenzó a decir Aitor.

- Su padre habló.

- Qué ladilla.

- Demonios.

- ¡Esa boca, Aitor! -saltó Bárbara.

- Ay ya mamá...

Los dos niños se retiraron, mas la guaricha no. Con los brazos en jarras y gesto serio, hizo entender a sus padres que de las preguntas de ella no se escabullirían fácilmente.

- Pasa -le dijo su madre con resignación.

Laurita observara en aquel momento a sus papás, abrumada por la tensión imperante en la estancia y ante la expectativa de lo que fueran a contarle ellos. No se esperaba nada y menos estaba preparada para asimilarlo, podría haberse dado la vuelta y con las mismas, irse para su habitación con sus hermanos, haciéndose la loca; pero hubo un pálpito interior que se lo prohibió. Y sentada en la cama con la mirada perdida, esperó a que alguno de sus progenitores comenzara a hablar. Fue Asdrúbal quien lo hizo.

- Esto no es sencillo de explicar, niña.

- Pero haremos el esfuerzo de hacértelo más fácil -agregó Bárbara.

- Yo nomás quiero que me digan la verdad, que no cuesta tanto, pues. ¿Ese tal Santos Luzardo quién es? ¿Por qué se peleaban por él? -Por los ojos de Bárbara asomó la preocupación.

- ¿Tus hermanos qué oyeron? -inquirió de inmediato.

- Poco, ciertamente dudo que llegaran a escuchar algo, , estaban susurra que susurra, que ni me dejaban oír a mí. Pero no te me desvíes del tema.

- Ese hombre, Luzardo -explicó su padre-, fue pareja de tu madre hace mucho tiempo.

- ¿Antes de que ustedes estuvieran juntos? ¿Pero cómo así?

Verse otra vez (Doña Bárbara)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora