Días después de la visita que hizo Cecilia Vergel a su casa, Bárbara tomó la decisión de plantarle cara a Santos Luzardo. Así que, como lo hiciera en su momento la rubia, ella se plantó en la gobernatura de San Fernando, a pesar de que pudieran detenerla, para hablar con Antonio Sandoval.
- Infórmale a tu mujer y a su sobrino que mañana nos mandamos para El Progreso, por si quieren conocer a mi hijo -le dijo sin más, una vez que la insistencia de ella hizo que la dejaran pasar. Antonio se quedó perplejo, por verla otra vez y por el hecho de que la mujer se atreviera a montar escándalo en un sitio público de la calidad de la gobernatura, teniendo sus antecedentes.
- Prescribieron todos sus crímenes, Antonio -lo informó Heladio, su secretario-. Pero aún con todo, qué mujer para tener agallas.
- No lo sabes tú bien, compa, no lo sabes tú bien.
Y así como lo dispuso la doña, a las diez de la mañana del día siguiente, arribara a El Progreso el Eustaquia; mientras los muchachitos oteaban desde cubierta el puerto, Laurita leía recostada sobre una hamaca y Asdrúbal terminaba de comprobar que todo estuviera a punto antes de bajar a tierra. Bárbara observaba la escena con fingida calma, pues en su interior se desataba un vendaval huracanado que amenazaba con azotar todo lo que estuviera a su paso. Y lo primero que se le puso en frente ni bien sus pies tocaron aquel suelo arenoso, fue Santos Luzardo.
Su sonrisa de galán de telenovela, por la cual habría caído rendida años atrás, desapareció en cuanto, tras bajar ella, apareció Asdrúbal, que la tomó de la cintura y le plantó un beso en la frente, su marido sabía muy bien que esa compostura que ella guardaba no era más que una fachada de cartón, que al mínimo soplo del viento caería.
- ¡Mamá! - le dijo Tito- Es el señor del otro día, tu amigo el que nos quitó las bolsas...-Tito dejó de hablar en el mismo momento en que visualizó a Cecilia, que esperaba junto con Micaela, detrás de Santos; aquella mujer era muy bonita, de rostro angelical bañado por el rubor y con unos ojos tan azules como los suyos.
A su lado, parados como postes, estaban Aitor y Laurita, que miraban con desconfianza a Santos, el primero por el incidente del que hablaba su hermano, y la segunda por todo lo que sabía de aquel hombre. Y como Santos se había quedado estático y Bárbara no tenía intenciones de hablar -porque sabía que no podría hacerlo sin recitar medio diccionario de improperios-, Asdrúbal tiró de su mujer y dio con ella dos pasos al frente.
-Señor Luzardo -extendió su mano con cordialidad y con una sonrisa sincera, propia de él-. Asdrúbal Narváez, a su servicio.
- Santos Luzardo, al suyo -exclamó Santos, un par de segundos después, sin dejar de mirar fijamente a Bárbara, pues esperaba que ella hiciera esa presentación que le correspondía hacer. La castaña, sin embargo, y muy a diferencia de la que solía ser doña Bárbara, dejó en manos de su marido aquella situación y se dejó abrazar por él.
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Verse otra vez (Doña Bárbara)
Roman d'amourCuando se ha sufrido como lo hizo Bárbara Guaimarán, no es sencillo volverse a enamorar, construir una vida nueva, confiar otra vez. Pero la mujer, fuerte, recia, lo logró al lado de quien siempre la amó, de aquel que estuvo dispuesto a dar su vida...