2. "Vacío"

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Hace pocos minutos que mis ojos se encontraban abiertos, ardían un poco, lo que me obligaba a parpadear más veces de lo usual. Miraba hacia todas las direcciones posibles, buscando que alguien entre por esa puerta para sentirme un poco menos sola. Respirar dolía, como así mirar mucho tiempo la clara luz, como también tragar saliva o siquiera mover el brazo que no tenía roto y que me conectaba al suero, que goteaba y goteaba sin parar. Tenía frío, pero algo dentro de mí se expandía como fuego. Tenía sueño, pero parecía que había dormido más que solo horas, sino días. Tenía hambre, pero mi estómago se apretaba en un nudo de preguntas sin ninguna respuesta.

Podía ver por la ventana de la puerta cuerpos difusos pasar de un lado a otro, era lo único que me entretenía al menos, además de los ruidos insufribles de las muchas máquinas que me rodeaban. Viré mi cabeza hacia el otro lado, aún sin poder determinar si era la izquierda o la derecha, y encontré una ventana muy pequeña, la cual tenía una especie de vidrio opaco que, como el de la puerta, no dejaba ver más allá con claridad. Era muy absurdo que algo que cumplía la función de visor, estuviera cubierto por algo que impedía la visión, esa eterna discusión conmigo misma.

- No voy a discutir esto con vos, de nuevo -alzó la voz-

- ¡No quiero verte de nuevo, entonces! -le reproché-

La serie de gritos retumbó en mi cabeza, apreté los ojos instantáneamente por el dolor que me produjeron. Si antes estaba confundida, ahora no podía siquiera pensar. Mis ojos comenzaron a empañarse, necesitaba de alguien, pero claramente, no sabía de quién.
Desconocía la cantidad exacta de tiempo que me quedé llorando sola y en silencio, sentía un malestar tan grande que no podría resumirlo en simples palabras. Por fin, una figura de bata blanca entró a la sala y fijó sus claros ojos en mí.

- Buenos días -me sonrió- no pensaba encontrarte despierta -yo simplemente lo miré, recordándolo vagamente- soy Ricardo, tu médico, nos presentamos ayer -explicó, como si supiera que pasaba por mi mente- ¿cómo estás? -seguí mirándolo sin poder hablar, de nuevo las palabras florecían en mi interior y morían en mis labios- ¿estás llorando? -asentí con la cabeza, se acercó más- ¿te duele algo? -negué, queriendo decir que no era por eso- ¿y por qué? -me quedé quieta, además de no poder responderle con palabras, tampoco sabía exactamente porque lloraba- bueno, linda, tranquila -se apoyó en la camilla- quiero hablar con vos, un rato, después te voy a dejar descansar, ¿sí? -asentí, el caminó hacia una mesa y tomó una tabla con hojas, volvió a sentarse apenas y me miró- ¿cuál es tu nombre?

- ¿Dijiste su nombre? -pregunté, atónita-

- ¿Qué? -me miró- ¡no!

- ¡Sí! -le grité, sacándomelo de encima- ¡me dijiste su nombre!

Apreté una vez más mis ojos, algunas lágrimas cayeron. Lentamente, los abrí y lo volví a mirar.

- ¿No sabes? -negué suavemente- bueno, tranquila, es normal.

¿Normal?, ¿cuánto de normal tiene no saber tu propio nombre? Miré al doctor, atónita, esperando que mi rostro plasme en gestos lo que yo no podía en palabras. El mismo, me devolvió una sonrisa, y miró la planilla nuevamente.

- Entiendo que estés confundida, pero necesito que ahora me prestes mucha atención e, intentes, contestarme con palabras -explicó, asentí levemente- ¿sabes por qué estás acá?

Suspiré levemente, intentando decir una simple palabra. Sentía como era procesada en mi cabeza y lentamente desaparecía. Miraba expectante a la persona que tenía en frente, él también lo hacía, esperando con total paciencia que yo pronuncie algo. Algunos minutos después, mi garganta dolía, no podía siquiera balbucear, y tenía unas irremediables ganas de toser.

Enseñando a Mia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora