4. "Esperar"

121 14 3
                                    

Todo lo que escuchaba eran pitidos con mucho eco junto al sonido de algunas voces murmurando a mi alrededor. Me dolía respirar, sentía el pecho pesado. La sensación era tan dolorosa por dentro como por fuera. Era más allá de los pulmones, era un dolor que comenzaba en la boca del estómago y que subía hasta la garganta.

La sensación era peor que el dolor.

Abrí con pesadez los ojos. La rutina de despertar era la más complicada del día; no hacía mucho más que ver a las enfermeras revisar todos los aparatos que me mantenían medianamente viva, recibir la medicación y hablar con el doctor. Pero despertar cada mañana era como volver a nacer. Una enfermera me había explicado que los sedantes que me daban para controlar los dolores eran muy fuertes, y que cuando despertaba, el efecto todavía seguía ahí, por eso me costaba tanto despegar los párpados cada mañana.

Me había encargado de preguntar qué me hacían cada vez que alguien con uniforme blanco entraba a la habitación. Muchas veces, las enfermeras me contaban por encima los procedimientos y por qué revisaban mis yesos o me sacaban sangre casi a diario. Lo que nunca pude lograr que me dijeran era qué me había pasado. No me animaba a preguntarlo tan directamente, pero cada vez que la conversación llegaba a ese punto, comenzaban a hablarme de otra cosa.

Es difícil estar postrada, literalmente, en una cama sin saber nada de vos. Los primeros días me mantuve al margen por el shock, intentando comprender poco a poco por qué no sabía ni como me llamaba. No entendía que hacía en un hospital, ni cuanto tiempo iba a estar ahí.
Hoy tampoco lo entiendo, pero soy consciente de que hay una razón, y moría por saber cuál era.

En relación con las visitas, ya no las tengo. El calendario a mi derecha me deja saber que hace poco más de una semana que no hay noticias de Sonia o Juan.

Desde el último día que los vi, siento un vacío. No me acuerdo, para variar, por qué se fueron o que fue lo último que dijeron, pero la sensación de tristeza y soledad crecía día a día, minuto a minuto.

Estar sola se volvía insoportable. No podía dejar de mirar por el espacio de debajo de la puerta donde la sombra de los pies de la gente que iba y venía caminando aparecía. Sonaba patético, pero a veces me gustaba creer que alguna de las personas que camina esos pasillos todos los días estaba ahí para verme.

Hace dos días empecé a tener sesiones con una psicóloga. Al principio, sólo se dedicó a contarme un poco de ella para entrar en confianza. Además de ella hay otro médico, quien se presentó como acompañante terapéutico y Ricardo, el doctor.

- ¿Volviste a tener esos sueños de los que hablamos, Mia? -preguntó ella, sentada frente a mí-

- No, realmente no -contesté sincera, cada cosa que decía, el médico a su lado la anotaba-

- ¿Y alguna otra clase de sueños? -la miré, sin entender- claro, me refiero a que si en vez de soñar situaciones o conversaciones, soñaste algo como personas o lugares.

- No, tampoco -respiré profundo- más o menos desde que dejé de ver a Sonia y a Juan no volví a soñar con nada ni a tener esos flashbacks -suspiré, ellos anotaron nuevamente-

- ¿Te acordás muy seguido de ellos dos?

- Todos los días -aclaré rápidamente- eran los únicos que me visitaban.

- ¿Te gustaban las visitas?

- Sí -asentí- me hacían bien. Cuando estaba con ellos dos se me pasaba la sensación de vacío o de tristeza.

- ¿Sensación?

- Cuando estoy sola en la habitación me empiezo a sentir mal, pero no es un dolor físico, es como en el estómago, más interno. No sé, no entiendo por qué.

Enseñando a Mia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora