Ojos mieles, sonrisa hermosa

22 1 0
                                    

Me moví silenciosamente hacia los arbustos que rodeaban mi roca y brinqué cuando una cabra saltó y siguió su camino, me reí porque era muy hermosa y pequeña, pero cuando di la espalda al arbusto algo me golpeó y caí con ese algo encima de mí.

-Perdón, perdón, no te vi-

-Pero qué...- Unos ojos mieles me miraban con curiosidad, parecían los ojos de un cachorro. -¿Quién eres?-

-Um, mi nombre es Daniel, mucho gusto- tendió su mano, no la tomé, apreté con fuerza el cuaderno en mi pecho. Él dio dos pasos hacia mí y yo retrocedí tres. Se paró –Espera ¿Tienes miedo?-

-¿Quién eres?-

-Bueno, creo que ya he dicho quién soy- Alzó su mano y la llevó a su cabello castaño. Después sonrió como si se le hubiese ocurrido una gran idea- -¿Quieres ser mi amiga? No tengo muchos de todas formas.-

-¿Amiga? ¿Dijo usted, Amiga?- Él asintió –Me gustan los amigos.- Sonreí.

-A mí también- Sonrió en respuesta- Y entonces amiga ¿cómo te llamas?- Volvió a tenderme su mano, y esta vez, la tomé.

-Mi nombre es Yima-

-¿Yima?- Preguntó con curiosidad -¿De dónde salió ese nombre? Nunca lo había oído-

-Yima significa soñadora, era un nombre muy popular en mi tribu- Daniel sonrió.

-Claro, mis papás me dijeron que en esta zona había una tribu indígena ¿te gustaría hablarme más sobre ustedes? Es que a mi familia y a mí nos encanta conocer personas como ustedes, o eso dice mi mamá- Lo dudé por un momento, pero ya que éramos amigos, no había nada que ocultar.

-Ahora mismo sólo quedamos treinta, y de esos treinta somos únicamente diez niños, éramos once, pero hoy murió uno- Los ojos de Daniel se abrieron.

-Lo siento mucho- Dijo entristecido.

-No te preocupes, es normal. En ocasiones tiendo a imaginar cómo será cuando llegue mi turno- Me miró extraño –Estás en mi roca, así que es mi turno de hacer preguntas ¿Cuántos años tienes?-

-Doce años, ya soy grande- Reí.

-Sí señor, lo eres-

-¿Cómo se llama tu tribu?-

-Waulá del desierto, no como la tribu Waulá de los montes. Nosotros somos diferentes- Expliqué con toda la sabiduría de una niña.

-Es bueno saberlo- Concordó Daniel –Pero ¿qué hacías aquí sola?-

-Escribiendo-

-¿Tú escribes? Pensaba que los indígenas no sabían leer ni escribir-

-Muchos no saben. A mí me enseñó mi Tata, y desde entonces no paró de escribir sobre nuestra tribu y nuestra vida. No quiero que alguna vez desaparezcamos ¿sabes?- Él asintió e iba a hablar pero yo miré al cielo y vi que el dios sol ya tenía sueño, así que era mi turno de regresar a la tribu. No podíamos estar fuera cuando el dios sol estuviera durmiendo.

Me despedí de mi amigo y él prometió regresar al siguiente día para continuar hablando.

Yima: Una mirada de esperanzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora