Capítulo 4 - Invasión

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CAPÍTULO 4

INVASIÓN


—Sif, debajo de la cama. ¡Ahora! No te muevas, no hables.

Sif se dejó empujar por su madre sin entender del todo, aún soñolienta. Era medianoche, o tal vez más tarde, y por las ventanas solo se veían el cielo estrellado y la calle oscura.

—Má... —se quejó en voz baja, tiritando al sentir el frío del piso en sus brazos desnudos cuando su madre la obligó a meterse bajo la cama.

—Sshh —dijo la mujer de forma cortante—. No hagas ruido. Por lo que más quieras, haz silencio, Sif.

Sif quería preguntar qué pasaba, pero se mordió la lengua y obedeció a su madre. La mujer dejó la habitación con pasos leves y rápidos. Sin saber cómo, Sif había sentido el miedo en ella, los latidos acelerados de su corazón—como si ella estuviese entrenada para sentir ese tipo de cosas.

Se estaba empezando a despejar por el frío que sentía contra el suelo, y sus sentidos empezaban a agudizarse. La noche estaba silenciosa, pero paulatinamente Sif fue distinguiendo un sonido lejano, como un zumbido o un temblor. Su corazón y su respiración estaban sorprendentemente tranquilos. ¿No tendría que sentirse asustada? Algo malo pasaba que su madre no quería decirle, pero Sif no sentía miedo. Su cuerpo hormigueaba, deseando salir de ahí y moverse, hacer algo.

Ahora escuchaba gritos. Lejanos, lejanísimos, pero podía distinguirlos. ¿Qué rayos estaba pasando con ella? ¿Desde cuándo tenía sentidos súper entrenados? Gritos y carreras y sonidos de acero, como espadas chocando entre sí.

No soportó más, y se arrastró hasta salir de debajo de la cama. Se puso en pie de un brinco, y algo le dijo que su camisón no sería la vestimenta adecuada para lo que pasaba, así que abrió en silencio su armario. Vestidos, vestidos, vestidos... No, nada de eso servía. Sus manos se dirigieron al fondo de un cajón, donde estaba doblado el pantalón fino de cuero negro que se usaba para cabalgar y para cuando hacía mucho frío en las fiestas al aire libre. Se usaba debajo de un vestido, pero Sif se lo colocó como única vestimenta junto con una camisa de color rojo oscuro y sus botas. A su madre le daría un infarto si salía así en público, pero eso no era algo importante ahora.

No había ni un alma en los pasillos de la casa. Hasta los sirvientes estaban escondidos. Bajo el silencio abrumador, Sif podía distinguir sus corazones latiendo frenéticos y las respiraciones contenidas. Sacudió la cabeza para silenciar esos sonidos pero le fue imposible. Era como si sus oídos se hubiesen agudizado como los de un animal predador en cuestión de instantes, y le estaba empezando a doler la cabeza. No podía concentrarse.

Se deslizó como una sombra, confundiéndose contra las paredes con su ropa oscura, y abrió la puerta principal en silencio. El aire gélido de la noche la azotó, pero no sintió frío. La calle estaba a oscuras y no se veía a nadie; Sif podía oír pasos acercándose desde muy lejos, muy, muy, lejos, pasos que ella estaba segura de que nadie podía oír desde esa casa.

Cerró con cuidado la puerta detrás de ella y caminó hacia el medio de la calle empedrada. Cerró los ojos, contuvo su respiración y esforzó a máximo su nuevo sentido del oído.

Una pelea.

Abrió los ojos de golpe. No, no una pelea. Una batalla. Oyó un grito gutural a lo lejos.

No, no una batalla. Una invasión.

Tendría que haber huido a esconderse. Tendría que haber estado aterrorizada, meterse debajo de la cama y rezar para que no la encontrasen, que pasaran de largo por su casa sin entrar.

Pero su corazón estaba tranquilo. Sentía la adrenalina en su cuerpo, pero su corazón estaba tranquilo, su respiración estable, sus piernas firmes. Quería luchar y sabía que iba a ganar.

Como si la guerra fuese parte de ella.

★☆★

Se frenaron en seco cuando la vieron en medio de la calle. Ella tenía la barbilla alta, el cuerpo erguido y la espada de su padre en la mano. Su cabello dorado, trenzado a su espalda, enmarcaba su rostro y centelleaba a la luz de la luna.

Eran merodeadores, los piratas de Yggdrasil. Y un par de jötnar y berserkers más atrás. Todos con armas terriblemente afiladas, grandes, pinchudas y suficientes para darle pesadillas a un adulto por años. Ni hablar de los invasores en sí.

El corazón de Sif se aceleró un poco, pero sólo un poco. Sus dedos se afirmaron lentamente en la empuñadura de cuero de la espada. El tacto del arma en su palma se sentía tan seguro, tan... bien.

Los invasores parecían haberse quedado sin palabras al ver a una doncella cortándoles el paso. Habían empezado a cuchichear entre sí, balanceando las armas como si no supiesen cómo hacerle frente a algo tan insólito.

Los dedos de Sif hormigueaban.

Los invasores parecían haber llegado a un acuerdo.

—Eres entretenida. Te llevaremos con nosotros. Considéralo un honor —empezó un merodeador, sonriendo y mostrando todos sus colmillos.

Sif sintió el tirón en su mano, como si su cuerpo actuase solo. Las clases de entrenamiento de los príncipes pasaron frente a sus ojos. Un destello de luna en la hoja de la espada, su cabello describiendo un arco de oro a su espalda, y la cabeza del merodeador rodó por el suelo.

La calle quedó sumida en un silencio cortante. Sif pudo sentir la ola de aire glacial proveniente de los jötnar en medio del escuadrón.

Los había hecho enojar.

Mucho.

Y no lo lamentó.

La fortaleza de una mujer ✵ Lady Sif & LokiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora