Capítulo 19: Algunos principios fundamentales

186 5 0
                                    

‐¿Qué está pasando aquí? ‐preguntó Kemp, cuando el hombre invisible le abrió lapuerta.

‐Nada ‐fue la respuesta.

‐Pero, ¡maldita sea! ¿Y esos golpes?

‐Un arrebato ‐dijo el hombre invisible‐. Me olvidé de mi brazo y me duele mucho.

‐¿Y estás siempre expuesto a que te ocurran esas cosas?

‐Sí.

Kemp cruzó la habitación y recogió los cristales de un vaso roto.

‐Se ha publicado todo lo que has hecho ‐dijo Kemp, de pie, con los cristales en lamano‐. Todo lo que pasó en Iping y lo de la colina. El mundo ya conoce la existencia delhombre invisible. Pero nadie sabe que estás aquí.

El hombre invisible empezó a maldecir.

‐Se ha publicado tu secreto. Imagino que un secreto es lo que había sido hasta ahora.No conozco tus planes, pero, desde luego, estoy ansioso por ayudarte.

El hombre invisible se sentó en la cama.

‐Tomaremos el desayuno arriba ‐dijo Kemp con calma, y quedó encantado al ver cómosu extraño invitado se levantaba de la cama bien dispuesto. Kemp abrió camino por la estrechaescalera que conducía al mirador.

‐Antes de que hagamos nada más ‐le dijo Kemp‐, me tienes que explicar con detalle elhecho de tu invisibilidad.

Se había sentado, después de echar un vistazo, nervioso, por la ventana, con laintención de mantener una larga conversación. Pero las dudas sobre la buena marcha de todoaquel asunto volvieron a desvanecerse, cuando se fijó en el sitio donde estaba Griffin: una batasin manos y sin cabeza, que, con una servilleta que se sostenía milagrosamente en el aire, selimpiaba unos labios invisibles.  

‐Es bastante simple y creíble ‐dijo Griffin, dejando a un lado la servilleta y dejando caerla cabeza invisible sobre una mano invisible también.

‐Sin duda, sobre todo para ti, pero... ‐dijo Kemp, riéndose.

‐Sí, claro; al principio, me pareció algo maravilloso. Pero ahora... ¡Dios mío! ¡¿Todavíapodemos hacer grandes cosas! Empecé con estas cosas, cuando estuve en Chesilstowe.

‐¿Cuando estuviste en Chesilstowe? 

 ‐Me fui allí tras dejar Londres. ¿Sabes que dejé medicina para dedicarme a la física, no?Bien, eso fue lo que hice. La luz. La luz me fascinaba.

‐Ya.

‐¡La densidad óptica! Es un tema plagado de enigmas. Un tema cuyas soluciones se teescapan de las manos. Pero, como tenía veintidós años y estaballeno de entusiasmo, me dije: a esto dedicaré mi vida. Merece la pena. Ya sabes lo locos queestamos a los veintidós años.

‐Lo éramos entonces y lo somos ahora ‐dijo Kemp‐. ¡Como si saber un poco más fuerauna satisfacción para el hombre!

‐Me puse a trabajar como un negro. No llevaba ni seis meses trabajando y pensandosobre el tema, cuando descubrí algo sobre una de las ramas de mi investigación. ¡Me quedédeslumbrado! Descubrí un principio fundamental sobre pigmentación y refracción, unafórmula, una expresión geométrica que incluía cuatro dimensiones. Los locos, los hombresvulgares, incluso algunos matemáticos vulgares, no saben nada de lo que algunas expresionesgenerales pueden llegar a significar para un estudiante de física molecular. En los libros, ésosque el vagabundo ha escondido, hay escritas maravillas, milagros. Pero esto no era un método,sino una idea que conduciría a un método, a través del cual sería posible, sin cambiar ningunapropiedad de la materia, excepto, a veces, los colores, disminuir el índice de refracción de unasustancia, sólida o líquida, hasta que fuese igual al del a¡ re, todo esto, en lo que concierne apropósitos prácticos.

El Hombre InvisibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora