El Ejército Blanco; legendario por ser el más grande y poderoso de todos los ejércitos. Formado por hombres y mujeres admirables, dispuestos a defender al pueblo de Novaterra y su rey, Elohim El Grande.
Y Aricia Wildemere ha sido llamada para unirse...
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Los pies me pesan como dos grandes bloques de hielo. Los he arrastrado por el suelo durante casi todo viaje, sin fuerza para caminar correctamente. Madian me ayuda dándome empujones cada cierto tiempo para evitar que me detenga en medio de la marcha y estorbe el paso para los demás.
A mi alrededor, no soy la única exhausta y con hombros caídos, el resto de los reclutas apenas pueden avanzar en línea recta sin tambalearse.
Nadie se esperaba que nos hiciesen atravesar el reino a pie hasta llegar a Shalem como parte del entrenamiento para ingresar al Ejército. Caminar durante cinco días bajo el sol y solo con los descansos estrictamente necesarios para recuperarnos es una tortura, ¡nunca caminé tanto en mi vida! Sin embargo, cada vez que alguien tiene el coraje suficiente para quejarse de ello con Raquel, solo responde que es "una buena forma de comenzar a forjar el carácter de soldado que hay dentro de todos nosotros".
A mí me parece una tontería, una farsa más del Ejército Blanco. "Un montón de esclavistas infantiles" es lo que pienso cada noche al caer sobre mi rincón en la carreta para dormir después de otra jornada caminando.
Lo único que hasta ahora ha conseguido levantarme el ánimo lo suficiente como para seguir en pie y continuar avanzando es Madian.
Durante los días que hemos pasado juntas logramos hacer buenas migas. No es una chica tan caprichosa como sospeché al principio. En realidad, es firme y centrada en muchos sentidos, bastante inteligente y posee un sentido del humor muy parecido al mío.
Usualmente tengo la sensación de que es mayor que yo y más madura, pero en cuanto algo le provoca una carcajada o le incita a hablar sobre vestidos y moda, un brillo infantil sale a relucir en ella y la delata. Además, muy a diferencia de mí, es una gran conversadora, así que no tengo que esforzarme mucho en llenar los silencios entre nosotras.
—En cuanto lleguemos al castillo voy a encontrar al responsable de la orden de hacernos marchar todo el viaje —gruñe Madian, deteniéndose un momento para revisar la suela de su bota ahora llena de agujeros y visiblemente desgastada— y por el Sanctus que no pararé de gritarle hasta que escupa mis propios pulmones en su cara.
No puedo evitar la risa que explota de mí.
—¿Pero y si se trata del rey Elohim? —pregunto, aún riendo— Al gran rey no se le puede gritar.
Madian hace un puchero al ver las puntas de sus botas, con las suelas rotas comenzando a desprenderse y vuelve a caminar, molesta como un toro.
—No me importa si fue él. ¿Sabes cuántas tardes tuve que trabajar en el taller remendando medias apestosas para comprarlas? —suelta— Las suficientes como para que mis manos terminaran oliendo como los mil rayos por casi un mes, ¡un mes!
No puedo evitar reírme aún más. El dolor agradable en mi estómago me distrae un segundo del dolor de mis pies.
—El rey me va a escuchar y tendrá que pagarme un par nuevo de botas igualitas a estas.