Capítulo VI

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El silencio que reinaba en el apartamento era como la calma previa a la tempestad. Era suave, tranquilo, apenas manifiesto... aunque igualmente letal.

Rocky lo notó de inmediato, apenas cerró la puerta tras de sí. Algo en ella se encogió aterrorizada, pero no salió a la superficie. Ignoraba cuánto tiempo llevaba temiendo a su hermana. ¿Cuatro, cinco años? El tiempo pasaba demasiado despacio cuando se tenía una losa en el pecho.

Suspiró profundamente, miró a su alrededor y buscó a la joven. Se estremeció al verla en la cocina, haciendo la cena, de nuevo. A pesar de que intentaba ver en ella todo lo bueno que el tiempo le había ofrecido, se veía incapaz, porque solo brillaban esos grandes defectos que afeaban toda su apariencia. Ni siquiera la cicatriz que atravesaba su frente y caía hasta su mejilla le parecía tan espantosa.

Un horrible latigazo lleno de remordimientos sacudió su pequeño cuerpo. Sufría de éstos desde hacía tanto tiempo... y ahora, con la llegada de Enzo a sus vidas, más. Pero nadie reparaba en ello ni se percataba de esa lucha interna. ¿Lo agradecía? A veces, sí. Otras en cambio miraba a los demás suplicando un poco de ayuda que, evidentemente, no llegaba.

—¿Piensas quedarte en la puerta todo el día? —La voz musical de Anna atravesó el silencio con delicadeza. Nada en su tono decía que la rabia bullía en ella con la fuerza de una bomba.

Rocky levantó la cabeza y sonrió débilmente. Después dejó el abrigo en el sofá, como de costumbre, y cogió a Nube.

—¿Necesitas ayuda?

—Qué novedad, Alessandra ofreciendo su ayuda —espetó, despectivamente—. No, no necesito que te muevas. Simplemente haz lo que siempre haces, que se te da muy bien.

Acusó el golpe con dignidad, a pesar de que algo en ella continuó resquebrajándose. Se humedeció los labios tímidamente, besó a Nube en la cabeza y se acercó a la cocina, a pesar de todo. Ella era la mayor, la fuerte, aunque no se sintiera así.

— Lo que siempre hago es mantenerte y asegurarme de que no te metes en ningún lío más —contestó, con cierta dureza—. Al menos podías fingir que te importa lo que hago.

—¡Es que no me importa!

Anna se giró hacia ella, con la mirada chispeante y aterradora. Se podía ver en cada parpadeo el asco, la rabia, la necesidad de no seguir viéndola.

— Entonces, dime Anna, ¿qué mierda haces en mi casa? ¿Eh? —preguntó, con la voz tomada por la ira, por el enfado que dominaba cada palabra, cada fibra de ella—. ¡Joder, lo estoy dando todo por ti!

Se hizo un breve y acusado silencio. Nube maulló, justo antes de bajar al suelo y desaparecer de escena. Hubo un intenso cruce de miradas, lleno de rencor acumulado y de momentos que surgían de entre los recuerdos enterrados. Hubo malestar, de ese que no desaparece durante años.

—Estoy aquí para recordarte lo zorra que fuiste. Para recordarte, querida hermana, lo que me hiciste y lo que perdí por tu puta culpa. Si ahora te piensas que tienes derecho a darme órdenes o a darme de lado, estás muy equivocada —siseó Anna, furiosamente—. Considera esto algo parecido a la justicia divina, aunque te mereces algo mucho peor.

Rocky palideció al escuchar a su hermana. ¿Cómo no se había dado cuenta de todo lo que albergaba en su corazón? ¿Cómo había podido ignorar la llamada de la ira? En el tiempo que había estado cuidando de ella, allí, en su propia casa, había optado por pensar que su mal humor era, simplemente, debido a que estaba sola. Ahora se daba cuenta de que ésa era solo una de las razones.

La muñeca tatuada (COMPLETA----- Historia Destacada Abril 2018)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora