Capítulo XIII

68 25 0
                                    


Le despertó el odioso e irritante sonido del móvil. A su alrededor, todo cambió, con brusquedad: la habitación pasó de ser cálida y suave a una estancia desangelada y oscura.

Tardó un momento en reconocer dónde estaba. Incluso así, tras comprobar que estaba en su habitación, en casa de sus padres, tuvo que tocar todo lo que tenía a su alcance.

Desgraciadamente, todo parecía real.

¿Y ella? ¿Lo había sido?

Enzo suspiró y se apresuró a coger el teléfono que, a pesar de todo, seguía sonando.

— Dime, Luca. —Miró a su alrededor, buscando algún rastro de su familia. Comprobó que su madre le había dejado un café, ya frío, en la mesilla y que Adriana se había pasado por allí para darle un beso y un dibujo. Sonrió.

— Malas noticias, tío. —Luca sacudió la cabeza, inquieto. ¿Cómo iba a decirle aquello a su mejor amigo? ¿Cómo era capaz de seguir hablando? Lo que tenía allí, enquistado en la punta de su lengua, era un jarro de agua fría para las esperanzas que tenían de seguir adelante—. Eh... No podemos ponernos en contacto con Bruno Astori.

Aquellas palabras aliviaron, en parte, la tensión de su cuerpo. Por un momento, por un instante pequeño y abrumador, pensó que Ara no había salido del coma. Que todo se había esfumado dolorosamente. Que no volvería a verla.

En comparación, el hecho de no ver al tal Bruno, no le parecía tan horrible. Aun así, su humor desmejoró mucho. ¿Por qué todo tenía que salirles tan mal?

Incómodo y, físicamente agotado, se sentó, en la cama.

— ¿Por qué?

— Enzo... mira, no quiero que te alarmes. Pero esto empieza a ser raro.

— ¿Raro? ¿De qué coño hablas, Luca?

— Nunca te lo he preguntado, pero... ¿tenía Ara alguien que quisiera hacerla daño?

Enzo se envaró, de inmediato. Su corazón se volvió loco y comenzó a latir frenéticamente, lleno de pavor. Conocía esas palabras. Las conocía demasiado bien, porque solía escucharlas en cada juicio, y bien sabía que no significaban nada bueno.

Su mente giró en torno a mil y un pensamientos. ¿Quién podría querer hacerle daño a Ara? ¿Quién? ¿Y por qué?

Sintió cómo su garganta se secaba, cómo cada vez que intenta tragar el dolor se hacía con él.

— ¡No! —siseó, furiosamente—. Ara era una mujer normal y corriente, joder. Nadie quería hacerla daño. ¡¿Qué mierda pasa, Luca?!

— Le han... asesinado. —Suspiró profundamente, abatido—. Han llamado esta mañana denunciando su muerte. Ro ha sido la encargada de ir y de levantar el cadáver.

— ¿Qué...?

— Le han pegado un tiro, Enzo. Pero hemos detenido a una persona, una mujer, joven, morena. Estaba allí, tumbada junto al tío éste... con la pistola en la mano. No sé, hay algo raro con ella. Por eso quería preguntarte lo de Ara.

— ¿Algo raro? Luca, joder, me estás poniendo muy, muy nervioso...

— Dice que se llama Alessandra. Es lo único lógico que ha dicho desde que la metimos en la comisaría. Eso y...bueno... —Se detuvo, sin saber bien cómo continuar—. Te llama, Enzo. A todas horas y a gritos. Como... si te conociera.

Enzo sintió que todo le daba vueltas. A su alrededor, cada objeto pareció difuminarse y sacudirse, hasta que comprendió que era él quien se estaba moviendo: lo hacía de manera automática, guiado por los profundos anhelos de su consciencia.

La muñeca tatuada (COMPLETA----- Historia Destacada Abril 2018)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora