Abrió sus ojos de mala gana en el momento en el que el despertador del celular empezó a sonar con su infernal timbre creado por Satán.
Siempre había amado a su celular, había sido la relación más larga que había mantenido y probablemente la más estable de todas, pero en ese preciso momento no le molestaría aventarlo por la ventana si con eso podía dormir un poco más.
Luego de unos minutos, aún refunfuñando, se despojó de las mantas y se levantó de un brinco antes de arrepentirse de la decisión de ser productiva. Realizó la misma rutina que tenía cada día, pero sin enfocarse tanto en la manera en la que lucía. No planeaba salir de la casa para más que cuidar a sus primos y hasta eso aún quedaban aun bastantes horas.
Los sábados eran uno de los pocos días donde realmente sentía que vivía sola y ver la casa vacía, sin ningún otro sonido que el de sus pisadas, la hacía darse cuenta que era casi independiente —porque aún dependía económicamente de sus padres— y eso, de alguna manera, la reconfortaba.
Siempre había sido del tipo de personas que valoraba el silencio y la soledad, por supuesto que no para estar aislada del mundo y del ruido por siempre, pero lo apreciaba ya que así podía hacer una infinidad de cosas, desde leer alguno de los libros que se encontraban en su lista de espera hasta bailar en ropa interior por toda la casa.
Así que bajó a la cocina solo con una gran camisa que era de su padre pero que se la había obsequiado cuando le había empezado a quedar pequeña y cuando se dio cuenta que su Frejolito se iría a otra ciudad; según él, ella necesitaba algo que le recordara a él. La verdad es que había sido un lindo gesto.
Buscó la canción adecuada en su celular para empezar con la primera labor del día: cocinar un buen desayuno. Comenzó a mover sus caderas y brazos al ritmo de la música sin importarle que tenía la coordinación y los movimientos de una niña de cinco años.
—Everybody makes mistakes, everybody has those days —cantó con fuerza mientras movía sus caderas imitando a Hannah Montana.
El timbre que indicaba que tenía un invitado llamó su atención, pero ni se molestó en responder al llamado y simplemente le dio al botoncito de la llave que se encontraba en el telefonillo para que Lydia pudiese pasar.
Sabía que su amiga llegaría hoy, ella se lo había hecho saber luego de despedirse así que no la había tomado por sorpresa. Vendría a recoger sus cosas o al menos eso fue lo que dijo.
Volvió a la cocina tan rápido como pudo para que el tocino no se le quemara, todo sin dejar de moverse como lombriz debido a la canción.
—Tus cosas están en el comedor —avisó Aurora dejando las tiras de tocino sobre el plato—. Guardé todo ayer, revisa que no se me haya escapado nada —mordió una de las tiras y ahogó una exclamación de placer—. Soy una increíble cocinera. Por cierto, ¿quieres un poco?
ESTÁS LEYENDO
Doble Error.
General FictionConocerlos no fue un error, dejarse seducir por ellos sí. Uno es el aire que necesitas para vivir, el otro es el fuego que te mantiene existiendo. La sonrisa que te agita el corazón o la mirada que te hace temblar las piernas. El que te roba el cor...