Aurora entró a su departamento casi corriendo. Aún se sentía agitada y eufórica. Tenía que deshacerse de todo aquello de alguna forma si quería poder dormir aunque en ese momento no le pareció algo importante.
El lunes empezamos con tu entrenamiento, ¿acaso creías que iba a ser tan fácil?
Mordió su labio, repasando la noche en su mente. Se detuvo frente a la puerta que daba a su departamento para sacar sus llaves y aprovechar a mirar su reloj. No se asustó al darse cuenta de la hora. De hecho, le sorprendió que no sea mucho más tarde que las dos y media.
Pero no tanto como que la puerta se abriera delante de ella de golpe. La exclamación se quedó atorada en su garganta. La luz de la sala de su departamento se encontraba prendida y dejaba vislumbrar claramente la silueta que se encontraba parada a solo un metro de ella.
—Mamá —susurró—, ¿qué haces acá?
La mujer se mantuvo firme, imperturbable. La expresión de su rostro denotaba el enojo que debía estar conteniendo para no estallar en contra de ella. Al menos no por ahora.
Alice, su madre, se hizo a un lado, indicándole a que entrara. Aurora no dudó en hacerlo.
—¿Me puedes explicar qué son estas horas de llegar?
—Te dije que estaría en casa de Lydia.
Alice se cruzó de brazos. Aurora podía ver como su rostro adquiría un color rojo y temió por su vida.
—Evan me llamó, preocupado, porque te habías ido de su casa sin decir dónde —Aurora se guardó las ganas de rodar sus ojos. Maldito Evan—. Tuve que tomarme un avión para poder llegar, Aurora. Eres una desconsiderada. Hay niñas desaparecidas, probablemente muertas, ¿y decides irte sin decir nada?
—Estaba con una amiga, Kubra. Evan debió decirte.
Aurora tomó aire. Odiaba hacerlo, pero si quería sobrevivir tenía que empezar a mentir y era mejor que la convenciera.
—Yo no la conozco —replicó la mujer.
La pelinegra rodó sus ojos.
—Pues yo sí, ¿está bien? ¿Algo más?
—¿Qué te pasa, Aurora? —exclamó, sorprendida por el tono altanero de su hija—. Cuando eras joven habías sido un poco descarriada, pero ¿esto? Esto ya es demasiado.
Aurora pasó una mano por su rostro, soltando una pequeña exclamación de frustración. No se había dado cuenta lo cansada que se sentía. La adrenalina ya se había esfumado y le dejaba terribles estragos. No estaba de humor para aguantar ese tipo de conversaciones en ese momento.
—Hablamos cuando te tranquilices, mejor —suspiró la pelinegra.
Se dio la vuelta para encarar los escalones que la llevaban a su habitación cuando sintió el agarre de su madre en su brazo. Las uñas de la mujer le lastimaban, incrustándose en su piel. Cuando se volteó a encararle, Alice tomó el rostro de la chica con su dedo índice y pulgar, aplastándole las mejillas y obligándole a abrir la boca.
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Doble Error.
General FictionConocerlos no fue un error, dejarse seducir por ellos sí. Uno es el aire que necesitas para vivir, el otro es el fuego que te mantiene existiendo. La sonrisa que te agita el corazón o la mirada que te hace temblar las piernas. El que te roba el cor...