A pesar de no haber llegado a tiempo, casi lo hicieron. Quince minutos de retraso estaba muchísimo mejor que una hora. El auto había corrido a una velocidad que estaba segura que superaba por mucho los límites trazados en los muchos carteles que pasaron, pero Trevor había conducido con tanta experiencia y ella había estado tan preocupada por la situación que no le importó casi dejar hasta su estómago en la carrera.
Bajó como alma que llevaba el diablo del auto, después de un sincero "gracias" a los gemelos, y corrió hacia la puerta de la casa de su tía. Tocó la puerta y esperó.
A los segundos una familiar mujer de cabello dorado y ojos azules apareció del otro lado de la puerta.
—Hola, querida —saludó ofreciéndole una sonrisa encantadora—. Pensé que llegarías más tarde. No me contestaste así que pensé que había algún inconveniente.
Aurora negó con la cabeza, efusivamente. —No, ya estoy aquí.
La mujer volvió a sonreír con afecto antes de percatarse del auto que aún se encontraba estacionado frente a su casa.
Frunció el ceño en dirección a su sobrina.
—No sabía que traías compañía —musitó recuperando la sonrisa.
Aurora siguió la línea de visión de su familiar. El auto seguía estacionado en el mismo lugar que cuando se bajó. Se preguntó qué estaban esperando para irse.
—Solo me hicieron el favor de traerme —respondió fingiendo naturalidad—. Ya se van.
—¿Hicieron? —recalcó— ¿Es más de uno?
Asintió. —Sí, son dos... —titubeó, insegura—. ¿amigos? —¿Aquel termino era justo para la relación que llevaba con ellos? Probablemente no—, conocidos —corrigió—. Son dos conocidos.
La mujer arregló su cabello rubio en una coleta alta sin dejar de observar el auto. La verdad es que no parecían dispuestos a irse tal como su sobrina había afirmado y parecía que la pelinegra empezaba a darse cuenta de ello también. Limpió en su delantal sus manos y colocó una mano sobre el hombro de la chica antes de hacerle una seña en dirección al auto.
—Invítalos a entrar —soltó, dándose la vuelta—. Debió de haber sido un viaje pesado.
No le dio oportunidad a la joven de refutarle y entró a la casa de nuevo, caminando con aquella gracia que las mujeres de la familia tenían. Su porte y presencia eran dignas de admirar, y de envidiar.
Auri soltó un suspiro y cruzó el frente de la casa hasta llegar al auto para dar un par de toques en el vidrio del copiloto. La ventanilla polarizada bajó hasta revelar el rostro de ambos chicos.
—¿Qué hacen?
—Admirando el paisaje —respondió Trevor.
—Admírenlo en otro lugar.
ESTÁS LEYENDO
Doble Error.
General FictionConocerlos no fue un error, dejarse seducir por ellos sí. Uno es el aire que necesitas para vivir, el otro es el fuego que te mantiene existiendo. La sonrisa que te agita el corazón o la mirada que te hace temblar las piernas. El que te roba el cor...