Capítulo uno.

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                                                                              Josh.

Aparté a mi progenitor de la puerta y caminé enojado hacia la moto de Oliver. Podría juzgarse que aquello era una falta de respeto, pero como había jurado mi madre, el amor volvía rebeldes hasta a los mismísimos santos. 

—Agarrate fuerte —me aconsejó Oliver mientras arrancaba.

Mi padre corrió hacia nosotros. Apuré mis movimientos, enrredé ambos brazos al rededor de la cintura de Oliver y dejé que él hiciese lo restante. 

Los segundos recorrieron nuestra situación. Sentí la brisa fría moviendo mis cabellos, obsevé a los vehículos pasar lentamente a nuestros lados mientras nosotros nos librábamos felizmente del atasco. 

Habían transcurrido cinco horas desde el último encuentro entre nostros dos y aún sentía un caos en mis pensamientos. Aquel muchacho, a pesar de sus creencias satánicas, lograba sacar el lado desconocido de mí. ¿Qué había echo yo para sentir lo inadecuado por la persona inadecuada? Sonaba irónico.

Ciertamente, todo en esos momentos era irónico. Me encerré en la idea de ser feliz, y como dijo Oliver, me despreocupé unos momentos para disfrutar de mi juventud antes de volverme un anciano amargado. 

Descendí mi mirada hacia la espalda de Oliver, sentía su mochila presionar mi pecho. En la pequeña abertura de la cremallera logré divisar dos botellas de alcohol —en la etiqueta de leía claramente "Vozka"—. Sonreí inscoscientemente, y sin pensar, borré la curva ascendente de mis labios. ¿Qué estaba haciendo? Si Oliver me ofrecía emborracharme, podríamos pecar de soberbia por desovedecer las normas del Señor.

Una parte de mí, la que mis padres no comprendían, me respondió con un tono borde que a veces tendría que dejar de relacionar cada situación con la biblia y divertirme, pero la parte madura y crisitiana —la aburrida—, me recordó que la Soberbia era el pecado capital de Lucifer, de su caída del paraíso.

Sentí la vibración de mi teléfono móvil en el bolsillo delantero de mis tejanos. Conocía quién y por qué me llamaba. La idea de discutir con mi familia no era atractiva, ni mucho menos agradable.

—¿Cuánto falta para llegar? —cuestionó con un tono alto, calculando la velocidad de la moto y la capacidad sonora del ambiente.

Oliver aceleró unos momentos, hasta que fui capaz de percibir la presencia del instituto a pocos metros de nosotros.

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Los pasillos del centro educativo en el que estudiaba, estaba repletos de adolescentes cansados y con monotomía de la rutina similar de todas las semanas. De alguna manera, la escuela no era más que un bucle que solo variaba los dos días del fin de semana. A veces, los viernes conseguíamos salir una hora antes por la ausencia de algún profesor, pero la escasez de casos pertenecía al bucle.

Anduve hacia mi primera clase. El aula no se situaba muy alejada de mi posición, por lo que me transladé con tranquilidad hasta el segundo piso. 

Las escaleras tenían un ambiente similar al del pasillo central. Algunas parejas sentimentales se besaban en los extremos, distintos grupos sociales —góticos, rebeldes, normales, populares...— entablaban conversación mientras ascendían a sus clases, aunque la única diferencia entre ellos y yo, es que yo no tenía amigos, ni pertenecía a ningún grupo social; excluyendo al de los perdedores, claramente.

Decidí sentarme en la penúltima fila, con la ventana a pocos milímetros de mi brazo izquierdo. Murmuré un mal vocabulario para mí mismo cuando me percaté de que las mesas estaban en parejas. ¿Y si esa vez me dejaban solo? No, claro que no, ¿acaso creía que unos retrasados mentales con la capacidad mental que les quedaba para insultar a los demás iban a dejarme descansar un solo día? Parecía imposible.

sex appeal ☹ fransykesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora