Érase una vez...

532 44 24
                                    

La bella campiña inglesa, con sus verdes prados y su fresco clima veraniego que podría poner de buen humor hasta a la persona más amargada, era un total deleite para la vista de cualquier persona que lograra poner un pie, ya sea de visita, de paso o para quedarse, en ese mágico lugar. El pequeño pueblo de Akatsuka se encontraba, justamente, en el centro de aquel extenso paramo fértil. Las pequeñas casas de madera y adobe decoradas con techos de adoquines rojos como la sangre; calles de lisa piedra caliza con callejones y callejuelas concurridas de vendedores o simplemente de personas que pasaban por ahí. Un pequeño zócalo en el cual los jóvenes y los ancianos pasaban las tardes de domingo después de haber ido a misa, una escuela, un pequeño hospital y una iglesia era todo lo que uno podía encontrar en aquel encantador pueblo.

Es justo aquí en donde nuestra historia comienza; Tougo, como solía conocérsele por la gente del pueblo, era un novelista ya entrado en edad que no había tenido una sola obra, hasta ahora, que lo sacara de la miseria en la que vivía, pero aun y con todo en su contra, una hipoteca que estaba por vencer y una esposa que lo había abandonado hace mucho, el hombre parecía ser muy feliz, de hecho, era conocido en todo el pueblo por eso. Era muy extraño, siempre sonriendo, como si tuviera la cabeza en la luna o en cualquier otro lugar que no fuera la realidad, siempre hablando incoherencias que nadie se molestaba en tratar de entender "Simples delirios de novelista" solían decir, por eso y más muchos preferían dejarlo siempre solo.

Las únicas personas que al parecer tenían cierta simpatía, muchos decían que era más bien lastima, por Tougo era la familia Matsuno. El hombre de la casa, Matsuzo, y su esposa Matsuyo, siempre solían invitarlo a desayunar todos los domingos a su casa, ambos se divertían escuchando las historias del amable escritor, pero el que siempre se emocionaba más con todas esas fabulosas historias era definitivamente el pequeño Osomatsu, el único hijo de diez años de Matsuzo y Matsuyo. Siempre se quedaba esperando en la ventana moviendo de un lado a otro los inquietos ojitos rojos buscando la figura de Tougo aparecer por la colorida calle; el desayuno era siempre la misma rutina, el escritor llegaba, se sentaba a comer y elogiaba la comida de la esposa de Matsuno, después todos pasaban a la pequeña salita para el té a esperar a que Tougo iniciara con su historia, pero aquel día el escritor no llego a desayunar.

–¿Están seguros de que lo invitaron? –Osomatsu movía algo desesperado sus pies en la silla, ya se había hecho demasiado tarde. –¿Papá, Mamá?

–Es posible que el señor Tougo tuviera algo más que hacer hoy Osomatsu. –Su madre estaba ya levantando los platos. –Probablemente está ocupado trabajando en la elaboración de alguna novela o algo así.

–Pero él siempre llega a desayunar, siempre. –Replicó Osomatsu con un pequeño puchero en los labios.

–Los adultos tenemos más obligaciones que simplemente andar contando historias a los niños. –Le regaño su padre desde el sillón en donde fumaba tranquilamente de su larga pipa, el olor a tabaco lentamente esparciéndose por la sala. –Anda a tu habitación y termina con los deberes que mañana temprano tienes escuela.

Osomatsu pateó molesto una de las patas de la mesa mientras subía las escaleras a paso pesado para finalizar azotando la puerta de su habitación, un berrinche más de cualquier niño malcriado. El señor Tougo le había prometido terminar con la historia que había empezado en la cena de la semana pasada y Osomatsu no iba a esperar una semana entera sin saber que iba a ocurrir con el protagonista; con cuidado, y la inocencia que tiene todo niño a esa edad, abrió la portezuela de su balcón procurando hacer el menor ruido posible, por suerte su balcón daba justamente hacia uno de los abedules del jardín de su madre, era simplemente cuestión de agilidad y suerte para alcanzar la rama más cercana y poder trepar al árbol para descender por el mismo y salir por aquel agujero roído en la cerca de su propiedad.

Corrió todo lo que sus pequeñas piernas le dieron, cuesta abajo por la calle principal, buscando la casa del escritor; cruzó los enormes jardines de las casas a su paso hasta llegar a la parte más alejada del pueblo, una pequeña hilera de casas de madera algo gastadas se dejaba ver bajo el ardiente sol de aquel medio día. Bajo el pórtico de la última casa, la más alejada de todas, se encontraba el señor Tougo descansando en soledad. Osomatsu corrió hacia él con una enorme sonrisa en sus labios, pero fue desacelerando el paso a medida que se aproximaba y podía apreciar la sonrisa torcida del mayor al verlo llegar. Tougo se levantó, solo lo suficiente, para hacerle una señal al menor para que se acercara más; Osomatsu camino despacio dejando una distancia prudente, algo no le estaba gustando.

–Ven acércate. –Le tendió la mano, la tinta manchaba gran parte de su palma. –pequeño Osomatsu ven aquí, siéntate en mi regazo. Hoy tengo un hermoso cuento especialmente solo para ti.

–¿De verdad? –Brillaron sus rubíes de emoción haciendo lo que el mayor decía sin poder esperar más por su premio.

–Claro que sí. –Lo tomo firmemente de la pequeña cintura pegándolo más a su cuerpo ahogando la torcida sonrisa como mejor podía. – la historia de un hermoso joven, así como tú, que por perseguir a un doloroso conejo azul hacia una madriguera debajo de un viejo roble encontró sin quererlo un maravilloso país, lleno de cosas maravillosas y locuras que no tienen explicación.

–Qué historia más rara. –Ladeo la cabeza el menor, pero aun así esperando pacientemente por que el mayor comenzara a narrar su extraño cuento. Tougo simplemente sonrió ante su inocencia y apretó un poco más el agarre sobre el pequeño cuerpo de su linda Alicia para iniciar el relato.

–Érase una vez...– Porque todas las buenas historias siempre inician con un "Érase una vez..." ¿Verdad?

SR AliciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora