Osomatsu y la madriguera del conejo.

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Una pequeña hoja, de un intenso color verde, cayó sobre su rostro. Osomatsu, un joven aristócrata que recién había cumplido los veinte años, se encontraba descansando bajo la cómoda sombra de aquel enorme roble, durante toda la mañana se la había pasado huyendo de su nodriza que solo se la vivía regañándolo para que comenzara con sus lecciones ya sea de piano, de protocolo y etiqueta o poesía, literatura y matemáticas. Osomatsu resoplo con hastió deshaciéndose de la hoja, que aburrida y gris era la vida en Inglaterra, siempre había alguien que te decía lo que tenías que hacer y lo que no podías hacer ¡Lecciones! ¡Lecciones! ¡Y más lecciones! ¿Y todo para qué? ¿Para convertirse en un buen adulto? ¿Igual de miserable que su padre? No, gracias.

El solo quería vivir despreocupadamente, soñando entre las nubes y los días de lluvia, vivir en un lugar en donde nadie te diga que hacer, donde siempre haya miles de aventuras, cosas nuevas, esperándote a la vuelta de la esquina, un perfecto mundo de ensueño... un país de las maravillas. Con pereza estiro su cuerpo dispuesto a levantarse, si se apuraba podía llegar justo a la hora de la comida; antes de escapar por la puerta de servicio de la cocina pudo oler perfectamente como las cocineras estaban preparando un delicioso Kedgeree, por desgracia apenas pudo ponerse de pie escucho como a su espalda los arbustos comenzaban a moverse abruptamente.

Dio un paso atrás poniéndose en pose defensiva, si era algún extraño que quería atacarlo entonces pelearía, si era algún empleado enviado por su nodriza a buscarlo entonces huiría, no quería llegar a casa y que lo primero que hicieran fuera regañarlo como si no hubiese un mañana, pero nada lo preparo para lo que salió de los arbustos. Un ¿Conejo? Bueno, tenía orejas, largas y de un bonito color blanco, además de las características patas de los conejos, la enorme diferencia que cualquier idiota con dos dedos de frente podría notar era que, además de estar vestido como aristócrata de la corte de la Reina, tenía rasgos perturbadoramente humanos; el bonito rostro algo redondo, los cabellos negros y aquellos zafiros que lo miraban con curiosidad. Osomatsu le sonrió coqueto, la verdad es que no estaba nada mal.

De pronto el conejo metió la mano en uno de los bolsillos de su azulada chaqueta sacando un dorado reloj de bolsillo, abrió los ojos desmesuradamente después de leer las manecillas ¿Cómo era posible que un conejo pudiera leer la hora? De un solo brinco comenzó a alejarse de un muy sorprendido Osomatsu.

It's so late!– Corría y corría sin darse cuenta que por su paso había dejado una estela de papeles. Osomatsu levanto uno sorprendiéndose de que se tratara de una fotografía en poca ropa del conejo ¡Que locura! Pero no se le ocurrió una mejor idea que seguir al de azul y guardarse la foto en uno de los bolsillos del saco, ya la usaría después, si saben a lo que me refiero.

–¡Espera! –Grito tratando de alcanzarlo, pero el joven conejo ya había desaparecido en lo que parecía ser una enorme madriguera debajo de las raíces de un roble. –¿Cómo se supone que entre por aquí?

Se veía demasiado pequeño, es mas ¿Cómo pudo entrar por ahí ese maldito conejo? ¡Si casi se veía de su misma altura! Osomatsu rodeo el enorme tronco tratando de buscar otra entrada, o al menos algo que le dijera que ya había perdido completamente la cabeza como para ahora estar dispuesto a lanzarse a las profundidades de un hueco en la tierra solo para perseguir a un conejo humanoide. Volvió de nuevo al punto de inicio y sin más se encogió de hombros dispuesto a entrar en la madriguera, igual y no podía estar muy profundo ¿Verdad? Es decir, los conejos no excavan muy profundo, lo peor que podría pasarle seria quedar atrapado en aquel hoyo con el culo de fuera.

Primero enterró la cabeza, lo único que veía era oscuridad, sus manos se sujetaban fuertemente de las salidas raíces del roble para no caer de lleno en el agujero de conejo, pero un pequeño ¡Crack! Y la repentina sensación de vértigo que experimento hizo que comenzara a gritar como niña. ¿Qué se supone que era todo aquello? ¿El hoyo sin fondo que te lleva al otro extremo del mundo? Osomatsu caía y caía en la aplastante negrura de aquella madriguera, no podía ver absolutamente nada a su alrededor, era como caer en la nada. Cayó y cayó, durante quien sabe cuánto tiempo, y seguía sin parecer tener final.

SR AliciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora