CAPITULO 4

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SITUACION DESCONTROLADA

Hermione miró fijamente a Malfoy. Por lo menos ahora su rostro no parecía sacado de una mala película Gore. Soltó un suspiro de resignación y, haciendo uso de la varita del mortífago, lo levitó hasta uno de los sofás que estaban ante la chimenea. Sentía todos sus nervios de punta, estaba estresada, cansada, adolorida y no sabía cuántas cosas más. En cambio, Luna parecía la mar de relajada.

-Te van a salir canas antes de tiempo si sigues preocupándote de esa manera, Herms.

-¡Qué canas ni que  niño muerto! ¿Cómo puedes estar tan tranquila?

-No veo por qué preocuparme hasta el cansancio cuando no es necesario…

-Joder, Looney. Primero, somos prisioneras de esa panda de locos. Por si tu cabecita loca aún no lo ha procesado, ese que estaba en el Gran Comedor, el que tiene cara de reptil y da un miedo que acojona, es Lord Voldemort en persona, amo y señor del mundo mágico inglés. –Agitó los brazos, desesperada por ver algún tipo de reacción en la rubia, que se limitaba a mirarla fijamente.- Segundo. Te han prometido a la fuerza con uno de ellos. ¡Te han regalado como si fueses una vaca!

-Vaya, gracias por la comparación…

-Tercero. A mí me han convertido en una maldita esclava. No tengo varita y no podré defenderme de cualquiera que quiera retorcer mi adorado y amado pescuezo.

-A veces pienso que te encanta ponerte melodramática.

-Y para rematar –ahí había elevado tanto la voz que se extrañaba de no tener visitas indeseadas atraídas por sus gritos- ¿Te has percatado de lo que tu maldición le hace? Vale que sea el maldito hurón, joder, pero sigue siendo un ser humano. Creo.

-Tranquila, hasta donde yo leí, que no fue mucho, por cierto, sólo el maleficio y cómo había de pronunciarse, no lo va a matar. Esos accidentes son… correctivos. Si te ataca, es castigado. Su misión es cuidarte, no dañarte.

-¿Qué sólo leíste cómo  lanzar la maldición  y punto? ¿No sabes los efectos secundarios ni la repercusión que tendrá en él…? –Hermione se dejó caer, derrotada, junto al rubio- Me protege. Pero lo hace en contra de su voluntad. Es como si le sometiéramos a un imperios bestial, pero con la diferencia que aquí no puede resistirse.

Miró a Malfoy con verdadera lástima. Cuando se despertase en sus cinco sentidos, no iba a estar de muy buen humor. Mejor se quedaba calladita y no le contaba nada de lo que había descubierto sobre su… nueva condición.

-Déjalo, Herms –Luna se levantó- Tengo que irme.  Me quedan siete plantas por subir. Viviré ahí, junto a Blaise. Por si puedes o te permiten visitarme.

-¿Cómo puedes estar tan tranquila cuando yo lo único que quiero es esconderme debajo de una piedra en el lago y no salir durante los próximos mil años?

-Porque así estoy viva. Y prefiero vivir una vida así que morir. La muerte es irreversible. La esclavitud no. Descansa. Aquí nadie te hará daño. Toda la mazmorra le pertenece a Malfoy.

Y sin más, la dejó allí sola. Hermione se sentía al borde del agotamiento mental. Se acurrucó en el sillón, procurando no rozar al chico y se quedó dormida.

Esperó a que la lunática se marchara y la sangre sucia cayera por fin dormida para abrir los ojos. Había escuchado toda la conversación que aquellas dos descerebradas habían mantenido. Lo habían sometido a una maldición que impedía que dañara a la mujer que ahora dormitaba tan tranquila a menos de treinta centímetros de él. Bufó de nuevo. Tenía que averiguar en qué consistía el puto hechizo y ver cómo se libraba de él.

-Malditas sean las dos –se levantó con cuidado. Le dolía la cabeza y se sentía sucio. Miró su camisa y encontró manchas de sangre. Por eso estaba tan preocupada la sangre sucia. Aquella imagen hizo que su enfado subiese de nivel. Se giró para quedar cara al sofá y lo pateó con todas sus fuerzas. La chica se levantó de un salto, momentáneamente desorientada. Cuando logró centrase, tuvo el coraje de fulminarlo con la mirada. Draco ignoró ese gesto y se dio la vuelta.

-Sígueme.

-¿Por qué debería? –Hermione lo miró desafiante, mientras se cruzaba de brazos y alzaba el mentón. Sabía que aquel gesto jodía a más no poder al rubio. El mortífago se giró hacia tan veloz que no pudo verlo hasta que lo tuvo casi encima.

-No me busques las cosquillas, maldita imbécil –la agarró con fuerza de la muñeca y apretó con fuerza hasta casi astillar los huesos. El alarido de ella sirvió de calmante para la agonía que se desató en su cabeza.- Eso es, sangre sucia, grita. Es música para mis oídos.

Hermione lo miró a través de las lágrimas. Podía ver el dolor que él estaba padeciendo y que soportaba sin venirse abajo, cuando ella estaba a punto de perder el conocimiento por su apretón. Le observó limpiarse la sangre de la nariz.

-¿Cómo puedes aguantar tanto dolor? ¿Qué te han hecho para ser como eres ahora?

-Siempre he sido así, Granger. –Malfoy caminaba por oscuros pasillos llenos de telarañas. Hacía tiempo que nadie vivía allí.

-No, antes eras insufrible, un niñato creído, hijito de papá que todo lo conseguía a base de amenazas y chanchullos. Pero ahora, eres… así…

-¿Así cómo, Granger? –Malfoy se detuvo y la miró de reojo, con aquella sonrisa de medio lado que la atraía y cabreaba a partes iguales- ¿Por qué soy un cabrón sin alma? Porque quizá me gusta serlo. Quizá porque, por culpa de seres como tú y tus jodidos amiguitos, no me dieron opción. Eso es algo que nunca sabrás.

Reanudó la marcha y la condujo hasta unas habitaciones casi minúsculas. Seguro que, en sus tiempos de estudiantes, fueron usadas para guardar escobas y equitación deportiva.

-Bienvenida a tus aposentos, sangre sucia. Quiero que empieces inmediatamente a adecentar todas las mazmorras. Y claro está, como eres muggle, lo harás todo sin magia. Si yo fuera tú, comenzaría rápido. Tienes dos días para dejarlo todo reluciente.

Hermione apretó los labios, frenando la sarta de insultos y maldiciones que pugnaban por  brotar de ellos. Lo asesinó con la mirada mientras se marchaba, dejándola sola. En su interior, se prometió por su antiguo orgullo Gryffindor que averiguaría lo que había convertido a aquel chico de apariencia angelical en el monstruo que era ahora.

MALEFICA SANGUINEWhere stories live. Discover now