Capítulo 2

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El cielo de Pensacola, Florida, estaba oscuro y cubierto de nubes cuando Reneé llegó a uno de los cuatro estacionamientos de la Iglesia Calvario. Era una mañana de domingo muy húmeda, y la lluvia caía en ese momento, estacionó su Ford Escort de cuatro años lo más lejos posible del edificio de ladrillos. Reneé sabía que los miembros mayores de la iglesia apreciaban los estacionamientos cercanos, muchos de los cuales estaban ocupados por madrugadores—y locos, pensó Reneé—creyentes. Sentía respeto envidiable por aquellos que se levantaban a tiempo para asistir a la escuela dominical a las ocho de la mañana, pero el hecho de dejar voluntariamente la comodidad de sus acogedoras sábanas de franela a las seis de la mañana, era gracioso. Llegar veinte minutos antes de la clase dominical de las nueve y cuarto era como ir al trabajo; no tenía que despertarse hasta las siete y media.

Miró su reloj y movió la cabeza en señal de satisfacción. Llegar no a tiempo, sino temprano a la iglesia había sido su resolución de año nuevo y la estaba cumpliendo. Reneé sonrió y miró hacia el cielo para compartir su resolución con Dios. Hoy era el primer domingo dl años. Tomó la cartera, el paraguas, la biblia y el libro de apuntes y se bajó de su Escort. La envolvió una llovizna fresca y molesta—se veían pequeñas gotas flotando en el aire—y ella mostró una sonrisa de fastidio. ¡Otro peinado perfecto echado a perder! Por haber vivido sus veintisiete años en Pensacola, estaba acostumbrada a la interminable humedad de la costa del golfo, pero todavía se enfadaba cuando se tornaba físico. Su fino cabello color castaño no podía soportar el ataque.

Al caminar cuidadosamente por el estacionamiento mojado, vio un automóvil con las luces encendidas. Un proyecto de ley en la Florida incitaba a los conductores a manejar con las luces encendidas en la lluvia y esta llovizna era suficiente para que se prendieran las luces. Miró de nuevo con el entrecejo fruncido. La semana pasada había sido la primera vez que veía el Oldsmobile 442 rojo, convertible, modelo 1969 y entonces también tenía las luces encendidas. Hubiera sido difícil no ver ese auto en particular ya que era muy parecido al que su hermano Michael tenía cuando estaba en la escuela secundaria y ella en preparatoria.

El domingo pasado, por curiosidad, se había acercado hasta el 442 con las luces encendidas para verlo mejor y llegó a la conclusión de que el dueño sería una de esas personas que llegan puntuales a las ocho de la mañana, ya que el capot estaba frío. Pensó en buscar al dueño en el enorme edificio de la iglesia pero luego rechazó esa idea. Era difícil encontrar a alguien en ese laberinto, y más aún, cuando no se sabía a quién buscaba. Recordando el listado que Michael le había escrito de cosas que podía hacer y cosas que no podía hacer antes de dejarla manejar, se acercó a la puerta del conductor.

—Reneé, nunca, pero nunca, cierres con llave un convertible—repitió las palabras de su hermano—. Los ladrones cortan el techo de lona para robar la radio.

Reneé había intentado abrir la puerta, y sonrió al ver ceder el picaporte. Aparentemente, el dueño de este Oldsmobile vivía bajo la misma regla, aunque posiblemente por haber vivido alguna experiencia de este tipo. La lona blanca tenía un tajo de diez pulgadas justo detrás del asiento del conductor cosida con un grueso hilo, evidencia de la villana actividad a la cual se refería su hermano. Compadeciéndose del dueño, se estiró y apagó las luces. Echó una rápida mirada al reluciente automóvil, recordando afectuosamente sus años de adolescente. El automóvil de Michael levantaba el ánimo; estaba maravillosamente restaurado, excepto por la parte cosida del techo. En algún momento tendría que llamar a Michael, quien vivía de alguna manera contra su voluntad en Minnesota, para contarle del vehículo. Reneé había sido la típica hermanita malcriada, siempre alabando el automóvil, pidiendo que la llevara a pasear y siendo molesta. Michael, en gesto de generosidad, dejó a Reneé manejar hasta el cine con dos amigas el día que le dieron su licencia de conducir. Haber manejado el Olds de Michael con el techo bajo en la isla Santa Rosa un día de verano era un recuerdo memorable, a pesar de la insoportable humedad. Amaba el automóvil. Reneé sonrió una vez más y comenzó a cerrar la puerta; luego se detuvo. Abrió su libro de apuntes y escribió: "Las luces estaban encendidas", le escribió al olvidadizo dueño. "Te las apagué. Espero que la batería funcione. ¡Es un maravillosos automóvil!"

Decidió mantener el anonimato de este acto de caridad, por lo que en vez de firmar, dibujó una carita feliz. Apoyó la nota en el asiento del conductor y se fue a su clase de escuela dominical, tarde como de costumbre.

Hoy Reneé miró su reloj y meneó la cabeza.

—Lento aprendizaje—murmuró. No iba a sacar otra vez de apuros al dueño del Oldsmobil, no iba a llegar tarde otra vez a la escuela dominical. Reneé pudo ignorar su remordimiento de conciencia hasta que abrió la puerta de la iglesia. Cada vez escuchaba más fuete las palabras: "hazlo por los demás". Suspiró, dio media vuelta y marchó hasta el convertible. Protestando, abrió la puerta el conductor y se estiró para llegar a la perrilla de las luces. Al alcanzar la perilla, un pedazo de papel que había sido colocado allí cayó al suelo. Sorprendida, lo levantó y le dio la vuelta.

¡Gracias por haber apagado las luces! Contaba con tu sentido de responsabilidad para volver a apagarla si encontrabas esta nota. La batería está bien, es nueva y también lo es el automóvil. ¡Quiero decir que el auto es nuevo para mí! Por lo general no olvido apagar las luces, pero ya que solo lo manejo los domingos o en ocasiones especiales, me debo haber olvidado. ¿Dónde está ese molesto ruido de aviso cuando uno lo necesita? Te agradezco de nuevo. Oldi.

Reneé estaba sorprendida ante una respuesta tan vaga. Oldi, quienquiera que sea, era obviamente una persona amigable. Oldi podía ser una referencia al automóvil, pero ¿alguien se haría llamar "viejito" si no lo fuera? Leyó la nota una vez más. Tenía un tono un tanto disipado. Quizá Oldi fuera un oficial retirado de la Marina. Quizá había quedado viudo recientemente y compró el vehículo para mantenerse ocupado. Sonaba un tanto solitario. Cualquiera que fuese el motivo por el cual había comprado el automóvil, su amigable nota merecía una respuesta. Reneé dio vuelta al papel, tomó una lapicera de su cartera y escribió:

Hola, Oldi. ¡Tienes suerte que me fijé! No me hubiera dado cuenta en absoluto, pero mi hermano tenía un automóvil como ese. Veo que eres menos fanático con el techo convertible de lo que era mi hermano. Nunca ponía el techo, ni siquiera en invierno. ¡Le pagaba a mis padres alquiles de cochera para usar un lado del garaje! Si amenazaba con llover, se quedaba en casa. La única vez que intentamos ponerle el techo nos dimos cuenta que por haber estado bajo tanto tiempo, se había gastado y pegado. Usamos todas las latas de W-40 que había en el garaje para aflojarlo.

Reneé dudo un segundo. No era su intención contarle tanto de su recuerdo favorito. A Oldi no le interesaría. De cualquier manera, ya estaba escrito. Siguió escribiendo:

De todos modos, te felicito por la compra. Es un automóvil muy lindo. (¡Cuidado con el óxido!)

Firmó de nuevo con su carita feliz y dejó la nota en el asiento. Miró el clima desagradable, luego su reloj, y murmuró:

—De nuevo llego tarde.

La belleza del corazón©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora