Carta de despedida.

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Querido hermano.

He muerto, probablemente.

Tal vez estés leyendo esta carta minutos antes de partir al funeral de nuestros padres.

Si te soy sincera, ya me lo esperaba. Había sido informada desde el principio, desde mucho antes de mi nacimiento. Había conocido a un dios... tal vez suene de lunáticos, pero sí... conocí a un dios.

«Su vida acabará apenas su madre dé a luz...», habló con profunda voz, «Y como tú eres la única consciente aquí, ¿quisieras pedir un deseo?»

Y así, durante quince años, pude verte crecer en un lugar seguro. Tuviste una buena madre, un buen padre, viviste una buena vida, gracias a la solidaridad de aquel dios de la muerte.

Hermano mío, ¿sabes cuál fue mi deseo...?

Mi deseo fue darte felicidad.

Mi deseo fue darte una vida.

Y así, teniendo en cuenta que mi vida no acabaría tan prematuramente, pedí aquel deseo, en el que mi vida sería la tuya.

Nuestros padres nunca te lo dijeron, ¿verdad? Tuviste una hermana gemela.

Una hermana gemela que nació muerta.

Una hermana gemela que pidió un deseo...

Un deseo que exigía tu felicidad.

Un deseo que te daba una vida a cambio de la mía...

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