Posar la mirada en los ojos de Elise era como sumergirse hasta lo más profundo de un hermoso y distante océano. Misteriosos, indescifrables... De alguna manera, sentirse libre en el más magnifico de los cielos. Y, al mismo tiempo, quedar atrapado sin oportunidad de escapar.
"Era maravilloso. No, es maravilloso." Me dije a mi mismo mirando la danza que formaban sus pestañas al cerrar sus ojos.
Estaba totalmente a la merced de ese pequeño par de zafiros hechos paraíso, y me encantaba estarlo. Ser prisionero de su mirada era el sentimiento más increíble que alguna vez podría experimentar. Sin dudas, tener la dicha de ver hacía lo más profundo de ellos no tenía comparación. Yo tenía el privilegio de ser llamado el dueño de esos ojos, ser amado por ellos. Estaba privilegiado con el tesoro más hermoso de toda la tierra, y este brillaba por mi.
Tenía el privilegio de estar pintándolos en este preciso momento.
De observarlos.
-Cielo, tienes algo en la mejilla.- Le digo suavemente, dudoso de que se asuste y estropee su obra.
-¿Mh? -Ella parece salir del trance en el que se encuentra para mirarme fijamente, y luego lleva sus dedos a la mejilla equivocada. Suelto el pincel en medio de risas.
-La otra. - Señalo. Ella tantea por su cara hasta que siente la textura de la mancha. Chocolate.
-Está bien, píntalo.
-¿Que?- Me extrañé, ella suele ser muy pulcra con su trabajo.- Eso se verá mal...- Traté de negar.
-¡Podremos reírnos cada vez que veamos la pintura! - Dijo entre risas.