En la lluvia.

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Conjunto:


Nos movemos en un pelotón imparable cual caída de relámpago —como aquel que rompió el piso unos metros atrás—. Decidido a ser tenaz, el paso conlleva una sincronía sutilmente fundida con la respiración del grupo entero.
En fila de dos, nos turnamos para atajar el viento. Es un trabajo donde la idea es ahorrar energía y resguardarnos de tanta inclemencia.
No hay órdenes ni preguntas; solo se oyen palabras consistentes.
Paso yo. Dejame tirar a mi. Vamos un poco lento. Me siento bien. Subamos el ritmo un poquito. Cuidado con el charco. Estamos yendo muy rápido. 
Las gotas no se hacen desear y empapan hasta el corazón. Moverse en la intemperie causa placer y, bajo la lluvia, fomenta muchísimo la amistad.


***


Cámbrico:


La noche tropezó en Laferrere, y en el descuido se le cayó el cielo, la temperatura, todo. Los vástagos del aguacero se multiplicaron en la ruta; tan mugrientos como tercos, eran azotados por los ocasionales autos y aún así sobrevivían.
Allá afuera también me encontré yo. Solitario. Bordeaba el cordón de manera milimétrica, con tal de evitar choques en lo oscuro. Preso en la costumbre de prever factores externos; no entendí que un enemigo invisible me acechaba, hasta que gritó jaque en mi cara.
Llegó la primer estocada. Me torcí en mi espalda. La segunda, rauda y veloz, me obligó a frotar mis manos contra el torso. Tercera. Cuarta. La indecisión acampaba en mi mente. Aislado, a kilómetros de casa, el entrenamiento de hoy se convertía en un calvario.
Rebaño furtivo; busqué refugio entre macizos techados, muros con garabatos y la vereda: infinita, tosca, ausente de humanidad. Hallé un contenedor camuflado en la mansedumbre que invitaba a ocultarme; agachado a espalda de los autos, me otorgué algo de privacidad. Al cabo de unos minutos, planté la trampa y lentamente todo volvía a la normalidad.


***


Manchas:


Las nubes desnudaron sus caprichos y se dieron el lujo de diluviar por horas. Pecan de desconsideradas; no entienden que personas como mi viejo y mi hermano  van a trabajar aún en esas condiciones... Con el tiempo me tocaría vivir dicha suerte.
Pero aquel día yo estaba en casa, sin obligaciones más que cumplir el entrenamiento. Por lo cuál me puse las zapatillas, la ropa y le avisé a mi mamá que iba a salir a correr un rato, alrededor de una hora nomás. —No pises los pozos que después te salpicas y traes toda la ropa sucia; o dámela que la lavo apenas vengas— dijo mi vieja, siempre tan polenta.
Ambos sabíamos que era una misión imposible no ensuciarme un día de lluvia.

Verano a las corridasWhere stories live. Discover now