CUATRO

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¡Ah! Su rostro pálido y bien perfilado; sus enormes y profundos ojos azules; la cálida y agradable sensación al tocar sus rizos dorados. Todo en ella era perfecto... excepto que estaba muerta. Y esta pobre criatura ha sido refugiada por mí. Tengo que esconderla y atenderla, no vaya a ser que la encuentren, pues, sí esto ha de pasar me quedaré sin cabeza y andaré errante por la tierra sin saber mis motivos. Eso me aterra ¡He aquí un cobarde que le teme a la muerte! Ah... pero estoy seguro que en estas épocas del siglo XIX, la muerte esta más activa que nunca. Brilla fuertemente y nos muestra sus espeluznante esplendor haciéndonos temblar como una hoja, mientras leemos este escrito sin sentido, una noche de invierno junto a nuestras chimeneas. Ahí esta el miedo a que el fuego se apague, el temor a morir ¡Qué gracioso como ruegan las personas por su vida a lo último! Tienen varias eternidades para pensarlo en el infierno, si es que existe. Puedo asegurarles que no existe tal cosa. Las descripciones de la Biblia y el libro de Dante "La Divina Comedia" son malentendidas una y otra vez ¡Qué estúpido!

Pues no lea si no ha de gustar esto porque es cuando empieza lo feo ¡Ah! Si no le da miedo no importa, habrá espectáculos en vivo en su habitación esta noche ¡No! Aquí es verano, veintiséis de febrero, con un clima horrible. No he podido descansar.

Bien, lo haré. Contaré mi historia.

Como iba diciendo, aquella mujer estaba muerta y me explicó que gustaba de alimentarse de sangre humana. Estaba vistiéndole, tiré a la basura sus harapos.

Mostró sus filosos colmillos de los que goteaban gotas (valga la redundancia) de sangre.

"Yo te creo" le había dicho. Nunca se sintió así entonces. Solía matar a los extranjeros en la costa, niños, mujeres, en fin, familias enteras; y sabía ocultar muy bien la evidencia.

Se inventaron algo así de Jack El Destripador... ¡pero aquel tipo estaba loco!

De día ella se quedaba mirando al vacío y yo no pensaba interrumpirla. Oh, pero una sirvienta si que lo hizo. Rompió las columnas de la cama y con sus astillas clavó en cada muñeca de la desgraciada una de ellas y antes de que reaccionara ya le había partido el cuello, abrió su vientre con sus poderosas y filosas uñas y comió como una posesa sus órganos. "Mi cómplice" . No parecía humana haciendo eso, pero el rojo le quedaba.

No trató de escapar. Aguantó mucho tiempo. Años, unos diez. Volví del trabajo. Ya muchos sospechaban. Todo en mi habitación y la de ella estaba destrozado, ventanas rotas.

Me dirigí a la parte baja de la ciudad y la seguí hábilmente "Tienes tanta hambre pero no has tenido el coraje de matarme"

"Ya, estúpido mortal. No calmarás mi sed"

"¡Ah! ¿No? Yo deseo la muerte, pero por tanto que meta un cuchillo por mis venas no muero y es culpa tuya ¿Sabes?"

"Sentirse solo es un asco. Valoro cada uno de tus gestos y charlas."

"Vale". Sonreí. Todo estaba en llamas.

Le tomé del cuello y entonces dejó de... "vivir". Destrocé su cabeza con un fierro, corté sus miembros en diez partes y los arrojé al río.

La gente medio muerta y quemada lloraba. Me llamaban "Mensajero de Dios". Asqueroso. Soy un total hijo de puta. Yo no existo, estoy para observar la historia. He matado muchos humanos y criaturas de otro tipo y la hora me dice que todo pasa muy lento mientras le das cuerda al reloj. Además, la regla también me dice que: "Querida, aunque estés aquí yo te amo, de tus manos quiero saborear la muerte, muéstramela"

¡Ah! Mire para atrás. Y ahí estaba.

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