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Una mescolanza de colores hizo que su estómago se revolviera, cuando sintió que el mundo dejaba de dar vueltas, buscó un bote y fue a vomitar ahí. Se quedó quieto unos segundos y luego levantó la vista. Ahí, ante los ojos de Naín apareció su apartamento, con todo y una gruesa capa de polvo; aunque considerando que había estado tanto tiempo fuera, eso era razonable. Guardó el sello en la bolsa de su pantalón y fue directo hacia la regadera. Hacía tanto que no disfrutaba de un buen baño que no pensó en otra cosa más importante que eso.

Procuró con mucho cuidado dejar las cosas en casi el mismo estado en que las encontró, así si a alguien se le ocurría visitar su apartamento no notaría su regreso, pues aunque lo que Alef le hubiera dicho podría ser mentira, tampoco podía darse el lujo de dejar que lo vieran después de tres días de haber "escapado" de la cárcel.

No estaba muy seguro de por dónde empezar a resolver el dilema. Necesitaba a alguien que lo ayudara, alguien en quien confiar. Primero se le ocurrió buscar al ortán, pero podría ser muy peligroso debido a su cargo; pero si no era él, solo quedaba entonces otra opción, Amitai. Él no tenía ninguna influencia en el gobierno, pero al menos podría acercarse al ortán sin levantar sospechas y arreglar una entrevista entre ellos dos, y entonces sí contar con alguien que pudiera mover influencias para darle una oportunidad de defenderse de sus falsas acusaciones.

Salió de su apartamento con mucha cautela, procurando no ser visto por ninguno de los soldados que cumplían con su rutina diaria.

Ocultó su rostro levantando la solapa del saco que había tomado de su departamento y se apresuró a llegar a la lavandería del cuartel, pues contaba con una puerta que daba hacia el exterior que muy pocos conocían.

Una vez dentro, tomó un cesto de ropa sucia y lo puso sobre su hombro para evitar ser notado y funcionó, todos los soldados estaban tan concentrados en sus tareas que ninguno notó a otro más que estuviera entre ellos.

Naín suspiró cuando la puerta se cerró tras él y la calle apareció ante sus ojos, esa había sido, como quien dice, la parte difícil y aunque ahora, recorrer las cuatro cuadras que lo separaban del apartamento de Amitai no eran lo que le preocupaba, si debía seguir siendo cuidadoso.

Caminó presuroso por la acera fingiéndose normal, aunque la verdad era que por su cuerpo corría una cantidad impresionante de adrenalina, después de todo, esa era la primera vez que actuaba fuera de la ley.

Mientras caminaba, un papel pegado en un poste le llamó la atención; era un afiche exactamente igual al que Alef le había mostrado, ofrecían por él una suma de dinero impresionante y lo catalogaban como extremadamente peligroso.

Ese afiche era el colmo de los colmos, los ixthus pagarían caro su bromita del falso escape.

Arrancó furioso el papel del poste y lo arrugó metiéndolo en la bolsa de su pantalón. Un tacto tibio y redondo en su mano lo extrañó, no recordaba haber metido nada en sus bolsas, sacó la pequeña cosita con cautela, adivinando ya lo que sería. Era el mismo sello que tantos estragos le había causado. Se asombró de verlo ahí, estaba seguro que lo había dejado en el otro pantalón. Intentó soltarlo en cuanto lo vio, preocupado de que volviera a hacer otra de sus gracias; pero no cayó, sacudió con ímpetu su mano; pero nada, seguía ahí, retándolo a deshacerse de él. Parecía como si estuviera pegado a su mano, sin embargo, podía pasarlo de una mano a otra, sostenerlo con el brazo o cualquier parte de su cuerpo, incluso podía soltarlo dentro de sus bolsillos; pero no alejarlo de sí.

Un par de señoras pasaron por su lado mirándolo con extrañeza, mientras intentaba de todas formas deshacerse del sello; entonces se dio cuenta de que llamaba mucho la atención y dejó el asunto del sello para cuando llegara a salvo a la casa de Amitai.

Apretó el paso y en pocos minutos ya estaba frente a la puerta, tocó con insistencia; pero nadie acudió a abrir, entonces recordó que seguramente Amitai estaría en el cuartel y no regresaría hasta más tarde. Decidió usar la llave que Amitai siempre "ocultaba" en un macetero de la entrada. Entró cautelosamente y se sentó en el sofá a esperarlo; ahora que estaba seguro dentro de la casa sacó el sello del bolsillo. Esa arrogante, tibia y casi viva figurita representaba a todos aquellos que sin ninguna razón hacían de su vida un lugar desagradable. Todo había marchado bien hasta que decidieron meterse con su él y su familia. Sólo ellos eran los responsables de la muerte de Ben, de su injusto encarcelamiento y ahora de su falsa huida; pero no los dejaría ganar tan fácilmente, ellos querían verlo derrotado, o por lo menos fuera del camino; no obstante eso le hacía sentirse mejor, sabía que lo consideraban lo suficientemente peligroso como para preocuparse por deshacerse de él; si tan solo supieran que eso no era posible. Sonrió ante ese pensamiento, y ya más animado se levantó para averiguar la manera de sacarse ese sello de encima.

Fue hacia la cocina y buscó algo con que ayudarse. Empezó con una cuchara, pero esta se dobló, tomó un tenedor pero todos sus dientes se quebraron; finalmente intentó varias veces con un cuchillo, pero el sello estaba firmemente pegado a su mano. Lo intentó una vez más, sin embargo en esta ocasión el cuchillo dejó un profundo corte en su mano. Naín farfulló una maldición y fue de prisa al baño para usar el botiquín de primeros auxilios.

Ixthus, El LlamadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora