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Mientras tanto, Naín había llegado hasta un parque abandonado. Había caído de espaldas sobre un montículo de grava. Se incorporó sacudiéndose los guijarros que se le habían incrustado en los codos y brazos y por la luz que proyectaba la luna, podía decir que eran cerca de las tres de la mañana.

Sacó su móvil para asegurarse de la hora y saber qué tan lejos estaba del cuartel. 

Según el mapa, el cuartel donde buscaría primero a Aczib y a Darcón, estaba a quince kilómetros. Era una ruta que conocía bastante bien, no tendría ningún problema para llegar.

Sacó la caja plateada que Gera le había dado y se puso la armadura debajo de su ropa, sólo para que nadie lo viera con ella y lo identificaran inmediatamente como un ixthus. Al final se enfundó la espada al cinturón y comenzó a correr. Aprovechó la oscuridad que envolvía a la ciudad, así podría moverse sin que nadie lo viera, pues la mayoría estarían dormidos a esas horas.

Se detuvo varias veces durante el camino para descansar y beber agua, pero aun así avanzó muy rápido. No pudo evitar pensar en Sara cuando pasó por su casa, se sentía culpable hacia ella, seguramente ya había dado a luz y él no había estado para apoyarla. Si aún había algo que lo detuviera para vengarse de Darcón eso era la responsabilidad que sentía hacia su cuñada.

Poco a poco aminoró el paso, hasta detenerse por completo. Se quedó mirando sus zapatos como preguntándole a sus pies si era correcto detenerse en su casa, luchó unos segundos en su interior y luego, dio media vuelta y avanzó  hacia la casa de Sara.

Se acercó nervioso, no sabiendo bien lo que tenía que hacer o decir. Tocó el timbre pero nadie acudió a abrir y supuso que sería porque estaba dormida. Insistió tocando la puerta con sus nudillos, sin embargo, al primer golpe, ésta se abrió fácilmente. Se asustó de que la puerta no estuviera cerrada, esa no era una buena señal. La empujó con precaución y entró.

La casa era un desastre total. Parecía que un tornado había pasado por ahí. La sala estaba volcada, las sillas y mesas de la cocina estaban hechas pedazos al igual que la vajilla.

— ¿Sara?—llamó preocupado— ¿Estás aquí?

Al no obtener respuesta comenzó a temer más por ella. Mientras seguía andando por la casa pisó el control remoto de la televisión y ésta se encendió.

El conductor de las noticias hablaba sobre la más reciente noticia que había sacudido a toda la región de Lod: Un supuesto ataque ixthus en las afueras de la ciudad, encabezado por Naín, había dejado varios muertos.

Luego la imagen en la pantalla cambió, mostraba a un joven militar que era entrevistado para dar a conocer más detalles sobre el ataque, y bajo su imagen aparecía su nombre y ocupación que ponía: siftán Amitai.

Naín no lo podía creer, ahora su mejor amigo estaba tras él, pensando que era un peligroso criminal.

—Sabemos que este reciente ataque fue perpetrado por un ex siftán de los cazadores—comentaba Amitai— y por lo tanto lo consideramos una prioridad para atraparlo en nuestra agenda. Le aseguramos a la comunidad que no tiene nada de qué preocuparse, estamos muy cerca de atrapar a los responsables y el ejército no tendrá compasión de él, aunque en un tiempo pasado haya servido con nosotros.

No pudiéndolo soportar más, Naín apagó el televisor y comenzó a dar vueltas por la sala, inquieto.

—Sabía que no tardarías en aparecer.

Una voz proveniente de la cocina lo sobresaltó. Cauteloso Naín se asomó y vio una figura sentada en una silla. El hombre se levantó y salió a la luz del alba, entonces Naín supo de quién se trataba. Ahí, frente a él, estaba Darcón.

Naín no esperaba encontrárselo así, él pensaba que debía ir a buscarlo, pero al parecer la suerte le sonreía. Ahí estaban los dos cara a cara y completamente solos. No podía ser más perfecto.

Pronto los recuerdos cruzaron por la mente de Naín y una descontrolada furia comenzó a llenar su cuerpo. Pero no debía dejar que ella lo dominara, debía controlarse y enfocarse en lo que debía hacer.

—Que gusto verte—dijo Darcón con sarcasmo.

—El placer es todo mío—dijo Naín—. Por fin podré matarte.

Darcón rio con una risa muy desagradable.

—Naín, muchacho ¿Crees que por haberte unido a esa peste llamada ixthus tienes la capacidad de matarme?

— ¿Dónde está Sara?—exigió Naín.

— ¿Sara?—repitió Darcón con esa áspera risa—pues ella está... muerta. Pero se defendió bien eh. Mira todo el desastre que dejó.

—Mientes.

—Bah, por favor, ella no me importa nada y tú tampoco, no son más que excremento en el zapato.

Naín ya no pudo contenerse más.

—¡Entonces haré que te importe!—gritó.

Con gran velocidad atravesó la cocina y tomando a Darcón del cuello lo levantó.

La risa se había apagado en la garganta de Darcón y ahora pataleaba y gemía tratando de soltarse de Naín, el cual, concediéndole su deseo, lo arrojó muy lejos estrellándose contra la pared.

—Bien, bien—dijo Darcón mientras aplaudía burlonamente—, veo que te enseñaron muy bien.

Naín se acercaba lento pero decidido hacia Darcón, disfrutando su venganza.

—Tengo una duda—continuó Darcón— ¿Te habrán enseñado a detener una bala?

Sorpresivamente, Darcón sacó un revólver y disparó directo al corazón de Naín. Pero Naín imitando los movimientos que le había visto hacer a Alef, levantó su antebrazo y se accionó el escudo que detuvo la bala.

—Sí, lo hicieron—dijo Naín.

Y con toda la fuerza que tenía, le dio un puñetazo en la cara a Darcón. Pronto la sangre comenzó a salirle a borbotones y le impedía respirar. Naín aprovechó la oportunidad para amarrarle las manos y los pies. Una vez completamente indefenso el ortán, Naín sacó su espada y se la colocó debajo de la barbilla, sin embargo, algo inusual ocurrió. El fuego del que estaba hecha la espada y que normalmente no causaba daño alguno, comenzó a quemar considerablemente la piel de Darcón, el cual se quejó escandalosamente, pero Naín no la apartó ni un milímetro. Quería que sufriera lo más que se pudiera.

—Me voy a divertir contigo Darcón.

—Sí, sí, sí hazlo. Si muero al menos te habré enseñado algo bien, a vengarte. Vivirás con dos muertes en tu conciencia. La mía y la de tu hermano.

— ¡Cállate!—Lo interpeló Naín y luego le hizo un profundo corte en el brazo que pronto comenzó a arderle y a quemarlo—, yo no mate a mi hermano ¡fuiste tú!

Naín arremetió contra Darcón, buscando clavarle la espada en el corazón, pero de repente todo dio vueltas y él y Darcón desaparecieron.

Ixthus, El LlamadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora