Traver.
El clima en la casa club estaba relajado, lo cual, en cierto modo me ponía los pelos de punta.
He tenido treinta años de experiencia, sabía el momento exacto en el que todo se iría a la mierda. Como ahora, las cosas habían estado calmadas durante meses, nadie había interferido en nuestros asuntos, habíamos salido a rodar dos veces el último mes, dos prospectos se convirtieron en miembros oficiales y las putas del club estaban más generosas que nunca, dando mamadas y rápidas folladas sin la intención de quedarse a pasar la noche y hacer la mierda de despertar juntos y demás.
No había más nada que jodida calma.
Es por eso que me movía inquieto en mi silla, apretando con demasiada fuerza el cuello de la botella de cerveza que sostenía en mi mano. Tenía el pulso acelerado y mi piel estaba tan erizada como una puta a punto de correrse. Mi mandíbula estaba tan apretada que incluso escuchaba mis dientes crujir y la risa de mis hermanos me estaba sacando de quicio.
Se sentía como una bestia respirando detrás de nuestros putos cuellos.
Y mierda, yo necesitaba jodidamente calmarme.
Intenté relajar mi mandíbula cuando Leg, mi Presidente y más cercano amigo, se acercó a mí. Cuando las sombras de las luces dejaron de jugar en su rostro, pude notar su expresión y mi pulso se aceleró aún más.
Aquí venían las malas noticias.
Me obligué a mí mismo adoptar una expresión vacía, lo último que necesitaba era que Leg se diera cuenta de que estaba ansioso de nuevo, muy pocas veces ponía esa rara expresión en su rostro, podía ver la muerte en sus ojos, todo él reflejaba violencia, podía jodidamente olfatear el derramamiento de sangre que se avecinaba. Éste hombre que se paraba frente a mí con su mandíbula apretada y sus manos echa dos puños apretados me necesitaba y sobre todo necesitaba la tranquilidad y seguridad que como Sargento en Armas podía darle. Y por la mierda, se lo daría.
—Ven conmigo. —Dijo apenas me alcanzó, con la expresión más lúgubre que alguna vez había visto en él.
Dejé la cerveza a medio terminar sobre la mesa y me levanté sin dudar, tomando una gran bocanada de aire. Necesitaba recordarme que en este momento, mi hermano me necesitaba tranquilo, debía sobreponerme a la mierda que hervía en mi interior.
Hace tiempo, cuando Leg me vio en mi peor momento de ansiedad, me enseñó una especie de táctica que me ayudaría a controlarlo, al menos superficialmente, porque siendo honestos lo único que podía calmarme era derribar algunos cuerpos, pero no siempre se podía, así que contar hasta veinte aguantando la respiración solía bastar. Sin embargo ésta vez no llegué a los veinte, porque cuando por el número quince, llegamos hasta donde Leg me conducía.