Joe, silvestre conejo.
De patas negras y orejas pequeñas.
Dando tumbos en una camioneta.
Respiración agitada y conmoción precipitada.
“Y no sé a dónde va”
“Recién se fue esta mañana”
Joe era padre y no de iglesia.
Joe era un conejo, de mala suerte.
Su aliento silbaba, ojos rojos.
Su imaginación volaba y él no paraba.
“Y no sé a dónde va”
“Olía a hierba natural”
“Era muy solitario”
“Y su cueva olía mal”
Oh, pobre Joe…
¡Tres metro voló, por la maldita acera!
¡Le dolía la maldita cabeza y temblaba al compás de sus latidos!
¡Del suelo surgían esas sombras, que lo acechaban cada noche!
“¡Vamos Joe, un beso a tu madre”!
“¡Vamos Joe, no seas un desgraciado ahora!”
“¿Dónde está Joe?”
“¿Dónde creen que este”?
Oh, pobre Joe.
No huía de nada, solo de fantasmas con forma de calabazas.
“Vamos Joe, volvamos a casa”