Desde el principio de ésta interminable y dolorosa Odisea, el Universo había estado mandando señales muy claras a Yoongi: Sunny y él no podían estar juntos. Le costó muchísimo trabajo acallar sus propias voces interiores, las cuales le recordaban aquello una y otra vez. Se repetía a sí mismo que no tenía por qué sobrepreocuparse, que si él luchaba, que si ella luchaba también, no habría nada ni nadie en todo el mundo, y en el ya nombrado Universo, que los pudiera separar.
Se odió a sí mismo por tener unos pensamientos tan infantiles, olvidándose de buenas a primeras que aquello era la realidad y no un cuento de hadas.
Era horriblemente doloroso, era como si tuviera todo el peso del mundo en su pecho, apretándolo y dejándolo sin respiración.
El Destino había hecho de las suyas, había separado aquello que desde el principio, no debió estar unido.
Tal y como llegó a su vida, desapareció. Llevándose con ella gran parte de su ser, por no decir que esa chica se lo llevó por completo. Habían pasado cuatro años desde la última vez que le vio, cuatro años sin saber de ella. Porque se marchó sin dejar siquiera una nota, se marchó sin llevarse ni una pieza de ropa, sin despedirse de él, de Jungkook, del psicólogo de pacotilla, de Hoseok o de su hermano.
Llegó a la conclusión de que algo le había pasado, esa joven de tan sólo 17 años no podía sobrevivir sola, sin nada, allí afuera. Buscó y buscó pero jamás encontró absolutamente ninguna evidencia de su partida.
En las noches frías, cuando todo estaba oscuro, su única compañía era un viejo disco con la misma canción sonando una y otra vez y una botella del mejor whisky que la familia Min se podía permitir. Cabía recordar que la familia Min se podía permitir siempre lo mejor de lo mejor. Sus cambios de humor, sus borracheras y los destrozos que ellas causaban, eran cada vez peor. Se sentía traicionado, enfadado y triste, porque el Universo se llevaba siempre todo aquello que él amaba, desde sus hermanos, que acabaron separándose de él cuando huyó a Seúl, su difunta madre, hasta Sunny. La dulce y pequeña Song Sunny, aquella que tantos dolores de cabeza le causó.
Quería despertar de aquel horrible sueño y tenía la esperanza de que algún día podría volver a verla. Cuando aquello pasara, él le apretaría contra sus brazos y no la dejaría ir, nunca.
[...]
Una de esas noches, el timbre de su apartamento sonó tres veces. Cansado, pues acababa de volver de trabajar de aquella compañía que él tanto odiaba, decidió ignorarlo. Pero aquel estridente y odioso ruido se volvió a repetir. Yoongi se levantó y a paso lento llegó a la puerta, pero tras mirar por la mirilla, no vio a nadie. A punto estuvo de ignorar todo aquello y darse un baño para poner fin a su infernal y agotador día. Pero algo dentro de él lo detuvo.
Un sobre. Un sobre marrón fue lo que se encontró cuando abrió esa puerta. No había nada escrito, ninguna dirección, ningún sello, nada. Al abrirlo se encontró con un cd dentro. De alguna manera recordó que su padre solía mandar amenazas de esa manera a sus enemigos. Pues ser uno de los hombres más ricos y con más poder de Asia tenía mas contras que pros.
El pálido Min Yoongi se quedó perplejo y sin palabras porque, tras poner el cd en uno de sus viejos reproductores que casi ni usaba, se encontró con un vídeo que despertó todo lo que había dormido en él durante éstos cuatro años. Era ella, era Sunny. En el vídeo sonreía, estaba en una playa y parecía pasárselo bien. La boca del joven se abrió por la sorpresa y sus labios se secaron. No podía creer lo que sus ojos veían. Se preguntaba a sí mismo si era un espejismo. Pasaba su mano por la pantalla, pero no era lo mismo. Quería tocarla, sentirla. Un pesado nudo se formó en su garganta y sus lágrimas, las que llevaba años aguantando, comenzaron a caer. Una por una borrando el dolor que el no saber dónde estaba el amor de su vida le había causado.