Capítulo Uno: Viejas deudas

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Draco Malfoy de veintidós años caminaba rápidamente por las transitadas calles del Londres Muggle. Apenas había salido de su trabajo, debía llegar a casa para almorzar y luego salir nuevamente a su segundo trabajo de los tres que tenía. Suspiró mientras esperaba el cambio de color del semáforo, acostumbrarse a esas cosas había sido demasiado complicado para él solo, pero luego de la guerra no le había quedado más opción que vivir en el Mundo Muggle.

¿La razón? Ellos eran mortífagos, o al menos Lucius lo había sido pero nadie conocía la verdadera historia detrás de aquella fachada de persona fría y cruel, nadie sabía las veces que su padre lo había defendido de los castigos crueles de Voldemort, o las veces en que lo había abrazado cuando las pesadillas habían acudido a él.

Si tan sólo Severus estuviera con él, pero le había prohibido tener contacto con ellos desde su condena. Draco sintió un profundo dolor, iba a perder a una de las personas que más amaba en el mundo, y él era tan débil que no podría hacer nada para salvarlo.

Cuando Narcissa murió, Lucius fue condenado a pasar sus días en Azkaban mientras él fue desterrado completamente solo del Mundo Mágico sin poder utilizar su magia, y así había terminado viviendo en el Mundo Muggle. Al llegar, las cosas no resultaron sencillas, él era un mago, y estaba acostumbrado a usar su magia, todo resultó difícil de aprender, pero cuando lo consiguió se sintió orgullo de él mismo.

Draco había tenido la fortuna de conseguir que el Ministerio de Magia le otorgara el permiso de visitar a su padre una vez al mes, cuando lo visitaba sentía que estaba en casa al lado de una de las personas que más amaba, pero todo cambió cuando repentinamente un día Lucius enfermó, él pidió ayuda pero por supuesto sólo recibió risas y burlas de los demás, a nadie le importaba la vida de un mortífago. Draco no comprendía lo que sucedía con su padre, Draco tenía mucho miedo de perderlo, él era quien lo impulsaba cada día a seguir adelante, pero si su padre llegara a morir su vida ya no tendría sentido.

Con esfuerzo y llegando a prácticamente humillarse, había conseguido que le permitieran a su padre permanecer en la enfermería de Azkaban, pero por supuesto allí no recibía el tratamiento indicado, Lucius necesitaba ser atendido de San Mungo, aunque por supuesto eso no sucedería. Draco sabía que sólo si alguien sumamente importante del Mundo Mágico abogaba por ellos, podrían tener una oportunidad de recuperar todo lo que les había sido arrebatado.

Él sabía que eso no sucedería, había perdido hace mucho las esperanzas de que esa persona apareciera y los ayudara, después de todo, quién querría ayudar a la familia Malfoy.

Continuó su camino hasta que llegó a su casa, era pequeña pero contaba con todo lo necesario, además era lo único que podrían pagar, entró y dejó las llaves en la pequeña mesa de la sala.

—Estoy en casa —dijo a la nada.

El lugar se sentía tan vacío como el primer día que había llegado a vivir en aquel lugar, regresar del trabajo siempre era demasiado doloroso, estaba tan cansado de todo que en algunos momentos deseaba cerrar sus ojos y no despertar nunca más, pero el sólo recordar de su padre lo hacían recapacitar y seguir adelante, porque si él no trabajaba no tendría los medios para continuar con la vida que llevaba. .

Fue directamente a la cocina y se preparó algo sencillo para almorzar, no tenía hambre pero no deseaba enfermar y preocupar a su padre. Cuando terminó, se marchó a su cuarto y se dejó caer en la cama, dio vueltas en ella y abrazó la almohada con fuerza.

«¿Qué puedo hacer para ayudarte, papá?», pensó Draco, pero aunque intentara encontrar una respuesta sabía que era imposible. Cerró sus ojos y antes de quedarse profundamente dormido unas cuantas lágrimas de dolor se escaparon de sus ojos.

El precio de la libertad [HARCO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora