Capítulo Dieciséis : El final de nuestra felicidad

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Harry tomó el cuerpo de Draco entre sus brazos y con horror vio el profundo corte que tenía en la frente. Realmente le preocupaba ya que la herida sangraba demasiado. Pronto las personas que trabajan en el ministerio comenzaron a acercarse. La secretaria de Harry le dijo que podía llamar a San Mungo para que se encargaran de la atención de Malfoy. Y aunque Harry hubiera preferido llevarlo él mismo sabía que no era conveniente moverlo. Así que simplemente asintió y dejó todo en manos de su secretaria. En menos de diez minutos los sanadores llegaron al Ministerio y rápidamente trasladaron a Draco. Harry regresó a su despacho, tomó su capa y salió del lugar, no se había percatado que sobre su escritorio habían quedado abandonados los anillos de Draco.

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La llegada a San Mungo llamó la atención tanto del personal como de las personas que allí se encontraban, pues resultaba sorprendente ver al esposo del Ministro de Magia ser ingresado al hospital. Por supuesto Harry apareció segundos después, seguía de cerca la camilla en la cual trasladaban a Draco quien no se había movido en todo el trayecto. Cuando llegaron hasta las puertas de la sala de emergencia salió un medimago y le impidió la entrada.

—No puede entrar, Señor Ministro —habló con respeto.

—No, yo debo asegurarme de que esté bien —alegó, no podía dejar a Draco solo, pero el hombre no lo dejó entrar.

—Nos haremos cargo de la salud de su esposo, pero usted no puede entrar. Lo siento, pero son reglas del hospital. —Dio media vuelta y entró nuevamente a la sala de emergencias. Harry apretó los puños con fuerza y tuvo ganas de gritar. ¿Por qué tenía que suceder todo esto? Draco y él estaban en su mejor momento, pero ahora todo se había ido a la basura. Aceptaba que se había equivocado, pero había tratado de enmendar todos sus errores, sólo que el que más afectaba a Draco no tenía solución.

Se dejó caer en una de las sillas de espera y llevó sus manos a la cabeza. No sabía que haría ahora, Draco nunca lo perdonaría. El peso de todas sus malas decisiones comenzaba a caer sobre él y no sabía cómo hacerles frente. Una sanadoras se acercó a él y con vos tímida le pidió que fuera a la recepción ya que debía llenar unos documentos con los datos de Malfoy. Respiró profundo y se levantó de su lugar para seguir a la joven. Harry podía sentir las miradas sobre él, pero no les dio importancia. Se concentró en llenar los formularios y cuando todo estuvo listo regresó a la sala de espera. No iba a moverse de ahí hasta no tener noticias de Draco.

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Trascurrió aproximadamente una hora cuando el medimago salió por la misma puerta. Harry rápidamente se puso de pie y fue hacia él.

—¿Cómo se encuentra Draco? —preguntó. El hombre le sonrió.

—Su esposo se encuentra bien, con la caída se fisuró la muñeca y debido al golpe que recibió en la cabeza sufrió una herida, pero no tiene de que preocuparse, él estará bien —le aseguró. Harry respiró profundo y sintió una gran tranquilidad.

—Gracias, ¿puedo pasar a verlo? —preguntó. Pero el medimago negó.

—Aún no despierta, en cuanto lo haga autorizaré su visita, pero no tiene de que preocuparse —lo tranquilizó. Aunque Harry tenia deseos de hablar con él sabía que debía ser paciente, así que simplemente asintió. El medimago le comentó que en cuento fuera posible una sanadora le informaría en que habitación se encontraba Draco para así poder visitarlo. Finalmente el hombre se marchó nuevamente y Potter decidió hablar con Ron y Hermione para avisarles sobre lo sucedido. Quizás era buena idea avisarle a Snape también.

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Lentamente Draco abrió los ojos, le tomó unos segundos aclarar su mirada y finalmente se percató de que se encontraba en una habitación de San Mungo. Poco a poco comenzó a recordar lo sucedido y rápidamente se llevó una mano a su vientre temiendo lo peor. En ese momento la puerta se abrió y el medimago entró. Sonrió al verlo despierto.

El precio de la libertad [HARCO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora