Un cuento

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Brisa disfrutaba de la hora del recreo con sus compañeros, teniendo siete años se llevaba más bien poco con ellos, excepto quizás con Horacio, un niño entusiasta que era muy divertido.

Habían estado corriendo y jugando a los congelados, Brisa cansada se fue a sentar en la banqueta del salón.

-¿Si has notado que te cansas muy rápido?- cuestionó Viento.

-No lo sé- Brisa se encogió de hombros.

-Bueno, eres pequeña y te estás desarrollando, te faltan muchas cosas que descubrir de ti misma, recuerdo un poco de mis primeros tiempos de existencia, aunque son recuerdos algo confusos- a Viento le encantaba hablar, y a Brisa le gustaba escucharlo.

-¿Cómo eran esos tiempos?- se mostró interesada.

-Bueno, en aquel entonces no había muchas cosas sobre el planeta, igualmente lo podía ver todo, como ahora, pero no entendía que era, las montañas rocosas eran enormes, los valles y llanos estaban llenos de plantas que ya no existen, las cosas se movían con aún más antojos que hoy en día, y sobre todo ocurrió algo... de una cueva salió un pequeño ratón, los animales, todas esas criaturitas que respiran, me sentí tan terrible cuando descubrí que ellos me absorben y se comen mis partes de oxígeno, creí que iban a tragarme y no dejar nada de mí, eran demasiados.

Los humanos eran los más extraños de todos, se juntaban en grupitos y alejaban a los otros grupos de ellos mismos.

Luego descubrí que las plantas con sus hojas verdes y su fotosíntesis creaban nuevo oxígeno, volví a ser el mismo de antes, descubrí que gracias a eso no me consumo y se lo agradezco a las plantas, que me mantienen justo como soy.

No puedo decir lo mismo de los humanos, ¿Sabes lo que traigo en la espalda? Excesos de monóxido de carbono, se siente tan asqueroso, me están enfermando, y todavía son ahora los que más oxígeno consumen- Brisa contuvo su respiración y sus mejillas se inflaron.

-¡No hagas eso! Es lo que te mantiene viva- Viento entra en su nariz por la fuerza pero es inútil, Brisa al fin soltó la respiración y tomó una gran bocanada.

-Es que no quiero consumirte- dijo la niña.

-No pasa nada, para eso soy, es para lo que fui creado, así tu vives y podemos hablar- Viento sacudió el cabello de la niña.

-¿Entonces la vida viene de una cueva?- le preguntó Brisa.

-Eso no te lo puedo decir con exactitud, aunque más que una cueva es una grieta del universo, la vida está desde que tengo memoria, pero no les había puesto atención al principio, más cuando me encontré por primera vez a mi hermano Aire saliendo de esa misma cueva, estaba siguiendo a ese ratón mientras le gritaba ¡Tonto! ¡Allá no estoy yo! ¡Si no estoy yo te vas a morir! Pero sólo yo lo escuchaba. Y entonces nos revolvimos.

Le pregunté de donde venía, y me dijo que de un lugar igual a este pero que las cosas no se teletransportaban como él dijo, sino que se deslizaban a veces, nos revolvimos y nos dimos cuenta que estamos hechos de lo mismo, igual tenemos variaciones en ciertas partes, depende de la presión de cada parte del planeta y de que planeta estemos.

-Espera ¿Tienes un hermano? ¿Un lugar donde las cosas no se teletransportan aunque no sean barnizadas en rojo? Nunca había escuchado algo como eso- se sorprendió la pequeña, que justo unas horas antes habían tenido clase de Ciencias naturales y geografía y lo que decía el libro no concuerda con lo que cuenta Viento.

-Existe un lugar, un planeta parecido a este, de él vienen los seres vivos en realidad, sus entradas ahora son sólo conocidas por mí y por Aire, aunque quizás uno que otro humano haya descubierto algo al respecto, la verdad es que después de discutirlo con mi hermano, como aquel lado fue creado primero la llamamos Tierra, y ésta es la otra Tierra-

-¿Otro mundo? Qué extraño- Brisa se levantó.

-No tienes idea, quizás después te cuente las cosas con más detalle. Viento se dio cuenta que había soltado mucho la lengua, aunque no podía evitarlo, siempre había querido hablar con alguien.

-Por favor no le digas nada a nadie, los humanos pueden enloquecer- pidió Viento.

-No pensaba hacerlo- Brisa miró a sus compañeros, Mía había sacado una cuerda y se la mostraba a Mauricio.

-Hay que jugar a brincar la cuerda- lo invitó.

Mauricio le habló a Laura y Laura invitó a Horacio, que se terminaba una torta y caminaba hacia Brisa.

-Ya voy- le avisó a Laura y caminó hasta quedar frente a su amiga.

-¿Vamos a brincar la cuerda?- le preguntó sonriendo.

-¡Claro!- Brisa le devolvió la sonrisa y ambos corrieron con sus demás compañeros que ya tenían tomada la cuerda por los extremos.

Viento estaba calmado aquel día, había unas pocas nubes en el cielo y el clima era agradable.

-¿Te importa si cantó?- preguntó Viento a su amiga, y ella negó disimuladamente.

-Te toca Brisa- le decía Mía que acababa de perder porque sus pies se habían enredado cuando saltaba.

Brisa comenzó a saltar llegando hasta treinta.

-Luego le toca a Horacio- decía Mauricio que sostenía uno de los extremos de la cuerda.

Viento comenzó a cantar.

La alegría que sentía
Al cruzar la bahía
Junto a la niña perdida
Que me encontré en el tranvía.

La voz de Viento era melodiosa. Brisa perdió y pasó el siguiente.

Horacio saltaba agilmente la cuerda, estaba durando más que los demás.

Alegría de la gran vida
Que una vez vi fuera
De una revista donde
Siempre triunfaba el amor.

A Viento le gustaba cantar casi cualquier cosa, y a Brisa le gustaba escucharlo.

Una pequeña espina entre roja y negra cayó en la nariz de Mía.

-Va a empezar a llover- se quejó la niña.

Cayó otra espina, luego otra más, y luego caían muchas de ellas en un torbellino.

-¡Niños! Entren al salón- les llamó la maestra, que solía vigilarlos desde lejos.

Los niños corrieron dejando la cuerda en el suelo del patio.

-¿Y la cuerda de Mía?- preguntó Laura cuando estaban todos adentro.

-¡Voy por ella!- gritó Horacio y salió rápidamente, mala idea, pues una lluvia de espinas era peligrosa y te podía mandar al hospital, Brisa corrió detrás de él.

La lluvia comenzaba a ponerse más fuerte, Brisa traía un suéter con capucha pero Horacio no.

-Viento ¿Puedes ayudarlo?- preguntó Brisa, cubriendo su cabeza.

Horacio también se cubría, pero las espinas chocaban y rodeaban al niño antes de llegar a su cabeza, y sólo te podías dar cuenta de esto si ponías atención, el niño al fin encontró la cuerda y la levantó y sacudió las espinas.

Llegó entonces la maestra con un paraguas. Brisa estaba a un lado de ella.

-Horacio, no deben salir así en la lluvia, te puedes lastimar- la maestra puso el paraguas en la cabeza de los niños hasta que estuvieron de vuelta en el salón.

-Aquí está tu cuerda- le entregó Horacio el objeto a Mía.

-Gracias- contestó la niña y la guardó en su mochila.

-Bueno, es la hora de español así que saquen sus libros de lecturas, vamos a leer un cuento- decía la maestra.

Los niños se sentaron en los pupitres.

Viento miró al cielo, otra vez la presión y el exceso de vapor de agua que se convertía en espinas, había cosas de él mismo junto a las condiciones del lugar que simplemente no podía controlar. Dependía de su entorno así como los seres vivos dependían de él, así como él dependía de ellos.

Todo era una interrelación que permitía la existencia.

Historias De Aire Y Viento Donde viven las historias. Descúbrelo ahora