Brisa y Viento

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La otra Tierra

La señora Ibarra y el señor Ibarra estaban felices por la próxima llegada de su descendiente. Sólo que al séptimo mes, la señora Ibarra sufrió un ataque de sarampión que puso en riesgo su embarazo. Afortunadamente, a los ocho meses y dos semanas de gestación, nació la pequeña Brisa sin complicaciones y su madre se recuperó pronto.

Brisa llegó a este mundo donde las cosas rara vez se quedan donde las personas las dejan. Nunca se sabe, pues son muy caprichosas.

En aquella casa brillaba alegría y los señores Ibarra estaban encantados, hasta las cosas irradian felicidad.

Aún así, la pequeña fue llevada a muchas revisiones, y al parecer Brisa crecía sana. Aunque a veces Brisa oía voces, no era esquizofrénica, símplemente se le había generado una enfermedad parecida a la otosclerosis, sólo que esta le producía escuchar ciertas cosas que otras personas no.

Un día Brisa, con cinco años de edad caminaba en el parque, cansada de lanzarse tantas veces por la resbaladilla se sentó  bajo un árbol.

El viento era un poco fuerte y le golpeaba el costado y la mejilla, escuchaba el silbido de este de un modo que nadie más podía.

La señora Ibarra leía un libro en un banco, y de vez en cuando volteaba a ver a su hija. Brisa cerró los ojos y escuchó más, una canción acompañaba el ambiente.

Había una vez un barco chiquito, había una vez un chiquito barco, había una vez...
-Un barco chiquito... Tan chiquito tan chiquito que no podía navegar- continuó Brisa la canción que se sabía, junto a aquella voz.

Al escucharla se silencio, y el viento dejó de correr.

-Y los víveres y los víveres comenzaron a escasear- terminó la niña -¿Quién eres? ¿Dónde estás?- preguntó mirando a su alrededor, el viento se había quedado quieto.

-¿Puedes escucharme?- preguntó la voz que le hizo cosquillas en su oído.

-Te escucho, ¿Dónde estás?- Brisa se levantó y miró de nuevo, buscando.

El viento volvió a correr, más fuerte que antes. -Yo soy el Viento, y nunca ningún humano había podido escuchar mi voz- un remolino la rodeó.

-Creí que sólo silbabas- Brisa se quitó un mechón de cabello de su rostro.
-Me gusta cantar de vez en cuando- le respondió Viento.

-¿Dónde estás?- cuestionó Brisa por tercera vez. Aún intentando encontrarlo.

-Estoy aquí y allá, al otro lado del mundo y sobre el mar, lo cubro todo con mi existencia, soy el viento y de mí viven todos- sopló un poco más fuerte.

-Pero no te veo- dijo Brisa metiendo sus manitas en sus bolsillos.

-¿Brisa con quien hablas?- su madre la estaba viendo.
-¡Con el viento!- gritó la niña. La señora Ibarra volvió a su lectura "Un nuevo amigo imaginario" pensó.

-Bueno, nadie puede verme, soy invisible a los ojos de todos los seres vivos, pero siempre estoy aquí- la voz de Viento era la de un joven entusiasmado.

-Debes ser muy grande- mencionó Brisa.
-Más de lo que imaginas- y dicho esto la voz de Viento viajó lejos de allí.

Viento estaba sorprendido y admirado. En toda su existencia nunca había sido escuchado por ningún humano. Sólo él y su hermano  Aire se escuchaban. Habían sido creados para ser combustible de seres vivos y transporte de millones de cosas diferentes. Eran contenidos por la atmósfera y lo cubrían todo. Sólo que la Tierra no era el único lugar en el que estaban, su lugar eran la Tierra y la otra Tierra como ellos las llamaban.

Viajaban, siempre viajaban, lo recorrían todo, hasta los lugares menos imaginados, lo veían todo. Siempre cambiaban a cada paso. Eran entes incomprendidos pero completamente necesarios.

Viento miró donde su voz había llegado en la otra Tierra, cientos de kilómetros lejos de aquel parque, donde una niña lo escuchó cuando cantaba inconscientemente.

Era simplemente sorprendente, un humano escuchando.

En el suelo un niño manejaba una bicicleta, iba muy rápido, parecía que huía, viento más cerca de él le revolvió el cabello lanzandolo hacia atrás, y el niño reía, Viento lo empujaba de frente y el niño pedaleaba más fuerte.

-¡Voy contra el viento!- gritó el niño.

-¿Es divertido verdad?- se reía Viento, pero el niño no lo escuchaba. Este llegó a su casa y entró dejando la bicicleta en su patio. Viento pensó de nuevo en la niña. Volvió a viajar su voz hasta lo más lejano de una selva amazónica, donde millones de animales de todos tamaños abundaban con sus ruidos y ajetreos sordos y comunes.

Entre estos, un murciélago comía frutas, y en el mismo árbol las abejas zumban en su panal. Viento las arrastró.

-¡Vuelven rápido!- gritó una de ellas en su idioma. Pero por más fuerte que volaban, las pobres terminaron dando maromas no consentidas, hasta que Viento dejó de ser tan brusco con ellas, entonces las abejas recuperaron su formación. No podían detenerse a preguntarse que había pasado, tenían que trabajar para hacer más miel, recolectar más polen, extender el panal y todas esas cosas.

Viajando un poco más, en un patio al otro lado del mundo, una anciana le daba de comer a unos patos, muy concentrada en su tarea, Viento pasó tan rápido que le voló su sombrero y levantó su larga falda, la anciana pegó un grito.
-¡Qué fuerte está el viento hoy!- y caminó rápidamente por su sombrero.

Viento volvió al fin al parque donde estaba la niña, que se iba de la mano de la señora Ibarra.

-Mamá, me duele el oído- dijo la pequeña Brisa.
-Brisa, te dije que no te quitaras el suéter, más tarde te voy a llevar al doctor mi niña- decía tanto sebera como dulce la señora Ibarra.

Viento pensó que esa niña que podía oír, tenía algo en los oídos, y tal vez cuando la curen ya no podría escucharlo. Muchas personas le hablaban al viento, pero nunca se dirigían a él cortésmente, ni le preguntaban como estaba. Deseó que esa niña siguiera siendo especial.

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