Capítulo IV La clase que cambió todo

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Capítulo IV

La clase que cambió todo

Ya había pasado la mitad del curso académico. Como había repetido en clase innumerables veces el tutor Juan, Bachillerato formaba parte de la educación secundaria postobligatoria, y por lo tanto tenía carácter voluntario. Comprendía dos cursos académicos, que se realizaban ordinariamente entre los 16 y 18 años de edad. Por tanto, los alumnos debían sentirse orgullosos de estar allí, realizando el itinerario de ciencias.

Bachillerato tenía como finalidad lo siguiente:

1) Proporcionar a los alumnos formación, madurez intelectual y humana, conocimientos y habilidades que les permitan desarrollar funciones sociales e incorporarse a la vida activa con responsabilidad y competencia.

2) Capacitar a los alumnos para acceder a la educación superior.

En resumen, según la normativa vigente:

Las actividades educativas en el Bachillerato favorecerán la capacidad del alumno para aprender por sí mismo, para trabajar en equipo y para aplicar los métodos de investigación apropiados.

En el currículo educativo del colegio, las asignaturas generales eran Lengua, Filosofía e Inglés, ya que debían preparar a los alumnos para el EvAU, la prueba equivalente a la antigua Selectividad.

Por ello, y aunque prácticamente nadie en clase lo reconociera, los alumnos se esforzaban para llegar con una nota media decente a la temida prueba. Al fin y al cabo, al menos en el caso de Amaya, era su pasaporte de salida del colegio. Y necesitaba un sello de entrada bien marcado en la universidad, uno que reflejara una nota media alta para poder estudiar lo que soñaba desde que había llegado a primero de la Enseñanza Secundaria Obligatoria (ESO).

El día que les dijeron a los alumnos que el colegio iba a invitar a varios especialistas de la rama de ciencias para que impartieran conferencias, Amaya sintió una punzada de emoción en el estómago. Decidió convertirse en la mejor oyente y prestar la máxima atención a cada uno de los invitados.

Debido a que el colegio había realizado un notable esfuerzo contactando con los ponentes, sincronizando sus agendas y convenciéndoles para asistir a dar una charla, en el claustro de profesores decidieron que los alumnos debían realizar un trabajo escolar sobre ese tema.

El tutor de la clase de Amaya les dijo que por parejas o en grupos de tres debían realizar un cuestionario para posteriormente preguntar a uno de los conferenciantes acerca de cómo había aplicado a lo largo de su trayectoria profesional lo aprendido en el ámbito académico. Además, añadió que él no intervendría en la formación de las parejas o grupos de trabajo y que debían ser los alumnos quienes organizaran el tema.

Tom se acercó a Amaya en cuanto acabó la clase con el tutor y le preguntó con brillo en los ojos:

- ¿Quieres que nos pongamos juntos para hacer el trabajo?

Amaya recordó que la última vez que habían tenido que trabajar juntos habían sido de las parejas más lentas en acabar la tarea asignada. Sin embargo, por otra parte, pensó que el hecho de que su compañero fuera de otro país le daría una visión interesante a la cuestión. Además, al acercarse él a ella, se ahorraba el tiempo y la vergüenza de tener que buscar a otra persona para pedírselo.

El profesor les había repartido previamente el programa con los invitados. Amaya estaba segura de que sería una jornada realmente interesante, puesto que eran expertos multidisciplinares y tenían profesiones relacionadas con las ciencias en ámbitos diversos. Enseguida localizó el de mayor interés. Un ingeniero aeroespacial llamado Simon Rodrigues. Según el folleto, trabajaba en una agencia aeroespacial y había llegado a ser astronauta durante un mes en una plataforma en el espacio exterior.

- Deberíamos quedar para hacer el trabajo sobre Simon Rodrigues – comentó inmediatamente Amaya antes de que Tom pudiera proponer a otra candidato o candidata.

- Parece que lo tienes muy claro – dijo Tom. ¿Quieres que quedemos? –añadió el chico, esperando a respuesta de ella.

- Sí, claro, tendremos que ir juntos a la biblioteca del colegio, o a alguna pública para decidir qué preguntas le haremos al invitado.

- Tienes razón – replicó él.

- ¿Prefieres que nos quedemos por aquí o nos vemos afuera?

Cuando Amaya iba a contestarle, les interrumpió Alan.

- ¿Tenéis grupo? Me gustaría ponerme con vosotros – dijo, tratando de interrumpir el feeling que había notado que había entre sus compañeros.

- Ya hemos adelantado una parte notable del trabajo, agregó Tom, tratando de cerrar el paso a sus intenciones.

- Pero puedes ponerte con nosotros y ayudarnos, puesto que aún no hay nada decidido – dijo Amaya con algo de timidez y emoción contenida. Podemos quedar los tres el viernes por la mañana, en la biblioteca.

- De acuerdo, así lo haremos. Alquilaremos un aula de trabajo grupal. Yo la reservaré hoy con mi carné de biblioteca – dijo Alan, adelantándose a sus dos compañeros.

Al día siguiente, se encontraron a las ocho de la mañana los tres en la puerta de la biblioteca.

- Debemos seguir las líneas de actuación del documento que el profesor ha subido al campus virtual del colegio. Según se indica, hay que hacer un cuestionario formado por un rango de entre 8 y 12 preguntas. Cuantas más, mejor y es importante que sean de interés – dijo Alan.

Al día siguiente, Amaya pensó que Alan parecía un alumno responsable y aplicado. No sólo había dejado reservada el aula de trabajo el día anterior. Parecía tomarse muy en serio el trabajo y eso hizo que le gustara aún más.

Los tres compañeros se centraron en la tarea y trataron de buscar preguntas que pudieran resultar interesantes al entrevistado, al resto de alumnos y al profesor. Según las indicaciones de la hoja de guía, debían hacer un dossier con trabajos previos del entrevistado (Simon Rodrigues) y añadir un cuestionario profesional con preguntas que posteriormente tendría que responder él mismo.

- ¿Qué se os ocurre, chicos? – preguntó Amaya informalmente.

- Podemos ir proponiendo preguntas alternativamente hasta llegar a diez, que es una cifra bastante redonda – contestó Tom.

- Está bien – dijo Alan.

- ¿Estamos los tres de acuerdo? –dijo Amaya

- Sí, lo estamos.

- En ese caso ¡comencemos!

Amaya fue apuntando todas las preguntas, y como resultado de ello, dos horas después de empezar ya habían finalizado la tarea.

Cuestionario

Pregunta 1: ¿Qué le motivó a ser ingeniero aeroespacial?

Pregunta 2: ¿Cuánto tiempo tardó aproximadamente en encontrar trabajo tras finalizar la carrera?

Pregunta 3: ¿Cómo aplicó la teoría aprendida en la universidad en la práctica?

Pregunta 4: ¿Fue difícil aplicar la teoría en el mundo profesional?

Pregunta 5: ¿Qué cambiaría si pudiera del plan de estudios actual de ESO y Bachillerato?

Pregunta 6: ¿Considera que los alumnos de Bachillerato estamos preparados para afrontar la universidad?

Pregunta 7: ¿Se siente satisfecho con la elección que ha realizado en su carrera profesional?

Pregunta 8: ¿Ingeniería aeroespacial es una carrera complicada?

Pregunta 9: ¿Considera que una persona con poca capacidad matemática podría dedicarse a su profesión porque lo puede suplir con esfuerzo?

Pregunta 10: ¿Qué consejo daría a un estudiante que quiere estudiar esa carrera, pero aún no ha hecho la elección en firme?


Amaya en 1º de Bachillerato - Capítulo 1Where stories live. Discover now