Parte 10

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La luz entra por la ventana de sucios cristales. Mierda, otro día comienza; el día de su cumpleaños, un día como otro cualquiera. El pasado año Dean y su padre estaban en una cacería. A él lo dejaron con Josué, un amigo de su padre también cazador. Su décimo cuarto cumpleaños pasó desapercibido para todos, bueno, para todos menos para él. Fue uno de los días más tristes de su vida, y ya había tenido muchos. Dean le pidió perdón cuando volvió y Sam para entonces ya no le dio importancia. Su hermano había vuelto sano y salvo, nada más importaba. Cuando cumplió 13, Dean tampoco estaba con él. Lo despertó su llamada telefónica a las 3 de la mañana, borracho, para cantarle el cumpleaños feliz. Luego le regañó por estar despierto tan tarde. Sam sonrió ante el fugaz recuerdo. Pero entonces su sonrisa desapareció lentamente al volver al presente. Si este año tampoco se acuerdan, no le dolerá como el año anterior, eso es seguro. Incluso preferiría que no lo hicieran. No quiere más de esa hipocresía nacida de la culpabilidad.

La habitación está vacía, tranquila, sale de ella una vez vestido y aseado. Antes de pasar a la sala, oye las voces de Dean y su padre hablando muy bajo; supuso que confabulando contra él. Ha cometido otro error, debería haberse levantado antes, pero tantas noches de insomnio le estaban pasando factura. Temió por la mirada que recibiría de su padre. Tomó una respiración inestable, y se dio a conocer.

-Buenos días- saludó en voz baja interrumpiendo de forma abrupta la conversación a la que obviamente no estaba invitado. Dean se volvió, pero no dijo nada. Sus ojos subiendo y bajando por el cuerpo de Sam, como para asegurarse de que estaba de una sola pieza.

-Buenos días. Desayuna y luego recoge tus cosas, nos vamos por unos días.

Por su tono frío y lineal, Sam no pudo adivinar si su padre estaba enfadado o no.

-Sí señor.

Dean mira hacia abajo abatido, solo desea que su hermano se queje.

Su padre va en la camioneta, ellos detrás, en el Impala. Sam ni siquiera pregunta a dónde van, de todas formas, si necesita saberlo, ya se lo dirán. 

-Sal de tu cabeza Sam, es un barrio chungo-. Su intención era provocar una sonrisa, sin embargo, el tono salió demasiado deprimente incluso a sus propios oídos. Sam parpadeó y lo miró. El coche estaba en silencio, era raro. Entonces se acordó.

-Siento haberte roto la radio.

-Tranquilo-. Tras una breve pausa y sonrisa socarrona, añadió: -la venganza es un plato que se sirve frío-. Sam casi sonrió.

Al llegar a un conocido desvío intuyó a dónde iban.

-¿Vamos a casa de Bobby otra vez?

-Eso parece -contestó sin añadir nada más, lo que obviamente sorprendió a Sam, que esperaba una explicación o información por parte de Dean, ya que últimamente parecía ambicionar una conversación con él. -Bueno- pensó -parece que al fin se rindió conmigo-.

Después de los saludos y al poco de entrar en la casa, John pidió a Sam sentarse. Sam obedeció con un "sí, señor" sospechoso y temeroso, sintiendo como nunca el peso de su secreto. Sus manos inquietas sobre su regazo, torciendo ansiosamente la manga alrededor de su muñeca. ¿Será que su padre lo sabía? ¿Habría sido Dean capaz de delatarlo? 

John se sentó a horcajadas en una silla y sonrió levemente cuando Dean hizo exactamente lo mismo. Eran definitivamente dos guisantes de la misma vaina. Miró de nuevo al pequeño. Lo miró a los ojos un momento, justo antes de que éste inclinara la cabeza. La extrema tristeza en sus ojos casi le hace caer de rodillas. Había visto a Sam melancólico antes, pero ahora era como si hubiera perdido totalmente la esperanza. Podía ver claramente en su mirada el desengaño, la rendición.

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