Prólogo

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Durham, Inglaterra, 1800

Stephen y Ayleen Morgan cruzaron miradas, frente a la chimenea de su confortable casa, había preocupación, no sabían que hacer o que decir realmente; tarde o temprano todo se descubriría, todo lo que construyeron juntos sería destruido. Solo debían esperar y enfrentarlo. Era molesto. Tal ves si, habían cometido un pecado muy grave. La muerte parecía rondarlos. Sus dos hijos ni siquiera eran conscientes de lo que se avecinaba.

Las puertas de la casa se abrieron de golpe, las ventanas se rompieron con un ruido estruendoso que asustó a ambos niños. Su primer instinto fue protegerlos del hombre que acababa de entrar con una violencia brutal. Vestía elegantemente, de buen aspecto, e iba acompañado de dos hombres rudos y corpulentos, mucho más grandes que él, y quizá con más fuerza. Pero, había algo en ese hombre mucho más sombrío que cualquier otra cosa.

-Querida, no hemos terminado nuestra conversación – hizo una pausa deteniéndose en los dos niños. Esbozó una sonrisa aterradora -. No cumpliste con tu palabra. Las traidoras merecen un castigo.

-No estoy obligada a darte nada – respondió con un gruñido -. ¿Por qué debería de hacerlo? Me has faltado al respeto innumerables veces. Has sobrepasado mi autoridad como líder del clan. Siempre has deseado lo que no te pertenece. Yo siempre creí que me apoyabas, que estabas de mi lado. Fingiste ser mi amigo.

-Ese es tu mayor error, ser demasiado confiada – volteó a ver a Stephen -. Elegiste al hombre equivocado, por eso perdiste gran parte de tu magia. Ya que no has querido cederme tu lugar, entrégame a tu hija ¿Qué puedes hacer tu sin poder?

-No te acerques! – advirtió el hombre protegiéndolos con su cuerpo –. Jamás voy a permitir que tus asquerosas manos estén sobre ella – con mucha velocidad desenfundó su espada de su cinturón para apuntarle al cuello del otro hombre que parecía divertirse. Él estaba preparado para lo que fuera con tal de proteger a su familia.

-Stephen, tú siempre serás inferior a mí ¿Es que no te das cuenta?

Tal ves era cierto, pero sabrá dios que había hecho ese tipo para conseguir un poder tan peligroso. Era capaz de todo con tal de conseguir lo que quería. No iba a permitir que se acercará más a su pequeña.

Cariño, huye

Susurró su esposa en su mente para que no pudieran escucharlos.

Llévatelos muy lejos, es una orden.

¿Cómo desobedecer si era una orden? El lo sabía perfectamente, perder a la mujer que tanto amaba era el precio que pagar para salvarse. El sacrificio. Ya no había vuelta atrás. Ni un futuro para ambos. Cogió a ambos niños de las manos y corrió por la puerta trasera de la casa directo al pequeño jardín donde lo esperaba una mujer rubia, muy hermosa, llamada Bridget. Se alarmó al ver que solo iban los 3, se suponía que partirían todos si algo sucedía. Al parecer no sería así. La casa empezó a arder en llamas. Todos los recuerdos se perdieron en esas columnas de humo, donde había convivido con sus amigos que a pesar de las circunstancias juraron amarse aún en el infierno, y a pesar de las diferencias habían logrado algo maravilloso. Sus hijos. Estaban en peligro de ser esclavizados y torturados por el hombre que había fingido ser un buen amigo, el que les traería desgracias.

Desaparecieron del lugar sin dejar rastro.

La bruja despertó aturdida sobre la arena a las orillas del mar, toda empapada, y con cielo estrellado maravilloso. Jamás había visto algo tan espectacular en su vida. ¿En qué se había equivocado?

Los niños seguían inconscientes o muertos, no lo sabía con certeza. Stephen se encontraba haciendo una fogata para proporcionarles calor, lo único que podía hacer por el momento. La devastación se reflejó en su rostro y un gran cansancio, necesitaba descansar, él lo sabía, no obstante, si eso ocurría iba a pensar en cosas muy malas. Muerte. Fuego. Suficiente.

-Ya despertaste – dijo fingiendo una sonrisa –. Creí por un momento que no despertarías, estuviste mucho tiempo en el agua.

-Lo siento, nuestro destino fue al azar, por primera vez en mi vida tuve mucho miedo de perderlos.

-Bridget, después de lo que ocurrió necesito un favor – él miró sus ojos oscuros como la noche, sabiendo que se negaría a esa petición absurda –. Protégelos. Eres la única que puede hacerlo. Yo no fui capaz de proteger ni siquiera a la mujer que amaba – una culpa que cargaría por muchos años –. No permitas que sean atormentados por las sombras de un triste pasado lleno de desgracia. Ellos no deben recordar nada. Quiero que sean libres. Cuando sean adultos ellos tomarán sus propias decisiones.

- ¿y tú que harás?

-Seguiré mi camino. Necesito expiar mis pecados, es por eso que no es seguro que estén conmigo. Al menos no ahora. Algún día buscaré la manera de encontrarlos.

-No puedo hacer lo que me pides – pero al ver su determinación no le quedó de otra –. Al menos permite que uno de los dos conserve sus recuerdos para que cuando crezca pueda encontrarte, por favor – cogió sus frías manos esperando la respuesta de su petición, ya que para ella no era muy agradable arrebatarle todas sus memorias a dos niños que adoraba como si fueran sus preciosos hijos.

-Está bien, mi hijo cuidará de su hermana aún en las sombras, él lo comprenderá, es un niño listo.

Solo se escuchó el ruido de las olas batir y la leña crujir. No suponían un futuro. Estarían en constante riesgo. Lo mejor sería ocultarlos en algún lugar seguro. El tiempo sería su aliado.

Hija de la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora