--Hola, Soy Frank Iero--

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Hola, soy Frank Iero.

La verdad es que no sé si a alguien le interese saber de mí, digo, no soy famoso ni nada por el estilo. Pero soy un humano muy interesante. O por lo menos soy interesante para mí mismo. Bueno, soy más interesante que esta bola de idiotas que están conmigo en la escuela católica a la que me enviaron por haber sufrido una sobredosis de litio el año pasado. Es una especie de castigo el estar aquí y créanme que tengo las mismas ganas de matarme con drogas justo como cuando entré a esta cosa.

Digamos que soy un imbécil problemático con problemas de ira y con complejo narcisista. Eso soy, y si no te agrada la violencia, entonces puedes irte a la mierda de aquí. Anda, te espero...

El viernes – mañana – es el último día de clases y no tendrán más remedio que enviarme a casa otra vez. Pobres de mis padres que mueren porque no regrese, pero no los culpo, no puedo evitar ser de esta manera. Linda y Frank Iero son... muy... cariñosos, pero no conmigo, solo con mi hermana Lily y a mí me mandan a la mierda "sutilmente para que no me sienta miserable" pero yo vivo siendo miserable, así que... no importa.

Suena la segunda campanilla – aviso – que nos indica que hay que ir a cenar. No me gusta la cena de aquí porque parece mierda de caballo, y huele como tal. He bajado unos cuantos kilos desde que entré porque no como casi nada y vivo de dulces que un chico me da y que se roba de contrabando de una de las monjas.

Salgo de mi habitación al mismo tiempo que otros cien chicos más y las monjas nos guían como si fuéramos animales o bebés. Por Dios, tengo dieciocho años.

Todos aquí lucen como chinos, se ven iguales, con una expresión de seriedad en el rostro. No puedo creer lo que les hacen estas señoras a los jóvenes, ahorita deberíamos estar embriagándonos, no mierdas como estas.

- Bendigamos los sagrados alimentos, mis queridos niños – dice una monja. Su nombre es Jane, es vieja, gorda y canosa. Típico – recuerden que no pueden comer nada hasta que el alimento haya sido bendecido, por ustedes... mis puros niños.

Siempre es lo mismo. Estoy tan enfurecido, ni quien quiera bendecir esta mierda de caballo. Todos son una bola de hipócritas, incluso las malditas monjas. Por Dios, Por Dios, increíble lo doble cara que son todos. Miro mis muñecas y reprimo todo el veneno que está por salir de mi boca.

No quiero que me castiguen. La ultima vez que me rebelé, me ataron las manos como esclavo y me encerraron en un cuarto frío con olor a pipí por dos semanas. Mis manos jamás volverán a tener ese color blanco, quedarán las cicatrices. Por eso digo que son hipócritas, Dios nunca permitiría la tortura.

De igual manera, ellas desde que supieron que nací en Halloween, han pensado que soy obra del demonio o algo por el estilo. Y la traen contra mí.

- Dios... - dice Jane.

- Dios... - repetimos todos con los ojos cerrados y las palmas de las manos juntas.

- Bendice estos alimentos...

- Bendice estos alimentos...

- Que son sagrados...

- Que son sagrados...

- Y que estamos a punto de ingerir.

- Y que estamos a punto de ingerir.

- Amén.

- Amén.

- Adelante, hijitos míos, corderitos de Dios. Coman.

Mierda. Para todo tenemos que bendecir. Incluso para ir a cagar ¿tengo que bendecir mi mierda? ¿el retrete? no me jodan, es ridículo. Y no me malentiendan, soy un hombre de fe, pero esta es una estupidez, en serio.

Loosing my religion [Frank&Gerard]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora