Vicio.

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Es curioso como a veces llegan cosas de alguna manera demasiado grandes a nuestra vida y de manera tan repentina. No como una oportunidad o algo del estilo, me refiero a ti.

Como una noche con algunas copas de más decidimos que era buena idea arruinar la amistad, en el asiento trasero de tu auto fue nuestro primer encuentro. Estacionado en medio de la noche recuerdo tus labios entre mis piernas y como me pedías gemir más para ti.
No lo dejamos solo en una noche, la costumbre de llamarnos cuando la soledad nos acompañaba se hacía más frecuente y el gusto por sentir el calor del otro era cada vez más grande.

La sensación de la primera vez que lo hicimos aún me persigue, fue de lejos el mejor sexo que he tenido. El movimiento de tus caderas, fuerte sin dejar de ser delicado, aún hace temblar mis piernas y las huellas de tus dedos se sienten en mi cuerpo.
Los recuerdos de nuestras escapadas en reuniones de amigos y cumpleaños de gente que no conocíamos del todo se repiten en mi cabeza a detalle; tus piernas con las mías, cruzadas buscando refugio en algún rincón cálido de mi cuerpo, tus rosados labios besando mi cuello y tu respiración agitada mientras las yemas de mis dedos paseaban por tu abdomen y lo mucho que te encanta la manera en que lo hago...

Hoy ya no te veo, pero te busco, te busco en los brazos del hombre que llegue a mí, en sus labios, en su pelo, en sus ojos... No busco más que tu cuerpo y cuando estoy a nada de alcanzar el cielo con la punta de mis dedos, el eco de tu nombre se repite en mi cabeza. Me persigue el recuerdo de un placer que no supe controlar y deseo poder tener de nuevo, no me queda más que el sabor de tus labios en mi boca y el recorrido de tu cuerpo que ya me sé memoria.
Te seguiré buscando esperando no encontrarte, y si algún día lo hago me aseguraré de que no sea para siempre.

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