Taulata era lo que todo el mundo esperaba de una bruja pandalume. Una mujer esbelta, larguirucha y de mirada nerviosa, siempre vestida de negro y con los cabellos de un blanco casi luminoso. El Ponzoñero la tenía en alta estima, considerándola de plena confianza, y probablemente eso se debía a que era muy mal juez del carácter. Porque la bruja lo despreciaba con ardor, y si seguía viajando con su grupo era porque disfrutaba de la protección del caudillo y de plena autoridad para hacer lo que le viniera en gana siempre y cuando no le llevara directamente la contraria y le proveyera de hierbas para fumar.
Ella decía no acordarse de lo que le había ocurrido cuando la encontraron, llena de sangre ajena y retorciéndose en el suelo, mientras buscaban el botín en una caravana que ya había sido asaltada. Chilló y golpeó a todo el que se la acercó, menos a Guijón Alto, que le susurró algo que ni ella recuerda ni él comenta. Desde entonces viajaba con el Ponzoñero y los suyos, haciendo augurios, mezclando hierbas para fumar y curando a los pocos heridos que se dejaban poner la mano encima. Por supuesto, recordaba perfectamente lo que le había ocurrido y si se hizo la loca fue porque le convenía para salvar la vida.
Taulata había oído la historia de la Malamala y Sierra Espuña a otra bruja muy mayor hacía años. Había quien decía que era una máscara emparentada con la Máscara Real, no forjada para acompañarla sino para enfrentarla, pero eso era una tontería. También quien la colocaba entre las manos de los espuján modufe, que la habían abandonado en un templo remoto para quien tuviera la valentía de reclamarla. Tampoco eso tenía mucho sentido. ¿Y qué sentido tenía preguntarse de dónde venía? Lo importante es que la Malamala era una máscara muy poderosa, capaz de obrar milagros y con la promesa de liberar a su portador de todas las obligaciones que hubiera contraído durante su vida, que en las sociedades gorgotas eran muchas.
Así que había trabajado diligentemente para el Ponzoñero mientras no paraba de investigar y de hablar con quien pudiera saber algo más. Ya conocía la localización de Sierra Espuña, que no era más que una triste montañita sin nombre, cercana, entre las sierras Osca y Nerega. Y de tanto observar a los acompañantes del hombre-alacrán, por fin tenía a alguien que se la trajera.
Marral había vuelto esa noche, con el ánimo tan sombrío que había sido incapaz de verla entre las sombras. Taulata prestaba atención aunque se hiciera la despistada: sabía que el hombre-gato había sido enviado a matar a su primo y le era evidente su creciente disgusto porque cada vez le pedía más mezclas para fumar, con la misma indicación: "quiero que me relaje, bruja."
Tras esperar un rato por si le daba por volver, para encontrarlo como por casualidad, la bruja se impacientó y salió a buscarlo. Recorrió la alameda sintiéndose como un zorro al acecho de gallinas, llena de anticipación al sentir que su plan se acercaba a su fin. A varios palmos ya se veía a Marral tumbado y envuelto por el humo de la pipa.
—Con este calor no duerme nadie.
El hombre-gato pareció no darse por aludido al hablarle. Su respuesta fue otra calada, y ahora más cerca pudo ver que no llevaba la máscara puesta. Sin duda, debía estar en otro lugar, lejos de aquí.
—Sé lo que te pasa, Marral.
—Cuidado con lo que dices, bruja.
—Si yo tengo cuidado, aún no te he dicho nada.
—Pues mejor lo dejamos así.
En verdad el calor de la noche se hacía asfixiante, incluso tan cerca del Río Alma. La bruja se dio cuenta de que debía tener mucho cuidado con las palabras si no quería sacar de sus casillas al asesino, que estaba más al borde del precipicio de lo que había pensado.
—Quiero ayudarte.
—Pues vete y déjame fumar tranquilo.
—Hay una máscara...una leyenda gargal que te puede servir.
—No veo en qué.
La mujer se aproximó un poco más, pero no hizo ademán de sentarse y hablaba como mirando para otro lado, rehuyendo de los ojos del hombre-gato.
—La llaman la Malamala, porque hasta el hombre más poderoso la teme.
—Sigo sin ver en qué me sirve.
—La temen porque la Malamala es capaz de borrar las obligaciones de su portador. Su voluntad es hueca, no está atada a nada ni nadie y sirvió a más de uno para liberarse de los lazos que no le dejaban hacer.
—No seas necia, ¿cómo va a ser eso?
—De tanto miedo que le tienen le pusieron ese nombre, porque ni nombre tenía. Está en un templo escarbado en la roca, en una montañita entre las Sierras Osca y Nerega, más fácil de localizar de lo que parece.
La bruja, que conocía alos armas, ni siquiera atendió a las respuestas que le iba dando elhombre-gato, porque no le interesaban. Le bastaba plantar la historia,sembrarla en el disgusto de Marral y esperar que creciera con el tiempo hastaobligarle a salir a por ella. Y aunque el asesino no dijo nada más, Taulatatuvo claro que la semilla estaba plantada.
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La Malamala
FantasyRelato para una antología basada en la novela 'Máscaras de Matar', de León Arsenal.