Pesadilla (I)

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Una noche de pesadillas había arremetido en mi mente. Siempre era lo mismo. Alguien me buscaba, nunca dejaba de hacerlo. Y me asustaba, se metía en mi mente; susurraba cómo me mataría. Sin embargo, alguien también me protegía. Y nunca veía su rostro. Sólo sentía la calidez de sus brazos alrededor de mí y eso me gustaba...

— ¡Abajo, todos a desayunar camada! —Gritó mamá desde abajo, cómo siempre tan paciente.

Le guiñé un ojo al espejo, contemplando de ojeada la marca de nacimiento en mi cuello. Una media luna unida a una estrella. Salí trote abajo hacia el comedor. Deliciosos y perfumados panqueques con sirope de chocolate nos esperaban, dulce y ácido jugo de naranja enloquecía a mi paladar. Esa chica debía llegar rápido, el comienzo de último curso tenía que ser lo más tranquilo posible. Mis hermanos devoraron los platos en menos de dos minutos, francamente todos éramos un gremio de bestias insaciables. Dios bendiga las manos de mamá.

—Más te vale no volver mierda mi primer día, Gab —advirtió suspicaz Jordan; mi hermano mayor, que era mi mellizo fraterno el cual se empeñaba siempre en hacer todo primero desde que nació. Habló lo más cauto posible para que mis padres no escucharan, para su suerte se levantaron para hablar en la cocina. Lucían ceños preocupados. Trabajo, pensé de inmediato.

Le saqué la lengua.

—No prometo nada —alegué con una sonrisa diabólica. Sus ojos cafés me demuelen con una promesa vengativa. Nuestros hermanitos mellizos, Adam y Alex; esperaban ansiosos uno de nuestros espectáculos incansables.

—¡Pues no te queda otra! La última vez insinuaste delante de la preciosa chica con la que salía y sus amigas que tenía una enfermedad contagiosa en la piel. ¿Qué rollo tienes?

Se oía enojado. Suspiré con aburrimiento, encogiéndome de hombros.

—Ok, entiendo. Juro no volver a divulgar falsamente que tienes herpes hermanito.

— ¿¡Qué!?

Casi no pude escuchar su reproche de nenita de preescolar. La bocina de Leila me alertó de que ya era hora. Salí disparada a la salida teniendo en cuenta la paliza que me daría Jordan luego. Reí por el pensamiento.

— ¿Lista, ricura?

Rodé mis ojos.

—Claro, princesa. Acelera a tu trasero, no quiero llegar tarde —apremié a mi sádica mejor amiga. Sus ojos verdes destellaron con adrenalina. Pisó el acelerador cómo el mismísimo demonio, revolviendo mí desayuno.


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Desearía haberme quedado a patear el trasero a mi hermano. En fin, prefiero llorar por dolor a por aburrimiento.

—... quisiera que todos fuesen tan aplicados cómo Stacy —refunfuñaba con irritación nuestro maestro orientador. El nuevo pero calvo requisito escolar, que lamentablemente no desaparecía con un borrador.

Stacy Fulk. La mojigata y cerebrito portadora de un gen de zorras hipócritas. Claro está, la que hace favores del tercer tipo a sus superiores académicos. Los Fulk, en su mayoría, son una familia de mujeres. Y los pocos hombres que había dado el apellido, procreaban más y más mujeres. Eran como una epidemia.

Él miraba de reojo a Stacy, me asqueaba lo notoria que era la perversión en su rostro. Quería vomitar. Y hacerlo encima de él, lo merecía.

"Srta. Andersen se le solicita en la oficina del director con carácter de gran urgencia"

¿Leila en problemas? La trama de mi día había cambiado drásticamente si así era.

Me rogaba auxilio en silencio, yo estaba perdida en un sinfín de posibilidades. Leí sus labios y me prometió copiarme por si acaso sucedía algo. Asentí apretando mis labios, mientras observaba con desdén cómo salía. Un hormigueo no del todo desagradable me recorrió de pies a cabeza, haciéndome temblar. Mi visión se vio ensombrecida durante tres segundos, tuve que cerrar los ojos para recuperarme, los froté con fuerza ordenándome no perder el control.

El Hilo Irrompible © ~EDITANDO~Where stories live. Discover now