A medianoche... (IV)

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Mi madre me había ofrecido tostadas y tocino una hora después de haber llegado. Fallé negándole, de nuevo parecía estar hambrienta. No iba a decirle que fui a la casa de alguien y comí. Porque comenzarían las preguntas y no las respondería.

— ¿Tú en una moto? Vaya, vaya. Lo que consigue el tipo.

Chasqueé mi lengua.

—No me interesa. Lo mejor es permanecer alejada de él, hay algo que no me convence —declaré decidida a cumplir dicho objetivo. Era un forastero, en fin, el contrincante. Y seguiría así hasta que yo decidiera que estaba fuera del margen de peligro.

—Es un hombre, ninguno te convence. ¿Te he dicho que eres rara?

To-da-mi-vi-da. Sin embargo; considera en que tengo que abogar por mi dignidad. No seré como cualquier humana, soy diferente.

Frunció su ceño. Retrocedí en el tiempo. Había dicho humana y no persona.

Sacudió su rostro viajando al pasado de sus pensamientos.

— ¿Ocurre algo, Lei?

—No, no. Sólo recordé que mamá me necesita, tengo que irme —soltó brusca. Salió disparada de mi cuarto, dejándome desconcertada en mi cama.

Sentí dolor. Se suponía que podía confiar en mí. Eran evidentes sus intenciones de ocultarme algo relacionado a su madre. Nada podía ser peor que el trámite de divorcio de sus padres que la había destrozado hace dos años. Ellos lo superaron rápidamente, mientras su hija se encogía de angustia en mi cuarto casi todos los días.

No es de fiar.

Pero si la conozco desde que nací.

Me recosté en mi almohada, iniciando una conversación con algo, que era como había decidido llamar a esa voz tan familiar y rara. Podía acostumbrarme a este artilugio mental, porque eso era. Las páginas web solo arrojaban una curiosa teoría de que podía estar desarrollando un mecanismo para sobrellevar alguna situación que me frustrara a niveles que mi mente no toleraba. Debía averiguar cuál era el detonante; extrañas sensaciones me arribaban e intentaba atar cabos pero me dejaban en un callejón sin salida.

El frío circulaba en el ambiente. Y no paraba de formular teorías dramáticas con respecto a Leila. ¿Se mudaría con su padre? ¿Su madre conoció a alguien? ¡Vamos! Tenía que ser alguna de ellas. O quizás no confiaba tanto en mí como yo creía...

Solo puedes confiar en mí, mía.

Enarqué mis cejas.

Me pertenezco, no soy tuya.

Corrientes de calor vibraban en mis huesos, dios. Me levanté a buscar en el cajón un termómetro. Lo puse debajo de mi axila, algo irritada.

Una risa retumbó en lo más recóndito de mi cerebro.

Ya veremos quién tiene razón...

Eres un machista, algo.

No contestó. Pasados los cinco minutos retiré el frágil artefacto de ahí, lo miré a la luz del sol que entraba a raudales por mi ventana.

¡Joder, qué suertuda soy!

Cuarenta y dos grados. ¿Debía decirle a mamá? No. Tenía suficientes preocupaciones, resolví ducharme con agua fría y ya. Me ahorraría un espectáculo protector, clásicos de ella. Fui directamente al baño, que por buena fortuna estaba dentro de mi habitación. Ya era medianoche, el agua debía estar helada, evitaba el calentador para disminuirle gastos absurdos a mis padres en la factura de los servicios domésticos. Me instalé en la tina, hundiéndome bajo las burbujas. Abrí los ojos, disfrutando de la visión del agua. Expulsé el aire de mi boca que salió en burbujeos.

El Hilo Irrompible © ~EDITANDO~Where stories live. Discover now