Encuentro Furtivo (II)

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Dibujaba casualmente en un banco con mi mejor amiga a un lado, esperando que el timbre sonara para seguramente escuchar más cotilleo que una misma clase.

— ¿Y ahora qué estás haciendo?

Leila estaba muy curiosa al parecer, tenía varios minutos haciendo muchas preguntas al azar. Parecía nerviosa.

—Las preguntas me corresponden, bombón. ¿Qué estás haciendo tú? Estás muy extraña —acuso sutilmente. Enarco mi ceja a la espera de una respuesta inusualmente tardía.

Arruga su frente, cruzándose de brazos.

—Nada. Sólo sigo pensativa en mamá, tengo miedo de dejarla sola y que otra cosa...

—Nada va a pasar —interrumpo deteniendo lo que sé terminará en un baño de lágrimas. Sé lo mucho que odia ser vista en ese estado. Le doy un pequeño apretón a su hombro, junto con una débil aunque útil sonrisa. Parece surtir efecto. Sonríe con aprecio; detalle que agradezco. Bajo mi vista a mi cuaderno de bocetos, trazando contrastes en una preciosa luna creciente, con una chica dándole la espalda de forma dramática. ¡Tampoco soy Da Vinci! Hago lo que puedo.

—Atención a tu derecha, alerta estrella porno —avisa con un tono probablemente al borde de la excitación. Río por lo bajo sin levantar mi mirada.

¿Esto es lo común, no? Deja que tu amiga corrompe mentes saboree, mastique y digiera al supuesto galán abre piernas. Tan distraída estuve calculando cuánto duraría ella sin coquetearle que no reparé cuando su mano tiró mi cuaderno al pie de las escaleras, a propósito, dejándome agachada.

Recogí con una torpe rapidez las hojas, con cuidado de que nadie las viera, sin notar la enorme figura que cubrió mi visión. Me levanté de inmediato, estrechando mis ojos sobre el desconocido.

Curvó sus labios en una sonrisa torcida. Forastero.

— ¿Qué pasa? —Dijo de forma particular, no era amable pero tampoco ácido. ¿Era posible?

Ipso facto lo fulminé de reojo, maldiciendo por lo bajo.

—Habría sido algo cortés ayudarme, es todo —recalqué, sonriendo falsamente mientras ordenaba la gruesa resma de hojas en mi carpeta.

Cambió el ángulo de su cabeza, frunciendo su ceño al momento en que introdujo sus manos en sus jeans.

— ¿Me habrías dejado hacerlo?

Mierda.

¿Por qué no me esperaba esa respuesta? Vaya, al menos el Adonis superaba las expectativas de lo predecible.

Me encogí de hombros, ocultando mi incertidumbre.

—Esa no es la cuestión, simplemente...

—Es correcto ayudar a quién lo necesita; sin embargo, también es incorrecto ignorar las decisiones ajenas —el perfecto tiro en el blanco. Justo en la línea del equilibrio. Dónde nadie más había estado. Ni siquiera mi antipatía.

Sus ojos verde mate carcomían mi alma poco interesante. Nada a mi alrededor pareció seguir su curso, todo simplemente desapareció del alcance de mis sentidos, ahora intrigados por el sujeto que me observaba casi con indiferencia. Un soplido proveniente del bosque nos agitó el cabello a ambos, despojándonos del trance.

Finalmente, para mi buena fortuna, retrocedió, aunque sin quitarme el ojo de encima. Las emociones en sus facciones se habían distorsionado drásticamente, pasando de la frialdad a un familiar reconocimiento en 2,5 segundos.

—Cuídate, Gabrielle —musitó bruscamente, rozando mi hombro con su brazo al pasar de mí. Ese infinitesimal contacto físico bastó para erizarme los vellos de la nuca. ¿Qué demonios?

El Hilo Irrompible © ~EDITANDO~Where stories live. Discover now