Capítulo XIV - Bacanal en agonía.

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[Giselle]

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[Giselle]

La música doblegaba mis oídos hasta hacerlos añicos, estaba muy alta y hacia vibrar a todo el lugar, todo el mundo bailaba frenético y es que no me había fallado el instinto, esto estaba a reventar de gente, incluso había tenido que estacionar mi auto en otra cuadra porque la calle estaba básicamente cerrada y repleta de coches. El lugar parecía haber salido directo del hueco más recóndito del infierno, no podía evitar sentirme como mojigata en esa fiesta, pero a pesar de todo, el haber crecido en un convento me había hecho ser bastante recatada para algunas cosas, y lo comparaba con el infierno precisamente porque apestaba a pecado ese lugar.

Todas las chicas bailaban como poseídas por demonios, se meneaban vulgar y descaradamente, como en una danza de apareamiento atrayendo la atención de los chicos. El lugar olía realmente a puro cigarrillo, sudor y alcohol, francamente costaba respirar así como también caminar. Habían instalado unos tubos y allí tenían a bailarines que estaban casi que desnudos contorsionándose en los postes de metal, estaban iluminados directamente por luces rojas como en esas tiendas donde venden objetos sexuales, eso me tenía muy impresionada. No había podido evitar fijarme en que todos parecían recién salidos de la ducha, pero se trataba de puro sudor y no creía que se debiera a calor, ni por bailar ya que hacía muchísimo frio en realidad.

Y sus pupilas... No se veían normales, estaban muy dilatadas, se veían enormes y negras, eso sumándole a que se sentía un grado de euforia en la gente que no era para nada normal. Todos actuaban con exageración y no parecían cansados a pesar de que ya eran casi las tres de la mañana, esta gente definitivamente estaba drogada. Es que hasta incluso había gente vomitando al frente de casa y peleas en la calle, este lugar estaba fuera de control, tenía miedo de estar allí. Pero estaba allí por una razón, tenía una sola cosa importante en mente, mi tía.

Tenía que hacer lo que había pedido Artemisa, ¡Tenía que conseguir a esos dos chicos!, ya la moral me importaba un bledo, solo quería regresar a mi pobre tía a la normalidad. Pero no sabía qué hacer ni por dónde empezar, esta vez no tenía un plan estipulado, ahora solo estaba a la deriva, solo yo junto a una botella de ambrosia de lujuria que me había dejado Artemisa, solo eso tenía...

— ¡SEÑORITA BELARBI!, ¡Que sorpresa verla aquí!—me dijo Seymour abalanzándose para abrazarme y apareciéndose de la nada. Él me estrujó con fuerza y con mucha efusividad como si fuésemos amigos del alma, eso me dejó desconcertada— ¡Bienvenida a la fiesta!, pase, pase, ¡Siéntase como en su casa!—

—Huummm, Gracias joven Astraios—le dije como pude, pues me estaba abrazando muy fuerte y me dejaba sin aire, seguido a esto me separé de él como pude, intentando no ser grosera, claro.

— ¿YA TIENE COPA O LE TRAIGO UNA?, ¡Oh!, ya veo que usted trajo esa cosa de la última vez, ¿Cómo era que se llamaba?, ¿Ambrosi de lujur?, ¿No?—

—Ambrosia de lujuria señor Astraios—le corregí.

Él también se veía muy desarreglado, con sus rizos bastante alborotados, y sus ojos azules parecían estar en pleno eclipse pues sus pupilas también estaban muy dilatadas, ¡Era obvio!, Seymour también estaba drogado, se notaba a simple vista porque estaba excesivamente eufórico.

Como aman los diosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora